I
Esta constante y confusa música,
una melodía
en su hebra de polvo y relámpagos.
Yo regresaba,
el brazo ardiente, la mirada aturdida,
su piel retumbaba joven, mordida, desnuda.
Recuerdas, sí
acaso mañana o pasado mañana: hay tantas cosas por hacer
que uno no sabe,
que el tiempo se va, que ya no sé.
Pero más allá, en el ocaso alto
donde un ala de fuego o un sueño hecho de piedras, de
exorcismos, de un oro apagado y mudo
Oh altiva Oh desnuda
envuelta en fiebres remotas:
FUENTE
de remordimiento de un color azul suicida, azul de bestias, de
aguas que se rompen en cenizas no saciadas.
Sí, tal vez mañana o pasado mañana...
Yo recuerdo una música
el opaco temblor de la vida: su voz en el teléfono.
Y más allá, la última,
la única palabra: adiós
amor mío
adiós
II
Y ojos de piedra
invitando a llanuras donde crece
el color de sus ojos
antiguos de aire y locura.
Más blanca que el grito, más tierna que el golpe de alegrías no
nacidas
más viva que el mar.
Amor, yo grité.
Ah soledad púrpura
Ah rocío salvaje
arrasado por pétalos que tiemblan
como si la tierra fuera un sueño
traspasado por el HÁLITO de la última muerte.
Así el amor florecerá
en tierras quemadas por el borde lívido,
por el astillado silencio
donde canta la noche.
Mario Morales (Pehuajó, 1936 — Ciudad de Buenos Aires, 1987)
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