sábado, 5 de marzo de 2022

El impresionismo litoraleño de Carlos Aguirre


 













NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS

Fuente: Radar del 22.9.19 -Página 12.com.ar

El artista entrerriano presenta su disco "La música del agua"

Con una carrera de más de treinta años y un sello discográfico propio, Shagrada Medra, Aguirre es uno de los artistas más complejos de la actualidad. En su nuevo álbum, acompañado de su piano, canta a Chacho Muller, Ramón Ayala, Jaime Dávalos, Alfredo Zitarrosa y Sampayo junto a músicos de su generación como Luis Barbiero, Coqui Ortiz, Matías Arriazu o Silvia Salomone.


Por Mariano del Mazo

  

En su diversidad de registros, Carlos Aguirre es uno de los artistas más originales de la música argentina. En más de treinta años ha dejado macerar una obra compleja, de tiempos morosos, que no admite visitas fugaces. Aguirre exige una escucha atenta y, si eso fuera posible en esta era de cataratas de estímulos por minuto, invita a asimilar sus discos como parte de una trama en la que no está solo; una trama que imagina un poco en broma como parte de un cuadro “impresionista litoraleño”.

Nació y vive en Entre Ríos, tiene un sello discográfico propio (Shagrada Medra) como atalaya de una insobornable independencia, toca piano y guitarra, compone, arregla, escribe, improvisa, arma bandas y tríos, actúa en solitario, urde encuentros insospechados y desarrolla proyectos en el que aglutina músicos y poetas canónicos e ignotos, clásicos y contemporáneos. Los nombres y apellidos de su universo son incontables: al azar, Coqui Ortiz, Jorge Fandermole, Juan José Saer, Aníbal Sampayo, Juan L. Ortiz y hasta un israelí, de otras aguas, el compositor Yotam Silberstein. Ahora decidió sentarse al piano para echar a andar todo ese magma en clave cancionística: con una voz dulce, nada afectada, coloquial, entonada, Aguirre canta a Chacho Muller, Ramón Ayala, Jaime Dávalos, Alfredo Zitarrosa, Sampayo, y los ubica en el mismo plano con músicos de su generación. El resultado tiene la coherencia de un paisaje muy preciso y es delicado, sofisticado, sereno. Piano y voz, río y melancolía: La música del agua.

El disco comienza con uno de los temas más hermosos de Chacho Muller, “Juancito en la siesta” (la cara B, de alguna manera, de otra joya de Muller, “La niñez”). El tono sepia de esa canción vertebra la profundidad que habita el álbum. La música del agua se escucha como un largo y único tema, aún en el complemento con piezas transitadísimas como “Río de los pájaros” (Sampayo), “Corrientes cambá” (Mansilla-Romero Maciel), “El loco Antonio” (Zitarrosa). Los temas actuales se incorporan naturalmente al cauce de los clásicos: una confirmación de la robusta salud de la música del Litoral. “Felizmente –dice Aguirre- el cancionero litoraleño viene dando frutos. Son relecturas necesarias del paisaje. En el disco hay temas de Luis Barbiero, un compositor de Paraná con una fuerte voz literaria; Coqui Ortiz, notable poeta y compositor chaqueño; Matías Arriazu, un enorme guitarrista formoseño; Silvia Salomone, cantora y compositora paranaense de finísima sensibilidad… Para mí todos ellos constituyen una forma amorosa del encuentro, como si ocuparan juntos un tiempo imaginario”.

El nombre del sello discográfico de Aguirre, Shagrada Medra –que no quiere decir nada, es apenas un residuo onírico, dos palabras que sobrevivieron a un sueño-, desprende un perfume oriental que empatiza con cierto aire zen que respira su música. La ausencia de énfasis es una manera de entender el arte y puede relacionarse con puntuales versos de Juan L. Ortiz en los que el poeta discurre –se interroga- si su poesía debe parecerse al río. “Somos muchos los que nos sentimos atravesados tanto por la mirada de Juan Ele como por la de Saer –amplía Aguirre-. Sus textos son lentes para leer el paisaje del que somos parte. Por eso cuando decimos ‘impresionismo litoraleño’ es porque en esas obras, por ejemplo, hay un zoom muy preciso sobre universos mínimos, que parecen intervenidos por atmósferas brumosas, levemente fantásticas, diría. Y yo creo que de alguna manera evocan las formas pictóricas y musicales del impresionismo que nació en Francia”.

“La música del agua” fue grabado en agosto del 2018 en la Sala Argentina del CCK. El espíritu mínimo, sus formas austeras, el toque y el canto, lo vinculan a otros de los grandes discos de la región: Monedas de sol, de Chacho Muller (1998). Fue producido por Jorge Fandermole y arreglado por Aguirre: todo tiene que ver con todo. Es el mismo río que va, hondura, sedimento, remolinos. “Chacho no me conocía y desconfiaba, con toda razón, de lo que yo pudiera hacer. Le propuse instalarme en su casa durante el proceso de gestación del disco. Fue un tiempo bellísimo. Fui atravesando día a día las capas de dureza con las que se solía mostrar… Al fin logré llegar a ese ser hermosamente sensible”.

La economía del canto de Aguirre puede confundirse con esa especie de pudor artístico que sabía calibrar Atahualpa Yupanqui. El entrerriano conoce perfectamente los espacios abiertos entre la canción popular y la música instrumental, y su obra se despliega entre el péndulo que se desplaza entre ambas formas. Una alternancia. “La palabra tiene el don de acercar las músicas a personas que tal vez no están acostumbradas a frecuentar las propuestas instrumentales. De todas maneras, el disco no está concebido desde la especulación de ganar adeptos. Lo hice porque adoro la canción. Es un espacio de intersección entre poesía y música que no deja de emocionarme. En mi adolescencia, plena dictadura militar, algunos nombres de la música popular resultaban de difícil acceso. Con mis amigos era un hábito juntarnos a escuchar vinilos. Peregrinábamos por diferentes casas conforme a quién tenía la novedad. Extraño esa práctica colectiva. Trajo a mi vida obras de mucha sustancia: don Alfredo Zitarrosa con las guitarras sonando todas juntas y ese decir tan claro, Mercedes Sosa con ese disco con temas de Sampayo, del Chacho, de Ramón Ayala… Todo vive en este disco”.

La música del agua es tal vez una de los ediciones más destacadas de este 2019. Uno de los rituales de Carlos Aguirre durante años fue acercarse a la costa para sentarse cada atardecer frente al río Paraná. Perderse en ese paisaje, observar, cavilar, dejarse marear por la hipnótica correntada. Esa exuberancia natural no sólo inspira: atraviesa. La música del agua es la consecuencia directa, preciosa, trascendente, de ese ritual.

 



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