viernes, 10 de agosto de 2012

VIAJES



 Viaje 1



Salimos a la mañana, es decir, amanecimos. Ya no volveríamos atrás. Y yo estaría muerto. Oye, pero nadie muere por sólo quererlo. Oye, pero si aún estas vivo y podes contar. Anda. Cuenta. Luego de cargar las cosas bajo la cruda luz nos hicimos al camino. Llevamos los niños para recuperar una antigua idea de responsabilidad integrada y les dimos amor porque el corazón no piensa. El verano lustraba las piedras. Nunca vi árboles como ellos, los árboles altos, ágiles de ramas y de viento. Ni vi naranjas que desafiaran tanto al horizonte. Ni vi plantaciones de la alegría. Ni vi camino de regreso.





Viaje 2



Entramos en la noche. No dócilmente como decía el poeta. Entramos en su pura humedad de estrella. Había una imploración de sapos y de luces lejanas. Luces de la ciudad aturdida. Caminamos por el espigón sobre el brillo de las olas que evocaban el mar. Era agua marrón. De río marrón nuestro. Vos también lo tenías dentro y en mi era creciente. Y todos los murmullos de la tarde ahora eran sueño. Cuánto duró aquella eternidad eterna. Qué hizo el tiempo con todo ese paisaje. Yo junté piedras. Vos las tiraste.






Viaje 3



Esa noche. Casi como la canción. No me hubieras dejado. Esa noche caminé por el borde de una arboleda colmada de frutos. Con la luz de la tarde se veían más naranja que la explosión del horizonte. Se veían más redondos que el mundo y que la cabeza que piensa al mundo. Y su sabor era más dulce que cualquier arrepentimiento. Los kilómetros fueron breve constancia del pueblo. El pueblo era una onírica certeza. Compramos la carne y vimos el fuego crepitar. Asamos todas los deseos. No lo que hubiéramos querido porque querer como bien sabemos habilita a pensar. Ponemos estas hojas también para oír la música quemada del viento? Es verdad que los niños mojan sus camas tras el embeleso de las llamas? Cuantas veces pasaste por las brasas? Yo tenía mucha sed y vos estabas arrobada. Y el apetito, como la ceniza, tenía su cara plateada.






Viaje 4



De-sierto. Caminamos hasta el borde de la verdad. Como era nuevo el asombro, los árboles, lo que nunca se junta con la mirada, despertaba silencio. Cada pajarito silbaba su canción para ser bailada en el recuerdo. Parecía estar escrito. En los cables de luz y las alambradas y en todo aquello pasajero. Preguntas pueden ser emboscadas, de manera que viajábamos inconclusos en busca de una completud que nos aguardaba bajo las piedras, bajo las sombras dulces de las piedras arrancadas del agua para siempre. Sólo una noche el viento arrastró sobre las chapas un ruido más ronco que nuestra respiración. Al menos yo, me daba más vueltas que las hojas y las bolsitas descuidadas y las vacías latas de cerveza. Igual mi vida, que había estado como esas latas, sonaba sedienta y desvelada. Arena, segura huella encontrarás.






Viaje 5



Cerré la ventanilla, más por quedar dentro. Eran lindos los árboles del invierno vistos ahora, con esta luz que daba tenerte a mi lado. La verde estela era entonces serpentina. Arreglito festivo saltando las púas de los alambres. Salvo por el calor y las ganas de estarse quieto todo era movimiento. El camino de tierra tenía piedra conocida y nos llevaba por un paisaje de cuentos. Un paisaje del que salían todas las letras de tu nombre a sonar entre el polvo y el gran río. Narrábamos el viaje con gestos reservados para la ocasión, ah tus párpados disipando la nube, despejando el cielo con su ínfima marea.





