El general San Martín nos dijo
una vez que las mujeres
entorpecían las batallas, que
daban sus ojos de candor a los
hombres heridos, pero no había
hombres heridos; que
suministraban vendas blancas y
celestes para las cabezas rotas
en pedazos, pero no había
cabezas; que guardaban en sus senos
las cartas en los últimos
instantes, pero no había instantes.
El glorioso general San Martín
se afeitaba cada vez menos,
para que su cara fuera olvidada,
y las mujeres le acercaban
su toalla, su navaja, su
palangana de agua, pero no había mujeres.
(Camiones, 2001)
(Tomado de
La luz contra el centeno,
Antología de
Javier Cófreces,
Ed.
Continente, 2013)
KAPELUSZ
Un pedazo de la historia
argentina
quedó prendido al cuenco de tu
mano
cuando quitaste del río
la tremenda pampa del agua.
Yo no sé, al igual que tantos
que intentaron medir el sueño
con varas y sistemas,
qué habrá de cierto en el fondo
de los ríos,
pero allí,
como en el uso del ámbar y la
estrella,
se habla de lo oscuro,
del abúlico tenor de la
desgracia,
de perros y maestras.
Se dice que en el lecho de los
ríos
de la plata
duermen, esperando que la muerte
los reflote,
algas con voz de hombre,
peces con risa de niña,
trozos de buques del Edén.
¡Dios mío cuando levantas del
río
el cuenco lleno!
(Terra balestra, 1985)
(Tomado de La luz contra el centeno,
Antología de
Javier Cófreces,
Ed. Continente,
2013)
IMAGEN: San Martín, en sus últimos años.
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