lunes, 28 de octubre de 2019

LAMPIÑO


















Primera parte

decirlo desde el principio:
al final las guerras (las guerras familiares,
o las guerras de guerrilla)
de la casa hacen un templo
que pronto decide su expulsión
en consenso de espíritus:
lampiño queda afuera. y antes de irse promete
decir unas palabras, y va hasta el río
             de las palabras lujosas,
a la orilla donde duerme, su amigo,
             el cristiano layo,
a pescar algo menos vulgar que
            lo que tiene a mano,
y qué pesca?
nada (con mala leche empieza)
todo sigue ahí, intacto,
en su cabeza, sin significado.



hace un rato pasó un chancho perseguido por un pato,
hace un rato que brotó la tristeza con su nube prolija,
hace un rato que anda por el pago chico
y por la vecindad desierta de claveles
lampiño en patas, lampiño el del sueño crecido,
lampiño el de la margarita en el pecho,
y una ridícula predicción floral:

«crecerá en la herida del bautismo
su nupcia secreta»



el rocío rocía,
el pasto se empasta y entrega
una lechuga abierta, cada cual da lo suyo y más,
el campo siempre ofrece transparencia,
su oleaje matinal golpea la puerta (¡toc toc!)
lampiño abre:
es la mañana
metafísica,
la abstracción de dormir aguada
en un incipiente resplandor,
reverdece de su sueño la mente
es matinal,
la mente necesita dar a luz,
pero en lampiño la voluntad no es transparente: se ofrece
a cambio, se ofrece
y al fin abre los ojos
por una moneda de oro gratis: un sol...



lampiño pasa la noche solo,
y como a la luz mala se le ocurre resplandecer
en una risa fosforescente,
no está de más preguntarse:
¿de qué se ríe? ¿de la gracia
que le dan las despedidas?
¿de las risas de los grillos en las peñas?
¿o del candor del ukelele tocado
sucesivamente por las únicas tres niñas sanas
de su casa...?
hay una luna que se parece a un diente...
porque la noche es una encía, y la boca
cuelga de un hilo dental,
lampiño: tu estrella flota en el eco,
un agujero luminoso
que de pronto sopla:
es la respiración de una ballena blanca

lampiño:
(lactántrico furioso del destete
que se lame el muñón) aprende
de los perros, de los gallos
‘la rabia es la conciencia etérea de una riña’




Segunda Parte

 el campo de batalla es una cristalería,
una casa de música clásica,
y el grito de los tordos que tapan los tiros
para reivindicar la naturaleza en todo esto,
y las voces de una vieja relatando
hasta precipitarse la leche en la olla,

lampiño es el ojo-mirilla en el callo
de la piedra del escándalo, para él
un sol de agua, un mate de leche,
y la luna de día es la claridad suficiente,
la claridad que ninguna palabra contiene...
con botas de goma
entra al campo a tocar los muertos
sus pies fríos,
el cuello de cristal del útero
que llevaba una criatura diabla, dice,
que retuvo su cola adentro y no nació



lampiño es el testigo mudo
del amor ajeno, una lágrima
por el metal que cubre
sus ojos, el motor
de los bebederos,

agua arrugada
que suda el sarro
después de años asoma
su chorrito, guaso, su guadaña
entre las piedras, una sonrisa
a la intemperie



. (canta)

esta música da sombra,
el barullo de los muertos,
el tumulto de los muertos en las sombras,
hay que llevar flores ahí, a la sed de los muertos,
piden agua porque piden su disolución,
y no siempre se puede llenar el silencio del hueso,
yo me detengo para oír el río, la tierra
            colorada, el viento
en los árboles a la orilla, la hoja del sauce
           que cae para apagar su sed...
y siento que por ese momento tengo raíz, tengo sed,
tengo mi árbol de ciruela, una sombra donde dormir.
  

(Fragmentos del libro:
 Lampiño, Ed. Siesta, 2004)

Martín Rodríguez (Buenos Aires, Argentina, 1978)






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