lunes, 21 de marzo de 2022

Reinaldo Arenas volverá cuando amanezca en Cuba


 












Fuente: Revista Ñ 18, 21 de agosto 2021. Clarín.com
Necesidad de libertad, de Reinaldo Arenas, reúne los ensayos dispersos de un emblema contra la represión a los homosexuales.
 
Por Laura Estrin
La denuncia, el grito, las furias. Los escritores-policía, el estado totalitario, el monumento: “Al parecer, a García Márquez le placen los campos de concentración, las vastas prisiones y el pensamiento amordazado… García Márquez va a Cuba solo de turista (donde es tratado como tal); reside en México y naturalmente en París; y allí, en compañía del ciudadano francés monsieur Julio Cortázar, funge como cortesano y orientador cultural del nuevo presidente”. Clarito.
Y siguen los subrayados: “Pero el hecho más abominable cometido por García Márquez hasta el momento fue el de condenar taimadamente a los obreros polacos (al pueblo polaco), quienes valientemente se empeñan en construir una verdadera sociedad socialista; es decir, tomar el poder y tener los derechos que todos los trabajadores en un mundo verdaderamente democrático poseen.”
Reinaldo Arenas sabe de la confusión voluntaria entre revolucionarios y epígonos, y sí, la revolución se traga a sus padres (“Cabrera Infante tuvo que abandonar su país precisamente por su condición revolucionaria”), mata la original rebeldía y domina el arte, hace crítica literaria. Si se trata de literatura, como dijo Pilniak, el único tema será la vida y la muerte; cuando hay formas impuestas, hay cajones para muertos.
Necesidad de libertad completa la obra publicada por Editores Argentinos del cubano. Pero Arenas no llegó: si se leyera estaríamos hablando de otra cosa. ¿Se desaprendió? Porque si se lee no hay retorno. Y la lista de cobardes está adentro y afuera de la isla, será como escribió Steimberg, que hay solo dos tipos de épocas: de miedo y de mucho miedo. O como puso Shklovski: épocas ciegas y épocas elocuentes.
Lo escribe Piñera, Abreu lo dice todos los días, García Vega lo anotó perfecto. Y cito este libro: “Entre la literatura y el Estado; es decir, entre la libertad y la opresión, Julio Cortázar eligió el Estado.” Gide y Castelnuovo regresaron achaparrados de la URSS; Benjamin, demolido.
La revolución Cubana fue en el 58 y Arenas contraataca: “La invasión soviética a Checoslovaquia y la aprobación oficial del gobierno de Cuba a dicha intervención fue un golpe de gracia dado en la esperanza de los intelectuales cubanos... Pero hay Cortázar para rato –y para ratas–. Yo no diría solamente que hay Cortázar; yo diría que hay cortázares”.
Hay tantos cortázares como las mil muertes que anota Arenas para Virgilio Piñera: los interrogatorios y torturas, su muerte dudosa, como abandonado en un hospital fue Lezama, el aniquilamiento de su obra y la construcción del mito. Se reescriben las biografías para ganar la batalla contra la historia; así lo entendió el genial Shklovski. Pan y papel para los vivos, clamaba Maiakovski a la muerte de Jlébnikov.
En este libro hay condenas, cartas en clave, perfectas lecturas de las obras samizdat cubanas, anotación torrencial del recuerdo que, a la vez, es eterna miseria, según el verso de Piñera. Los grandes realistas, los proféticos, asegura Arenas, leen bien, son visionarios. La literatura es el mejor de los discursos, el que documenta con libertad y justicia de genio la verdad. La literatura es la ética del tiempo, va de sujeto en sujeto, no salva pueblos; incluso nos vuelve inútiles sociales pero no cobardes.
En “Termina el desfile”, Arenas hizo su carnaval revolucionario, como Biely en San Petersburgo o Blok en Los 12. Verdadera rebelión de voces, locura que lleva ya ínsita la muerte (“Adiós a Mamá”), y la literatura al revelarla trasciende, se vuelve transhistórica o viene del futuro. Arenas escribe: “Poema es lo que queda después del derrumbe, más allá del incendio; resistencia al golpe, reto al horror, triunfo de la pasión, la magia y la memoria, por encima y a pesar del estruendo, del cacareo, de la propaganda y sus estímulos, del avance de las hordas en o desencapuchadas”.
