Las chalanas entran al mar antes
de que amanezca. Tres
o cuatro hombres por cada
embarcación. Pescan con redes.
Cazones, pejerreyes, corvinas,
angelitos y mantarrayas.
A veces, sin querer, tortugas;
si todavía están vivas las devuelven
al mar, si están muertas se
quedan con el caparazón, lo barnizan
y lo venden como adorno.
También sacan brujitas. No se
comen, apenas tienen carne.
Las secan en una soga al sol y
ahí sí, quedan piel y hueso.
Se llaman así porque tienen
forma casi humana, cara de vieja
flaca. Las mujeres les pintan
los labios de rojo y las cuelgan
en las puertas de las casas para
protección.
Hay ranchos en que se las
encuentra por racimos. Siete, ocho
brujitas colgando en la entrada.
***
Boquea en el aire, le acaricio
el lomo.
No se asusta de mis manos, las
manos de los pescadores
tienen otro olor, a sal, a
cuero. Y otra fuerza.
Se mueven como si estuvieran
envueltas en guantes gruesos.
Sus palmas son el mapa de la
superficie del mar,
es lo que asusta a los peces.
(De: Lobo de mar, Años luz, 2019)
Olivia Milberg
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