Viaje 6



Desterrados subimos por la empinada pendiente de la fe. Paganos. Dispuestos a un sacrificio lleno de alegrías y pequeños fracasos y dolores fatales. El sol estaba tan cerca del cenit que las sombras se adelgazaban, mal alimentadas, arrepentidas. Qué hacia de esos ramajes tal ensimismamiento. Encendimos cuatro velas porque cuatro éramos cuando ya la amenaza de la lluvia empezaba a ser realidad. Ah la realidad de fuego quemando la roja esperanza roja como una garganta roja de gritar. Ah la realidad de la frescura deseada en la piel del otro, en la mirada. Fue una tarde única. Que estúpido me dirás, todas lo son. Si, pero aquella jamás dejará de agitarse ni en el temblor de la llama ni en los reflejos del agua ni en el lenguaje que la reclama.






viaje 7



Los gatos aparecieron de la nada. Lloraban como lloran los felinos cuando son bebes y extrañan. La noche brillaba en sus ojos y también maullaba. Era un noche huérfana pero bella. Llena de estrellas con más de siete vidas y de igual pelaje y de igual apetito y de igual linaje. No es fácil describir un aire repleto de mensajes. El aire de una noche que jamás pasará pero que se irá con el viento. (Ya vimos luego el poder de la lluvia. Ya hablé de esto. De cómo las llamas se fortalecían en su incendio de agua y cómo el horizonte, aún más agazapado, nunca se enteraba que le llegaba la hora.) Todo era de una gran semejanza. Las ramas las garras en el techo el aire de acechanzas la proximidad de río familiar y extraño las luces vagas. Yo escuchaba tu respirar y te veía dormir para que nunca me faltara el aire y el sueño nunca me abandonara.







Viaje 8



toda la abeja del aire, /toda, sobre sus labios… J.L.O



Llegar, si es que se llega, fue repentino. El aire en eso es implacable. Todo lo deja pasar. No había abeja, es verdad, pero si vuelo agitado, anuncio de aguijones y miel (dulce veneno). Cuando uno entra a la ciudad que lo vio nacer, por suerte no tiene presente lo que ello significa: las calles son un álbum familiar. Ya había fotos de nosotros entonces. Junto a la primera curva ancha que deja a un costado el monumento o en los semáforos que avisan tu proximidad. (Peor. Aún peor es la presión cuando se sale de ella. Ahora he visto la carga del paisaje. Su estiramiento al borde del camino no para borrarse sino para extender lo que se cierra en el pecho. Juro que no saldré más de este encierro. Me quedaré tras las murallas, es decir de este lado de la gran puerta. Aunque deba sacudir todos los árboles y su comunidad para que caiga también con las hojas, lo nuestro. Cualquier otoño. Toda tu ausencia).






Viaje 9



Tengo agua acumulada en los túneles de la conciencia. Agua de lluvia caída a tu lado. Vista caer desde tus ojos –ah, se no me crees yo veía por tus ojos-. Ahora aquella lluvia es polvo, pero en su momento cantaba, con cierto nerviosismo, es verdad, una melopea conocida de otras vidas, canturía para dormir el buen sueño. Y cómo se duerme en esa ansiedad que nada, y cómo se vuelve por una huella borrada. Pregunto para pasar el tiempo y que este barco en el que ahora vamos por esta carretera se sumerja para encontrar otro mundo. Los niños de nuestra imaginación están a la vera cazando gotas en el aire, revelaciones del agua. Estos niños siempre tendrán una certeza, aunque nosotros regresemos adustos y cansados. Qué fue que ocurrió: ahí está la respuesta colgando de las ramas para caer sobre la gramilla sedienta.






Viaje 10



Se arrastraba el viento. Se arrastraba sobre los techos y las callejas interiores del sueño y las cortadas internas que daban al río. Era el viento y se arrastraba. No eran las hojas ni la corteza de los árboles ni las cenizas de la noche. El viento se arrastraba como un pájaro herido, (perdonen esta comparación), como el ala de un pájaro herido, miraba la altura y se arrastraba contra la redondez de la piedra y contra su punta y su filo. Estábamos en el viento. En manos del viento. Éramos el viento, planeando sobre la superficie erizada del agua, casi arrastrándonos también allí, pero con tal levedad que no sentíamos lo húmedo levantado, a modo de llovizna inversa, de rocío equivocado. Nos arrastramos contra el cielo. Contra el celo. Contra toda la piel y toda su aventura. Siendo viento fuimos pluma. Arrastrada pluma contra el lomo suave de lo adverso, de lo que nos dio despojo y hospitalidad.



(Inédito, 2008)



Hugo Luna (Argentina, Entre Ríos, Concepción del Uruguay, 1959)








2 comentarios:

Unknown dijo...

muchas gracias Marcelo... no sabía de esta publicación en tu blog... gracias.

Marcelo dijo...

Un gusto leerte, Hugo. Un fuerte abrazo.