Estoy apestada
pero no me quejo, es como estar enferma de risa. Soy bailarina. Danza clásica.
Tuve y tengo aún un cuerpo lleno de gracia. Bailo la música de los grandes
maestros, salto, me agacho, abro las piernas, los oídos; mi vida es un
barómetro telúrico, estoy amarrada a una cuerda inexistente, bailo en un
andamio por encima del universo. Vivo en una casa de madera en lo más alto del
cielo. Tengo visones en las yemas de los dedos. Soy paralítica.
La coreografía es
simple: una fila de lápidas por las que me muevo. Los muertos salen a mi
encuentro, nada de qué preocuparse, son bailarines haciendo de muertos. Uno me
levanta por el aire y me transformo en un ectoplasma. Edipo me abraza, soy la Esfinge. La sala está
llena. La música es de Alban Berg. El público está incómodo porque los muertos
bajan del escenario y sacan a bailar a la gente. Es un ballet moderno.
Arrastran a una mujer de los pelos hasta el escenario. A mí me toca desnudarla
y limpiarla de su estúpida vida. La mujer se deja hacer, está más cómoda en el
escenario que en su vida conyugal. Es una gran escena, la mujer es la primera
bailarina, es superior a mí. Fuera de los ensayos hemos conversado sobre el
arte y la discapacidad. Ella sabe que estoy enferma y que quizás ésta sea la
última pieza que baile en mi vida. Le digo mientras bailamos que la admiro, que
es mi fuente legítima de inspiración. Ella me dice en el aire a metros del
piso, que voy a morir. Que tengo que reírme. Que la muerte se retira cuando uno
se ríe.
(De: Los apestados,
Ed. en Danza, 2017)
Alberto Muñoz (Buenos Aires, Argentina, 1951)
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