Los
consejos de mis amigas son un lugar común.
Los
costados de los besos son un lugar común.
Los
reproches de mis hijos,
pedradas
de gomera en el corazón de pájaro de mi torpe maternidad.
Sus
ojos desvelados al pie de mi cama
pidiéndome
el cuerpo
sus
manos de tanta hijadumbre
son
otro lugar común.
En
un lugar común estarán sus nombres que no son comunes.
Pero
entonces el amor es un lugar común.
El
hambre
el
sexo
el
deseo
son
lugares comunes.
Pero
el amor es un oráculo.
Pero
el amor es un mapa.
Es
una rayuela.
La
lengua es un lugar común.
Los
dientes hincados en la palabra
que
siempre es otra, nunca la misma.
No
aprendimos a leer sino lugares comunes
aún
en la incomunión y en la muerte.
La
muerte.
La
muerte es otro largo lugar común
abrasada
y desbrasada hasta el hartazgo
si
no le queda ni un poco de tibieza nueva
ni
un triste deslumbramiento.
Que
morimos y que amamos y decimos renacer es un lugar común.
Hablar
es un lugar común.
La
poesía es un lugar común.
Pero
el amor es una llaga.
Pero
es una saeta.
Una
guirnalda golpeada por el tiempo en cualquier parte de la casa.
Me
pasa lo que le pasa al cuerpo:
le
pierdo el pulso al poema.
CACERÍAS
Eso
que oigo sonar
que
precede el movimiento del cuerpo de la boca de la lengua
eso
puede
ser el poema
debe
ser el poema
un
lenguaje inhabitado
interminable
y breve
brevísimo
como
un búho que se para a ver
breve
brevísimo
y sin embargo eterno
y
sin embargo abarcando la noche y sus costuras silenciosas
ojos
amarillos que son flechas sin arco
disparadas
hacia cualquier distancia.
Eso
debe ser el poema
en
infalible cacería.
Una
mujer entra en lo espeso de la noche desnuda
y
con los ojos tapados.
No
va cegada,
va
sedienta.
Una
mujer entra en la piel de otro
como
quien busca hacer pie
como
quien tantea voces
propias
y
ajenas.
Una
mujer desnuda y sin ver
entra
en el cuerpo de un hombre que calla.
No
teme al vértigo de la piel cruda
a
la torpeza sabia
de
quien saca de la boca
la
carnadura del amor.
Una
mujer se vuelve líquida
bajo
la lengua del otro
apura
los secretos
murmura
pide
aprieta
el cabello contra el viento.
No
quiere temer.
Una
mujer quiere trepar las horas
se
llama a la aventura
se
agarra de las manos de un hombre que ahora canta
para
caer lo suficientemente cerca.
Carla
Olivera
Carla Olivera nació en Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina, en 1985. Es poeta
y profesora de Lengua y Literatura. Ha publicado los libros de poesía
“Partición de voces” (2006) e “Intemperie” (2014), y ha participado en diversas
antologías literarias. Sus obras han recibido distinciones a nivel local,
nacional e internacional. Fue coordinadora de talleres literarios para jóvenes
y adultos, y participa de diferentes actividades culturales de la ciudad.
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