De la oscuridad
que rodea la cama del niño
—como la negrura del campo al pueblo—,
la luz vital agazapada
bajo las frazadas por el temor
a los fantasmas,
ahora queda,
como un océano perdido,
el sonido de las olas sin las olas
en el corazón.
Es parecido al grito de un espíritu
devorado por los gatos en el techo,
parecido al llanto del recién nacido
que habla y no se entiende;
a las piedras en verano,
a las plantas en invierno.
Donde no hay nada, hay,
sin embargo.
Y lo que falta tiene sonido
—siempre se escucha
lo que no está—;
yo lo escucho,
y hace falta cierta mente;
dondequiera puede oírse,
Ludwing Van Beethoven
lamentándose;
como una bestia nerviosa.
un caballo en el corral
frente a la inmensidad del cielo
en la pre-tormenta.
En este ambiente donde vivo,
tan pequeño y tan blanco,
hay, sin embargo,
ladridos de perros de otros países,
conversaciones de gente
de otros siglos,
fotografías invertidas de La Tierra,
como si ésta fuera un espejo
puesto en el espacio
contra mi casa.
También golpea la lluvia
en la persiana baja;
cruje de nuevo la madera
de los muebles
como si aún estuviera viva
en su árbol natal de aquella selva.
Ahora corre
el agua de la canilla
lo que falta de la infancia
hasta caer por el desagüe,
y como la sangre en las venas,
debajo de la ciudad en tuberías,
va mi sangre y busca el río.
Lo que falta, tiene
el peso de todas las criaturas juntas
y se ha echado sobre mi cuerpo
durante los años luz que dura
esta única noche.
Ojalá
pudiera amanecer.
Pero lo que falta es lo que sobra:
tanto sol el que no está,
tanto día no aparece,
que entonces los muertos se entusiasman
y revelan sus figuras espectrales,
en la ropa sobre la silla,
en el ventilador de pie,
en los puntos rojos
de los aparatos electrónicos.
Lo que falta
embota los sentidos;
la vista, por ejemplo,
arde en bocanadas de humo
que el vacío fuma en una pipa;
estará fumando algo que es mío;
pienso no tan solo,
ya me parece oler mi carne,
mi piel, mi barro, mi calle,
incluso los cuerpos que no son míos
pero que han sido míos,
desnudos en las canciones
en modo repetición,
en modo petición.
Y lo que faltaba...
han llegado los vecinos
a golpear frenéticos la puerta,
gritan mi nombre, insultan,
creen, ilusos, que yo puedo
bajar esta música tan alta
que allegro ma non troppo,
un poco maestoso
en la cueva del oso,
scherzo: molto vivace,
cuando lo que falta, hace
un escándalo.
Porque lo que falta, aturde.
De la oscuridad
que rodea la cama del niño
como la negrura del campo
al pueblo.
(De: Amor bajo cero,
Vox, 2013)
Juan Diego Incardona
Juan Diego Incardona, Buenos Aires, 1971. Creador de la revista el interpretador.. Publicó El ataque, Eloísa Cartonera, Bs. As., 2007; Objetos maravillosos, Tamarisco, Bs As, 2007; Villa Celina, Norma, Bs. As., 2008, El campito, Mondadori, Bs. As., 2009, Rock barrial, Norma, Bs. As. 2010 y La Propia Cartonera,— Montevideo, 2010. Publicó relatos y notas en 'distintas antologías, diarios y revistas. Actualmente, trabaja en el programa Memoria en Movimiento de la Secretaría de Comunicación Pública, coordina ciclos de cine en eECuNHi. Es columnista radial de literatura en el programa Viaje recargado en Radio América AM, 1190. Administra el blog días que se empujan en desorden.
1 comentario:
Lo que falta aturde. Justamente.
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