VIERNES
9
JUNIO
La foto es de 1958. Pier Paolo Pasolini posa junto a Laura Betti, a quien acaba de conocer por
intermedio de Alberto Moravia y Elsa Morante, la pareja estrella de la intelectualidad romana. La Betti viene huyendo de la corrección provinciana de Bologna con su electrizante
unipersonal de music-hall.
Pasolini ha llegado
a Roma para ser el escritor que en el Friul le impidieron
ser (usaron sus poemas como evidencia para
arrebatarle su cargo de maestro en un ignominioso proceso judicial). Los dos
se han reconocido al instante como almas gemelas, en esa Roma que ya es casa
tomada por la dolce vita que Fellini habrá de inmortalizar en breve (Federico le
regalará a Pier Paolo su primer coche, un Fiat 600, en
agradecimiento por haberle presentado a la Betti, a
quien dará un papel en La
dolce vita, permitiéndole que se escriba
ella misma sus parlamentos).
Los paparazzi la
han bautizado “La Giaguarina” (cachorra de jaguar) por su casquete rubio
platinado y sus ojos estirados hasta las sienes por el maquillaje. En su show Giro a Vuoto, Betti canta textos escritos
especialmente para ella por
Moravia, Italo Calvino, Vittorio De Sica, André Breton y Pasolini (“Ballata dell Suicidio”), musicalizados
por Kurt Weil, Nino Rota y hasta Igor Stravinsky.
Según la prensa, La Giaguarina ha inventado una nueva forma de glamour, que combina provocación
y desprecio y deja sin aliento a su platea. La noche
en que se conocen, es ella quien toma la
iniciativa. Encara a Pier
Paolo, que lleva largo rato mirándola de lejos con los anteojos oscuros puestos, y
le dice: “¿Qué es lo que te da miedo? ¿Quieres saber lo que pienso de ti? Que
hueles a primavera y a pan fresco”. Horas después, colgada de su brazo y a la
deriva por la incombustible noche romana, lo presenta como “mi marido” y
agrega: Soy su devota esclava”. Pasolini acepta
el juego: poco después la presentará a Godard, a Barthes y a muchas personas más como “mi
mujer no carnal”.
Lo que empezó como un desafío a los
prejuicios de la época fue haciéndose cada vez más cierto con el tiempo. Ella
le cocinaba sus platos favoritos, él la acompañaba a visitar videntes. El
problema era que sabían estar juntos solos pero se ponían imposibles cuando
tenían gente alrededor: Pier
Paolo llevaba sin
permiso a sus ragazzi di vita al departamento en Via del
Babuino donde La Giaguarina recibía como una reina a su claque. Las fiestas
terminaban cuando ambos se encerraban en la cocina, dejando a los invitados
sin comida ni bebida, mientras se peleaban a gritos. La Morante les dijo una
vez, desde el otro lado de la puerta, harta de esperar con la copa vacía: “¿Por
qué no se dejan de gritar y cojen de verdad, en vez de hacerlo con palabras?”.
Pero cada vez que Pasolini era llevado a los tribunales, acusado de
“psicópata del instinto”, “anómalo sexual”, “amenaza social”, La Giaguarina
estaba siempre en primera fila, mirándolo sin parpadear para darle apoyo. Y
téngase en cuenta que Pasolini
sufrió treinta y
tres procesamientos judiciales. Según Pier Paolo fue
ella, hija de abogado, quien le regaló el hoy famoso verso a un inocente no se
le cree nunca”. Con pocas personas se franqueó tanto como con ella. Nomás
conocerla le había dicho: “No puedo permitirme equivocarme en ninguna de mis
obras. Mis enemigos me despedazarían y mis amigos dejarían de estimarme”. La
Giaguarina fue de todo menos tolerante con él. Cuando Pasolini conoció a Ninetto Davoli y empezó a ir todos
los días al gimnasio, ella lo increpó: “¿Dónde ha quedado toda tu dulzura?
