viernes, 11 de marzo de 2022

GENEALOGÍA DE UN AMOR DESATADO








 

Fuente: Revista Ñ Ideas .-Clarín.com, 27 de marzo 2021.


Por Florencia Borrilli

Una genealogía posible del amor sin ataduras

Los lazos amorosos en una pareja no siempre, ni necesariamente, han implicado la fidelidad que demanda el modelo heterosexual tradicional y este recorrido se asoma a esas otras maneras de quererse sin ataduras.

El amor libre es una forma de vincularse afectiva y sexualmente que se apoya en algunos principios entre los que se destacan la honestidad –enlazada al reconocimiento de los sentimientos y deseos personales y a su comunicación asertiva con los vínculos sexo afectivos–, el consenso –necesidad de pactar acuerdos mutuos donde se establezcan las condiciones del vínculo– o la responsabilidad afectiva –como forma de actuar con los demás y con uno mismo sustentada en la honestidad y la comunicación–. Al mismo tiempo, el amor libre no supone la propiedad ni el control sobre las acciones, sentimientos o pensamientos de las personas. Dentro de la idea de amor libre, las luces iluminan en los últimos tiempos al poliamor, la capacidad de amar a varias personas al mismo tiempo y mantener relaciones sexoafectivas recíprocas y estables con ellas, pero la vedette del momento obtura, en verdad, un muestrario mucho más complejo y diverso, dentro del que existen variantes como el poliamor jerárquico (con relaciones primarias y secundarias que coexisten temporalmente, pero se diferencian en la dedicación de tiempo, energía y proyectos en común), hasta las relaciones abiertas o la anarquía relacional (que no considera necesario establecer distinciones formales entre los diferentes tipos de vínculos que se forman). El territorio es amplio y tal vez sea prudente trazar un recorrido.

“Si bien el amor libre defiende la posibilidad de establecer vínculos no monogámicos, su centralidad no está en el número de personas que participan del vínculo, sino en la forma en la que se llevan a cabo”, comenta Constanza Ferrario, licenciada en sociología por la Universidad Nacional de Mar del Plata (Unmdp). Es por eso, agrega, que aceptan y defienden la práctica del monoamor, pero en contraste con la de la monogamia.

La idea de poliamor es muy vieja. Desde que existe el matrimonio tradicional, existen las críticas a ese lazo que nacen en los movimientos emancipatorios como los que proponía el ideario anarquista. Y, en cada momento histórico, este modelo conyugal tiene aceptaciones y resistencias. “En mi libro Amor y anarquismo, muestro cómo el Río de la Plata propone establecer el amor libre entre 1890 y 1930, cuando ven una unión libre, más moderada y un poliamor múltiple (trío o cuarteto)”, explica Laura Fernández Cordero, socióloga e investigadora del Conicet. Y sigue: “Los anarquistas se peleaban con la hipocresía de las relaciones por conveniencia” y apuntaban a romper con vínculos carentes de felicidad y para preparar la procreación de la sexualidad que pasara por el goce y no solo por la idea de familia.

Así, los discursos progresistas o de izquierda siempre cuestionaron el afecto, el consentimiento y todo lo que hoy ponen en debate el feminismo y los activismos LGBTIQ+, tanto que hasta se logró la sanción de leyes, como el divorcio o el matrimonio igualitario. “Existen prácticas invisibles que mueven estas estructuras sociales”, aclara Cordero, que aporta un ejemplo elocuente: hasta la modificación del Código Civil en los años 20, la mujer soltera no tenía derecho a nada y solo quedaba bajo el cuidado de algún padre o tío.

“Con el divorcio, se entendió que se podía tener descendencia fuera de un matrimonio inicial y que era posible participar de una crianza en la que no se era progenitor, con las familias ensambladas o compuestas”, comenta Miguel Vagalume, sexólogo y asesor de parejas. Con los años, algunos sectores de la población, como el colectivo swinger, consideraron que era posible tener aventuras fuera del matrimonio de forma consensuada, siempre que fuera algo fugaz y sin desarrollar un vínculo afectivo fuerte. Así, poco a poco, las ideas poliamorosas de los 90 se fueron complejizando y extendiendo entre la población, hasta el presente, con propuestas que consideraban tener relaciones afectivas simultáneas de forma consensuada.

