Primera parte
decirlo desde el principio:
al final las guerras (las guerras
familiares,
o las guerras de guerrilla)
de la casa hacen un templo
que pronto decide su expulsión
en consenso de espíritus:
lampiño queda afuera. y antes de irse
promete
decir unas palabras, y va hasta el río
de las palabras lujosas,
a la orilla donde duerme, su amigo,
el cristiano layo,
a pescar algo menos vulgar que
lo que tiene a mano,
y qué pesca?
nada (con mala leche empieza)
todo sigue ahí, intacto,
en su cabeza, sin significado.
hace un
rato pasó un chancho perseguido por
un pato,
hace un
rato que brotó la tristeza con su nube prolija,
hace un rato que anda por el pago chico
y por la vecindad desierta de claveles
lampiño en
patas, lampiño el del sueño crecido,
lampiño el
de la margarita en el pecho,
y una ridícula
predicción floral:
«crecerá en
la herida del bautismo
su nupcia
secreta»
el rocío rocía,
el pasto se empasta y entrega
una lechuga abierta, cada cual
da lo suyo y más,
el campo siempre ofrece
transparencia,
su oleaje matinal golpea la
puerta (¡toc toc!)
lampiño abre:
es la mañana
metafísica,
la abstracción de dormir aguada
en un incipiente resplandor,
reverdece de su sueño la mente
es matinal,
la mente necesita dar a luz,
pero en lampiño la voluntad no
es transparente: se ofrece
a cambio, se ofrece
y al fin abre los ojos
por una moneda de oro gratis: un
sol...
lampiño pasa la noche solo,
y como a la luz mala se le ocurre
resplandecer
en una risa fosforescente,
no está de más preguntarse:
¿de qué se ríe? ¿de la gracia
que le dan las despedidas?
¿de las risas de los grillos en las
peñas?
¿o del candor del ukelele tocado
sucesivamente por las únicas tres niñas
sanas
de su casa...?
hay una luna que se parece a un diente...
porque la noche es una encía, y la boca
cuelga de un hilo dental,
lampiño: tu estrella flota en el
eco,
un agujero luminoso
que de pronto sopla:
es la respiración de una ballena
blanca
lampiño:
(lactántrico furioso del destete
que se lame el muñón) aprende
de los perros, de los gallos
‘la rabia es la conciencia
etérea de una riña’
Segunda Parte
una casa de música clásica,
y el grito de los tordos que
tapan los tiros
para reivindicar la naturaleza
en todo esto,
y las voces de una vieja
relatando
hasta precipitarse la leche en
la olla,
lampiño es el ojo-mirilla en el
callo
de la piedra del escándalo, para
él
un sol de agua, un mate de
leche,
y la luna de día es la claridad
suficiente,
la claridad que ninguna palabra
contiene...
con botas de goma
entra al campo a tocar los
muertos
sus pies fríos,
el cuello de cristal del útero
que llevaba una criatura diabla,
dice,
que retuvo su cola adentro y no
nació
lampiño es el testigo mudo
del amor ajeno, una lágrima
por el metal que cubre
sus ojos, el motor
de los bebederos,
agua arrugada
que suda el sarro
después de años asoma
su chorrito, guaso, su guadaña
entre las piedras, una sonrisa
a la intemperie
. (canta)
esta música da sombra,
el barullo de los muertos,
el tumulto de los muertos en las
sombras,
hay que llevar flores ahí, a la
sed de los muertos,
piden agua porque piden su
disolución,
y no siempre se puede llenar el
silencio del hueso,
yo me detengo para oír el río,
la tierra
colorada, el viento
en los árboles a la orilla, la
hoja del sauce
que cae para apagar su sed...
y siento que por ese momento
tengo raíz, tengo sed,
tengo mi árbol de ciruela, una
sombra donde dormir.
(Fragmentos del libro:
Lampiño, Ed. Siesta, 2004)
Martín Rodríguez (Buenos Aires,
Argentina, 1978)
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