viernes, 27 de diciembre de 2013

LAS LINTERNAS FLOTANTES




XII.


Ésta es mi alma
Ésta es mi luz
Éste es mi soplo en ti
Éste, el hálito de luz entre mi mano 
y la punta de tus dedos
en el abrazo primero en el cuenco de mi mano
Redondel
Esfera es
el abrazo ése que me excluye
Esfera-Tierra Prometida
Esfera-patria y memoria de la patria 
de la que todo me expulsa y me destierra


Esfera-origen y fin
Esfera-estrella y brújula y lazarillo
y una luz en el centro. 


Ésta es mi alma
Éste mi soplo en tu soplo.
Centella de lo que solo existe
en la vasija que eres

Vasija iluminada
Vasija numinosa
Vasija-cofre de Pandora y boca de la serpiente.
¿Qué mayor comunión?
¿Qué más darse?


Ésta es mi voz en ti
Éste, mi aliento reificándose
en el vacío: la pura Ausencia
—un azul flotando sin sustancia 
sobre la cual posarse—
las partículas de mi voz quebrándose
(¿Pero cuál? ¿qué partícula exacta
de mi voz en ti?)


[¿Y si jamás se retrajo?
Si jamás 
se replegó sobre sí
y estamos aun sin ser
en el misterio de su vientre?
Pero...
¿vientre y cabeza y mano tiene
Aquel que es El que es?]


Lo Perfecto se excluye.
Cerrado sobre sí
—su bien, su mancha
lo reintegra y lo niega.



XV.

El poema es el rostro en el espejo
más verdadero que el rostro y que el espejo.
El poema es el flujo de la sangre
más allá del cuerpo,
el ritmo de la sangre más allá de la sangre
—sus cauces rigurosos, su latido sordo y unitario.


El poema es el ritmo de lo otro en mí
más allá de mí, siempre, más allá,
donde mi silencio se topa con tu ritmo
y repercute en mí, que solfeo en el poema
un ritmo numinoso,
cifra que hace eco en el eco
que es cuerpo verdadero
—lo numinoso en ti y en mí—
el ciclo de las esferas tocándose y abandonándose
—alejándose, sí, una de la otra,
pero desasiéndose de sí también
cada cual
en su dorada, fecunda negligencia.
En su ritmo me despliego.
En su metrónomo 
caprichoso y fugaz 
despliega el universo sus fantasmagorías
—su verdad.


No hay traducción posible.
—o sí la hay:
de lo uno a sí mismo,
de lo uno a aquello que tantea y vence
de lo que sabe de sí
—su pobre imperio.


El poema, digo, 
digo la música, digo el movimiento
de la danza en el cuerpo, el de la piedra esculpida...
Y la música en el trazo y en la piedra, digo,
y el movimiento sinuoso y firme del poema,
docta cadencia, felicísima caída en el cruce
de todos los sentidos.




Mercedes Roffé (Buenos Aires, Argentina, 1954)








2 comentarios:

bea dijo...

Qué maravilla !!!!!!!!!!!!!!!!
Gracias por publicar.
Felicidades !!!!!!!!!!!!
un abrazo.
Bea

Marcelo dijo...

Tanto tiempo,Beatrice!!! Felicidades también para vos. Un beso.