miércoles, 20 de diciembre de 2023

UN PAÍS MENTAL (VIII)


Solsticio de invierno


La potencia de los muertos,
igual que el viento de este invierno,
nos levanta en el aire como hojas secas,
nos lleva flotando hacia las montañas con su pagoda.
Los juncos a la orilla del río se doblan al viento, 
secos y amarillos, mientras un animal muerto, 
como un saco lleno de troncos, 
flota largo rato en la superficie.
Ponemos delante del pecho, rectos,
los crisantemos amarillos recién comprados.
La luz del sol cae tibia.
¿Cómo hacen los muertos 
para aceptar días así de hermosos?
Cada año, al llegar este día, 
recordamos la imagen de su cuerpo, 
tan flaco justo antes del final, 
con sus ojos abiertos bien grandes, 
y el corazón nos palpita un instante, 
como una hoja.
El camino hacia la montaña de los muertos, 
lleno de hojas secas, nos infunde calma.
Limpiamos la tumba, 
luego mi madre de pie frente a la lápida 
le habla a mi padre: “Desde que moriste, 
ni un solo día he dejado de extrañarte.
Tu carga es pesada, la nuestra también”
El hijo al parecer no ha entendido la muerte aún, 
rígidamente da tres reverencias, 
luego la hija da tres reverencias, 
los parientes suben y dan tres reverencias, 
retroceden, se paran tranquilos frente a la lápida, 
ningún recuerdo viene a la mente.
¿Cómo es que un vivo se convierte en un puñado de cenizas?
En los cementerios está 
la sombra más fresca del mundo.
Veo los apellidos inscritos en las tumbas: 
apellidos como Zhang, Li, A Fu, A Gui....
Cada nombre parece totalmente familiar, 
como si los hubiera visto en algún lado.
También algunas de chicos de quince, 
doce u ocho años, erigidas por padres 
acongojados. Al pie de la montaña, 
se encuentra la de un viejo señor feudal.
Me dijeron que cada año, para el solsticio de invierno, 
sus tres concubinas venían juntas hasta acá.
Hoy, igual que durante su vida, 
están las tres enterredas con el viejo, 
algunas a la derecha, otras a la izquierda.
Ya ni el nombre queda: 
apenas algunos montículos, 
que en breve quedarán aplanados.
Eñ la luz tibia de este día de invierno, 
el cementerio parece el viejo lecho de un río, 
y todas esas lápidas 
un montón de fichas de dominó.
Un viento frío nos sopla cuesta abajo 
ahora, como la mano de los muertos, 
enfriándose y deslizándose por nuestras palmas, 
más claro que el sonido de la campana del templo. 
Esa alta pagoda entre las montañas, 
también parece erguirse por esto.




El amor entre los vivos y los muertos

La vida de un hombre tras su muerte 
es su memoria entre los vivos... 
Durante un tiempo largo, 
el espejo que usó abre la boca y habla, 
la silla donde se sentó murmura bajito, 
incluso el sendero recuerda sus pasos.

Tras la ventana
el sol que cae lento
se parece al tono que usaba.
La vida de una persona
es su memoria de los muertos...

Luego de un tiempo largo 
el tono, los movimientos del vivo 
se vuelven igual a los del muerto.



Yang Jian

(Del libro homónimo: 150
poetas chinos contemporáneos,
Gog y Magog, 2023)

(Traducción, selección y biografías:
Miguel Ángel Petrecca)



Yang Jian nació en la ciudad de Ma’anshan, en la provincia de Anhui, en 1967. Pasó varios años viajando por diferentes provincias del oeste y el norte de China, trabajando en la construcción y en el campo, antes de regresar a su ciudad, donde actualmente vive. Yang Jian es un poeta budista, algo que se observa en el tono y las imágenes de sus poemas, que entroncan a la vez principalmente con la tradición de Tao Yuanming, un poeta de inspiración taoísta del siglo V, cuyos poemas están marcados por la celebración y observación de la vida campesina. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía Atardecer (2003), Viejos puentes (2007). Se dedica también a la pintura tradicional.



 

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