viernes, 9 de septiembre de 2022

LOS GATOS DE LA ACRÓPOLIS (1998)


 








Nieve diseminada a la orilla de un lago. ¿O vértebras?
¿Una estrella de mar? ¿El omóplato de un dios?
Sentados en el mármol, al borde del promontorio, 
te vimos a la derecha, navegando sobre las ruinas, 
sobre la antigua tierra batida por los sueños, 
más accesible para las gaviotas que para los caballos.
(Porque todo estalló, porque la forma estalló, 
cayó como un anzuelo sobre todas las cosas 
y todo mordió el anzuelo: la piedra fue piedra, 
el árbol árbol, el asno asno y para siempre; 
todo mordió el anzuelo, menos tú, siempre otra, 
soplo o alma, nada eternamente en fuga.)
Y divisamos a lo lejos la nave de proa azul 
y al hombre de anchos hombros dormido junto a la adúltera 
—su mano tocando la cadera— y a todos los compañeros 
que volvían volvían del amor del olvido.
—Traíamos oro, bronce, mujeres, vino,
traíamos callos, sarna, peste, sueño,
pero de pronto el viento comenzó a soplar,
las olas se encabritaron y la tormenta nos dispersó,
unos hacia el destino, otros hacia el recuerdo.
¿Un hipocampo? ¿La trompa de un elefante?
¿El arco de una espalda? ¿El dorso de un delfín?
(Porque la luz estalló, porque el ojo estalló,
segregó una sustancia blanca —rocío o semen—
y huyó de la materia del límite de la muerte)
mientras navegaban hacia el sur, hacia la playa de Proteo,
y los seguimos largo rato con los prismáticos,
hasta que doblaron el cabo y se perdieron en la bruma.
—Tendidos en la arena, escondidos entre las focas,
esperamos casi sin respirar la llegada de la mañana,
hasta que el astuto nos descubrió y empezó a transformarse.
¿Un pez, un dragón, un árbol de alta copa, 
una lengua de fuego, un corpulento jabalí?
Pero ya tirábamos con todas nuestras fuerzas de la red. 
—Hay una isla en el cielo, una isla sin raíces, 
que flota a la deriva como el tallo de un asfódelo, 
patria siempre errante que a la hora del crepúsculo 
arroja anclas, garfios, manos al fondo del abismo.
(Porque fijando la forma nada detienes,
pues lo que en ella sobrevive es lo que nunca fue.)
Y nos quedamos inmóviles, hasta que sonó el clic 
que nos volvió rígidos, amarillentos, eternamente jóvenes. 
Ese es mi padre, esta es mi madre, este soy yo, 
y das vuelta, hijo mío, la hoja del álbum.

(Del libro:Obra reunida,
La Comuna Ediciones,La Plata,
2020) 

Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, 1934- La Plata, 2010)




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