viernes, 11 de octubre de 2019

LOS APESTADOS






























Estoy apestada pero no me quejo, es como estar enferma de risa. Soy bailarina. Danza clásica. Tuve y tengo aún un cuerpo lleno de gracia. Bailo la música de los grandes maestros, salto, me agacho, abro las piernas, los oídos; mi vida es un barómetro telúrico, estoy amarrada a una cuerda inexistente, bailo en un andamio por encima del universo. Vivo en una casa de madera en lo más alto del cielo. Tengo visones en las yemas de los dedos. Soy paralítica.


La coreografía es simple: una fila de lápidas por las que me muevo. Los muertos salen a mi encuentro, nada de qué preocuparse, son bailarines haciendo de muertos. Uno me levanta por el aire y me transformo en un ectoplasma. Edipo me abraza, soy la Esfinge. La sala está llena. La música es de Alban Berg. El público está incómodo porque los muertos bajan del escenario y sacan a bailar a la gente. Es un ballet moderno. Arrastran a una mujer de los pelos hasta el escenario. A mí me toca desnudarla y limpiarla de su estúpida vida. La mujer se deja hacer, está más cómoda en el escenario que en su vida conyugal. Es una gran escena, la mujer es la primera bailarina, es superior a mí. Fuera de los ensayos hemos conversado sobre el arte y la discapacidad. Ella sabe que estoy enferma y que quizás ésta sea la última pieza que baile en mi vida. Le digo mientras bailamos que la admiro, que es mi fuente legítima de inspiración. Ella me dice en el aire a metros del piso, que voy a morir. Que tengo que reírme. Que la muerte se retira cuando uno se ríe.


(De: Los apestados,
Ed. en Danza, 2017)

Alberto Muñoz (Buenos Aires, Argentina, 1951)








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