Fuente: Revista Ñ Ideas .-Clarín.com, 27 de marzo 2021.
Por Florencia Borrilli
Una genealogía posible del amor
sin ataduras
Los lazos amorosos en una pareja
no siempre, ni necesariamente, han implicado la fidelidad que demanda el modelo
heterosexual tradicional y este recorrido se asoma a esas otras maneras de
quererse sin ataduras.
El amor libre es una forma de
vincularse afectiva y sexualmente que se apoya en algunos principios entre los
que se destacan la honestidad –enlazada al reconocimiento de los sentimientos y
deseos personales y a su comunicación asertiva con los vínculos sexo
afectivos–, el consenso –necesidad de pactar acuerdos mutuos donde se
establezcan las condiciones del vínculo– o la responsabilidad afectiva –como
forma de actuar con los demás y con uno mismo sustentada en la honestidad y la
comunicación–. Al mismo tiempo, el amor libre no supone la propiedad ni el
control sobre las acciones, sentimientos o pensamientos de las personas. Dentro
de la idea de amor libre, las luces iluminan en los últimos tiempos al
poliamor, la capacidad de amar a varias personas al mismo tiempo y mantener
relaciones sexoafectivas recíprocas y estables con ellas, pero la vedette del
momento obtura, en verdad, un muestrario mucho más complejo y diverso, dentro
del que existen variantes como el poliamor jerárquico (con relaciones primarias
y secundarias que coexisten temporalmente, pero se diferencian en la dedicación
de tiempo, energía y proyectos en común), hasta las relaciones abiertas o la
anarquía relacional (que no considera necesario establecer distinciones
formales entre los diferentes tipos de vínculos que se forman). El territorio
es amplio y tal vez sea prudente trazar un recorrido.
“Si bien el amor libre defiende
la posibilidad de establecer vínculos no monogámicos, su centralidad no está en
el número de personas que participan del vínculo, sino en la forma en la que se
llevan a cabo”, comenta Constanza Ferrario, licenciada en sociología por la
Universidad Nacional de Mar del Plata (Unmdp). Es por eso, agrega, que aceptan
y defienden la práctica del monoamor, pero en contraste con la de la monogamia.
La idea de poliamor es muy vieja.
Desde que existe el matrimonio tradicional, existen las críticas a ese lazo que
nacen en los movimientos emancipatorios como los que proponía el ideario
anarquista. Y, en cada momento histórico, este modelo conyugal tiene aceptaciones
y resistencias. “En mi libro Amor y anarquismo, muestro cómo el Río de la Plata
propone establecer el amor libre entre 1890 y 1930, cuando ven una unión libre,
más moderada y un poliamor múltiple (trío o cuarteto)”, explica Laura Fernández
Cordero, socióloga e investigadora del Conicet. Y sigue: “Los anarquistas se
peleaban con la hipocresía de las relaciones por conveniencia” y apuntaban a
romper con vínculos carentes de felicidad y para preparar la procreación de la
sexualidad que pasara por el goce y no solo por la idea de familia.
Así, los discursos progresistas o
de izquierda siempre cuestionaron el afecto, el consentimiento y todo lo que
hoy ponen en debate el feminismo y los activismos LGBTIQ+, tanto que hasta se
logró la sanción de leyes, como el divorcio o el matrimonio igualitario.
“Existen prácticas invisibles que mueven estas estructuras sociales”, aclara
Cordero, que aporta un ejemplo elocuente: hasta la modificación del Código
Civil en los años 20, la mujer soltera no tenía derecho a nada y solo quedaba
bajo el cuidado de algún padre o tío.
“Con el divorcio, se entendió que
se podía tener descendencia fuera de un matrimonio inicial y que era posible
participar de una crianza en la que no se era progenitor, con las familias
ensambladas o compuestas”, comenta Miguel Vagalume, sexólogo y asesor de
parejas. Con los años, algunos sectores de la población, como el colectivo
swinger, consideraron que era posible tener aventuras fuera del matrimonio de
forma consensuada, siempre que fuera algo fugaz y sin desarrollar un vínculo
afectivo fuerte. Así, poco a poco, las ideas poliamorosas de los 90 se fueron
complejizando y extendiendo entre la población, hasta el presente, con
propuestas que consideraban tener relaciones afectivas simultáneas de forma
consensuada.