¿Prefieres ponerte la máscara de los músculos, como Mishima?”. Cuando una
úlcera perforada lo postró en cama durante meses y Pasolini retomó la escritura, La Giaguarina no sólo le
cocinó y lo cuidó sino que le dijo: “Al fin entiendes que eres poeta. Prefiero
mil veces tus poemas a tus películas, aunque me detestes por eso”. También
Italo Calvino le dijo lo mismo, en una carta
hermosa que está en Los libros de los otros: “¿No hay
posibilidad de que consigas abandonar toda esa bambolla del mundo del cine para
volver a ser el escritor que, ante todo, eres?”.
Cuando Pasolini llevó El
Evangelio según Mateo al Festival de Venecia, y perdió contra El desierto rojo de Antonioni,
le anunció a La Giaguarina
que abandonaba el cine. Ella le gritó: “¿Justo ahora que has llegado al punto
en que por fin puedes filmar lo que se te antoje? ¡Puedes hacer la vida de Gramsci! ¡Si quieres, hasta esa porca película sobre San Pablo puedes hacer!”. Qué bueno hubiera sido.
Lamentablemente Pasolini no filmó ni la una ni la otra
pero no abandonó el cine, y tampoco dejó de apelar a ella como actriz: le pidió
que estuviera a su lado cuando inventó, para la película Capricho a la
italiana, el insólito dúo actoral de Totó y Ninetto Davoli (“Ayúdame a
orquestar este concierto para
Stradivarius y
pito”). Y en Teorema le dio el papel de la mucama sumisa que le valió el premio
a la mejor actriz en Venecia y por el que estuvieron dos años sin hablarse, después de que La
Giaguarina amenazara suicidarse en medio del rodaje.
Durante ese período de ostracismo ella hizo
la voz del diablo en el doblaje al italiano de la película El exorcista y le mandó entradas para el estreno. En una carta adjunta le decía:
“Niego haber tenido un comportamiento que no fuera poético y no puedo creer que
tan luego tú no entendieras eso. Pero bueno, confieso que extraño tus sublimes
faltas de sensibilidad, añoro tu angustia egoísta, ¿por qué no quieres verme?”.
Pier Paolo ni le contestò.
Pero cuando la necesitó en Saló (“Nadie quiere actuar en
esta película, me están dejando solo”), ella volvió a su lado. Y fue la última
de sus amigos en verlo con vida, la tarde del 1 de noviembre de 1975, horas antes
de que lo asesinaran. El encuentro fue para hablar de cine: él quería convencerla
de que aceptara hacer de
Adolf Eichmann en PornoTeoKolos-
sal, la delirante película-denuncia que Pier Paolo quería filmar en Nueva York, en Palestina y
en la China de Mao. Tampoco eso pudo ser, pero La Giaguarina daría un par de
años después su actuación más deslumbrante, como la fascista erotómana esposa de Donald Sutherland en Novecento.
Desde 1975 hasta su
muerte en 2004, Laura Betti dirigió la Fundación Pasolini (que ella misma había creado), coordinó la
edición definitiva de los libros de Pier Paolo, donó
a la Cinemateca Italiana copias restauradas de todas sus películas y filmó uno
de los mejores documentales que existen sobre él, donde dice: “La derecha no
sólo orquestó y cubrió el asesinato de Pasolini sino
que hasta inventó una estúpida teoría conspirativa que
sostiene que él organizó su propia muerte, como un martilologio. Y hasta el
final repitió la misma frase, cada vez que le preguntaban por Pier Paolo: “Su muerte me dejó sin histeria”.
En 1971, la
revista Vogue italiana había pedido a distintos artistas
que escribieran una necrológica ambientada en el primer dia del siglo veintiuno, sobre alguien a quien admiraran. Pasolini eligió a Laura Betti, predijo que La Giaguarina moriría durmiendo y terminó así su nota:
“En suma, ésta es la despedida a una heroína indomable, que no por hija de
abogado dejó de ser la mejor de las cocineras y sostén ejemplar de un
turbulento como yo”.
(Del libro: Los viernes, Tomo cuatro, Emecé, 2019)
Juan Forn (Buenos Aires, 1959; Villa Gesel, 2021)
IMAGEN Pier Paolo Pasolini y Laura Betti.
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