Con todo, no hay novedad aquí porque esta corriente comenzó a finales del siglo XVIII. Si bien es cierto que es dificultoso cuantificar la adhesión a esta clase de relaciones, Elisabeth Sheff, consultora educativa que estudia a familias no convencionales, además de especialista en minorías sexuales y de género, estudió a la población estadounidense y concluyó en que un 20% de la gente ha tenido algún tipo de acuerdo de no monogamia consensuada y un 5% tiene actualmente una relación de este tipo.

“La monogamia es una ley impuesta y construida por los hombres. Nos estamos sometiendo al dictamen de una ideología que tiene que ver con la religión”, reflexiona Rodolfo Facundo Soto, psicólogo especializado en diversidad sexual. Por ejemplo, en el esquema de la unión civil, la mujer tenía que someterse a tener relaciones con su hombre dentro de los 40 días, sino el hombre podía pedir el divorcio, pero este derecho no era mutuo. Además, si una mujer había estado con otro hombre y su pareja tenía pruebas de esto, se consideraba adulterio, pero al revés, no.

Así, el poner en discusión la monogamia entran en tensión el deseo y el género: “El deseo no siempre coincide con el amor de pareja y, además, merece otros espacios que no se agotan en la pareja”, afirma Cordero.

Otro tema importante es la posesión y, con ella, los celos, es decir, no soportar que la otra pareja tenga a alguien más, cuando esto podría suponer potenciar el encuentro en lugar de cerrarlo. Y esto sucede porque el deseo tiene un origen muy complejo. “El problema no es la atracción o el deseo que sentimos hacia otras personas, si no el creer que si lo sentimos debemos llevarlo a la práctica”, enfatiza el sexólogo Vagalume. Según el especialista, el mayor problema es creer que si no hubo sexo, no pasó nada porque nos vinculamos por Whatsapp, Telegram o Messenger, aunque terminamos por darnos cuenta de que romper un vínculo con alguien con quién no nos hemos acostado nunca, nos cuesta más de lo previsto.

Otra tensión se da con la cuestión de género. El hombre y la mujer se pueden casar desde hace 5.000 años, pero hombres con hombres solo hace 10. “Al no tener acceso al casamiento igualitario durante tanto tiempo, nos configuramos de otra manera”, explica el psicólogo Soto y avanza: “Somos distintos a la cultura heterosexual en nuestra forma de abordar el deseo. En el mundo gay, deseo y amor están marcadamente separados. Es más fácil para una persona que quiere tener sexo, buscarlo en una aplicación y hacerlo sin culpa, mientras que, en otro momento, puede buscar una relación sexoafectiva o amorosa. En cambio, a una mujer se le juegan los ideales patriarcales. Se siente menospreciada si solo tiene sexo por placer y la idea de tener sexo por amor sigue instalada en su inconsciente colectivo”. El especialista sintetiza: “Entre hombres está el código sexo por sexo y no hay problemas con eso”.

En su consulta, Rodolfo Facundo Soto atiende exclusivamente a personas de la comunidad LGBTIQ+. Hasta ahí llega uno de sus pacientes, que se vincula sexualmente en tríos y que establece entre sus reglas la prohibición de relacionarse con otros hombres por fuera de ese triángulo común, la prohibición de los besos en la boca y también la negativa a dormir en la misma casa. “Ellos creen que el cuerpo del otro no es propiedad de uno, no les gusta la mentira, no son egoístas y tienen una relación honesta”, los perfila el analista.

Reglas, acuerdos, pactos... a pesar de que la idea de amor libre sigue ganando adeptos, todavía existe la herencia judeocristiana de la culpa que hace necesario, una y otra vez, volver sobre las convenciones: ¿qué significa relación abierta? ¿cuál es el acuerdo? ¿cómo vincularse con mayor respeto y libertad? Las respuestas están en elaboración.

 

Foto ilustración: Shutterstock



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