Con todo, no hay novedad aquí
porque esta corriente comenzó a finales del siglo XVIII. Si bien es cierto que
es dificultoso cuantificar la adhesión a esta clase de relaciones, Elisabeth
Sheff, consultora educativa que estudia a familias no convencionales, además de
especialista en minorías sexuales y de género, estudió a la población
estadounidense y concluyó en que un 20% de la gente ha tenido algún tipo de
acuerdo de no monogamia consensuada y un 5% tiene actualmente una relación de este
tipo.
“La monogamia es una ley impuesta
y construida por los hombres. Nos estamos sometiendo al dictamen de una
ideología que tiene que ver con la religión”, reflexiona Rodolfo Facundo Soto,
psicólogo especializado en diversidad sexual. Por ejemplo, en el esquema de la
unión civil, la mujer tenía que someterse a tener relaciones con su hombre
dentro de los 40 días, sino el hombre podía pedir el divorcio, pero este
derecho no era mutuo. Además, si una mujer había estado con otro hombre y su
pareja tenía pruebas de esto, se consideraba adulterio, pero al revés, no.
Así, el poner en discusión la
monogamia entran en tensión el deseo y el género: “El deseo no siempre coincide
con el amor de pareja y, además, merece otros espacios que no se agotan en la
pareja”, afirma Cordero.
Otro tema importante es la
posesión y, con ella, los celos, es decir, no soportar que la otra pareja tenga
a alguien más, cuando esto podría suponer potenciar el encuentro en lugar de
cerrarlo. Y esto sucede porque el deseo tiene un origen muy complejo. “El
problema no es la atracción o el deseo que sentimos hacia otras personas, si no
el creer que si lo sentimos debemos llevarlo a la práctica”, enfatiza el
sexólogo Vagalume. Según el especialista, el mayor problema es creer que si no
hubo sexo, no pasó nada porque nos vinculamos por Whatsapp, Telegram o
Messenger, aunque terminamos por darnos cuenta de que romper un vínculo con
alguien con quién no nos hemos acostado nunca, nos cuesta más de lo previsto.
Otra tensión se da con la
cuestión de género. El hombre y la mujer se pueden casar desde hace 5.000 años,
pero hombres con hombres solo hace 10. “Al no tener acceso al casamiento igualitario
durante tanto tiempo, nos configuramos de otra manera”, explica el psicólogo
Soto y avanza: “Somos distintos a la cultura heterosexual en nuestra forma de
abordar el deseo. En el mundo gay, deseo y amor están marcadamente separados.
Es más fácil para una persona que quiere tener sexo, buscarlo en una aplicación
y hacerlo sin culpa, mientras que, en otro momento, puede buscar una relación
sexoafectiva o amorosa. En cambio, a una mujer se le juegan los ideales
patriarcales. Se siente menospreciada si solo tiene sexo por placer y la idea
de tener sexo por amor sigue instalada en su inconsciente colectivo”. El
especialista sintetiza: “Entre hombres está el código sexo por sexo y no hay
problemas con eso”.
En su consulta, Rodolfo Facundo Soto atiende exclusivamente a personas de la comunidad LGBTIQ+. Hasta ahí llega uno de sus pacientes, que se vincula sexualmente en tríos y que establece entre sus reglas la prohibición de relacionarse con otros hombres por fuera de ese triángulo común, la prohibición de los besos en la boca y también la negativa a dormir en la misma casa. “Ellos creen que el cuerpo del otro no es propiedad de uno, no les gusta la mentira, no son egoístas y tienen una relación honesta”, los perfila el analista.
Reglas, acuerdos, pactos... a
pesar de que la idea de amor libre sigue ganando adeptos, todavía existe la
herencia judeocristiana de la culpa que hace necesario, una y otra vez, volver
sobre las convenciones: ¿qué significa relación abierta? ¿cuál es el acuerdo?
¿cómo vincularse con mayor respeto y libertad? Las respuestas están en
elaboración.
Foto ilustración: Shutterstock
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