No salimos de lo romántico; Arenas dice que el americano iguala hombre a país y escucha a los autores para leerlos: “El romanticismo es una exaltación (un delirio), una rebelión contra la mezquindad cotidiana. El romántico mide su afán en relación de absoluto. O todo o nada. Por eso el ámbito americano, con su abundancia, grandiosidad, terror y desolación, con sus parajes abiertos, con sus islas a la intemperie, donde incesantemente ‘reina’, como nos dice José M. Heredia, ‘alzada la bárbara opresión’, es el sitio adecuado para muchos temperamentos poéticos del XIX. El romántico es un iluminado y un desesperado, además de un estafado; rebelde perpetuo que anhela ir más allá del horizonte cotidiano de su vida, de su paisaje, y que a su vez quisiera fundirse, diluirse, desintegrarse en la naturaleza en una de sus manifestaciones apocalípticas. ¿Qué, que nunca tuve y he perdido, y sin lo cual no podré seguir viviendo, añoro? He aquí la pregunta, imposible de responder, que consciente o inconscientemente late en el espíritu de todo romántico”.
Una vez, cuando empezaba a leer literatura rusa, le pregunté a Roberto Raschella por qué pudo ocurrir y aplaudirse tanto la Revolución cubana cuando ya se sabía del Gulag. Solo la literatura responde. Arenas responde con Martí: “Proscrito que en el desolado invierno de Nueva York, exclama con trágica autenticidad: ‘Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche’. Tsvietáieva repetía a Jodasiévich: afuera inútil, adentro imposible.
Arenas recorre obras de Cabrera Infante, Lezama Lima, Piñera, Sarduy, Camacho, Nelson Rodríguez, Lydia Cabrera, sus sobrevidas, sus desamparos, la diferencia entre ser autor y ser político, porque la literatura tiene que ver con la verdad o el misterio –como define el hacer de Lezama–, no con el poder.
Arenas comprende a sus contemporáneos en su “sensibilidad”, en su “verdadera claridad”, incluso Neruda es citado como veraz entendedor pero deslinda autores de constructores, de turistas y oportunistas de la revolución (Vitier, Desnoes) y denuncia: “Lo de Ángel Rama es ‘muy gracioso’. Lástima que entre la lista de ‘atropellos’ que este país (Estados Unidos) le hace sufrir olvide mencionar los 25 mil dólares aproximadamente que este año está cobrando como becario de la Guggenheim, y los 45 mil que su compañera de viaje, Marta Traba, cogerá de parte del museo y la OEA (¿no crees que es un leve olvido?) Algunas cosas que el ‘crítico’ prefiere obviar te las mando, ya publicadas, a fin de que no perdamos la objetividad en este mundo tan lleno de pasiones y de oportunismos… Por otra parte, que Rama se quede aquí en USA o no, me es indiferente –yo mismo no pienso vivir aquí–, el peor enemigo del profesor es su prosa, tan soporíferamente académica… Pero en una época como esta, donde lo que importa no es la literatura, sino una política oportunista de la misma, tal vez el profesor Rama ocupe un lugar prestigioso. Y ojalá que sea así, que mal no le deseo a nadie”.
Podemos discutir la diferencia entre campos de trabajo, de concentración y de exterminio, pero lo que es claro es que no leemos a Arenas: “Decir la verdad ha sido siempre un acto de violencia. En el mundo contemporáneo, en manos ya de dos grandes facciones –una controlada por la barbarie, la otra por la estupidez y la hipocresía–, la verdad, la simple, la escueta, la pura verdad se ha convertido en una palabra subversiva, prohibida o de mal gusto. Se prefiere la caballerosidad canallesca en lugar de la sinceridad y el desenfado… Y así desgraciadamente parece haber sido siempre”.
 
Necesidad de libertad. Ensayos, Reinaldo Arenas. Editores Argentinos, 362 págs.




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