miércoles, 30 de septiembre de 2015

62 BRAZADAS














1

No busques hacer pie, 
ahora es otro el arte: 
sostenerse y avanzar, así es 
ser nadador.


2

No te anticipes,
el sol sigue en la punta
se derrama alrededor.
Quedate ahí, 
cuerpo en movimiento.


3

Vas ligero,
es el agua
es la primera pileta.


4

Lo que se deja atrás, lo que aún 
no llega, no importa 
es otro el tiempo, un estilo que fuerza 
la mirada al costado: respiras.


5

Como quien se despierta y corre a lavarse la cara 
y va más allá del espejo: no hay edad 
hay un cuerpo que toma 
contacto con el agua.


6

La ilusión de avanzar
de pileta en pileta.


7

Los pies sobre la tierra, plantarte
al borde de otra pileta
con esa decisión de saltar, saltar
ahora: agua
quedarte adentro, en lo radiante
del día y al salir
decirlo en voz alta un día
radiante, así de simple
hablar del clima.


8

Una casa un cerco una casa es agua
lo que une
una cosa con otra,
seguís su curso.


9

Al sacar la cabeza del agua
recobras aire y recobras parte de lo que suena afuera: viento, el golpe
de unos postigos que se cierran. Al sacar 
el cuerpo del agua ves en el verano 
en el centro mismo del verano 
bajo los árboles 
hojas secas.


15

Queda el brillo
del agua en la piel.


16

Otra pileta.Esta vez
el peso inesperado de una idea te hace hundir
la cabeza en el agua.


17

No vas en busca de una idea,
la idea va
tomando el cuerpo.


29

Cada brazada enturbia el agua.

Cuando recobra su nitidez
ya estás afuera.


31

Tocás con la punta del pie
la realidad del agua.


35

Lo que ofrece el agua
es resistencia.
No esperes otra cosa del agua.


39

Contra la pared del pecho golpea el corazón.


42

Detrás de un cerco asoma un techo esa casa
se parece a tu casa o es
sólo deseo y no hay punto de llegada,
aun así volvés a entrar:
agua.


44

Y si al salir ya es de noche qué luz
te deja ver eso que cuelga de una rama
¿un vestido de verano?
tela que el viento mueve,
no se llega a soltar.

49

Esa habitación a la hora de la siesta
el tac de las paletas del ventilador, un cuerpo
junto a otro sin necesidad de movimiento.


51

Descalzos en la frescura del mosaico
los postigos abiertos de par en par: lluvia
un bretel, cuerpos que van
donde va la música.


52

El golpe de un postigo que se cierra, desprendido
un cuerpo del otro.


61

No estoy donde debería
decís, y volvés
la mirada hacia el cielo esas nubes
cambian
de lugar.


62

Una vez más el borde, una pileta
apenas flexionados los brazos
el cuerpo entero hacia adelante
¿Ves?, agua.

Ahora saltá.





Silvina López Medin (Buenos Aires, Argentina, 1976)








lunes, 28 de septiembre de 2015

UN FOQUITO EN MEDIO DEL CAMPO


DICHA

Sigo encontrando cierta dicha
en ir en bicicleta hasta tu casa.
Remar no se trata de llegar a la isla,
es disfrutar el trayecto
-dijo Ricardo cuando nos enseñó.
Cada desplazamiento tiene su clave sensitiva.
Bajo los cambios para subir, después
apoyo el peso del cuerpo en los pedales
y me dejo caer en picada.
Se entretejen nudos en los pelos
cuando se ponen a flamear hacia atrás.
Las construcciones van perdiendo altura,
una estela de humo atraviesa el cielo
dibujada con la punta de una fábrica.
Aterrizo en la entrada
de tu casa, las cosas
andan bastante mal ahí adentro
o en cualquier otro reducto
que tengamos que compartir.
Puedo aceptar que ya no nos queremos como antes,
pero, si insisto, es porque la distancia
fabricada entre nosotros
es tan hermosa y delicada
como ningún otro trayecto
que conozca hasta ahora.



EQUILIBRIO

Papá aflojó los tornillos
para que aprendiera
a andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
que rodea al hipódromo,
justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
de aprender a sostener
mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
me soltaría por nada del mundo;
giraba apenas mi cuello
para ver que ella siguiera ahí,
corriendo justo detrás mío,
agarrándome de la parte baja del asiento.
"Yo no te suelto -me decía-,
yo no te suelto",
pero para ese entonces
ya estaba pedaleando sola
y no me daba cuenta
de cómo ella se alejaba de mí,
aun quedándose quieta
entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
que rechacé ese objeto
a un costado de la vereda
y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
haciendo finitos, calculo
el tiempo exacto para pasar en rojo
y no morir en el asfalto,
pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
para dos personas iguales,
ni siquiera lo hay en una casa,
y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
si nos quedamos quietas
seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette
y resulta que soy yo la que se aleja
mientras ella se queda parada,
palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
yo no te suelto.



CUERDAS VEGETALES

El abuelo me enseñó a atrapar el aire
con las flores acampanadas de la enredadera;
cerrarlas por ambos extremos
-una bolsita de pétalos-
y comprimirlas en un movimiento
ágil y rápido para que haga
una pequeña explosión,
un sonido simpático, semejante
al del corcho cuando es eximido
de su compacta espera.
Nadie recuerda cómo era la canción
que el abuelo improvisaba
después de abrirte un secreto brillante,
hacerte así en la cabeza
y desplazarse con la manguera
para hacer florecer otro sector.



MIGRACIÓN

Las nubes de la noche son impuras,
tienen el corazón manchado.
Desconozco la simbología climática,
por lo tanto: mañana tal vez encuentre
el piso del patio mojado,
pero tal vez no.
Lo mismo la brisa va a hacer bailar
los juncos como a niños de un coro.
La luna gorda amamanta las
superficies más suaves, las lustra
con su leche, dejándolas brillantes.
Los patos sirirí apuntan hacia allá,
guiados por la estrella mayor,
emiten su pitido anunciando el trance.
Una vez al año, las golondrinas eligen
esta ciudad para desplegar su coreografía.
La gente se acerca a verlas cubrir
el barroquismo blanco de la catedral
en la celebración del linaje.
Después, revolotean hacia un árbol
y otro de la plaza, como poniéndose al tanto
de los ramajes de la genealogía.
Jamás llega una carnada de golondrinas
descolgada, ya finalizado el festejo.
No fijan una fecha,
simplemente la saben.



Daiana Henderson




Daiana Henderson nació en 1988 en Paraná, Entre Ríos, Argentina. Es estudiante de Comunicación Social en Rosario. A fines de 2011 publicó "Colectivo Maquinario" por Ediciones DiatribaVerao (Neutrinos), El gran Dorado (Ivan Rosado, 2012) y A través del liso (Determinado Rumor, 2013) y Un foquito en medio del campo, Ed. Municipal de Rosario, 2013.  Desde principios de 2012 lleva a cabo el Fanzine Pegaláctico, junto a un grupo de amigos con quienes comparte su enamoramiento (así lo llama) por la poesía joven.





sábado, 26 de septiembre de 2015

EL CAMINO DE LA LIEBRE




4

Un niño de jogging rojo
pasea un chivo
con una soga.
Las niñas y su madre temen ante esta imagen,
toman el rosario
de sus cuellos.
El sol se hunde como una naranja
en el río,
el chivo se para en dos patas,
juega como un perro
con el niño.
Esto termina de espantar
a las mujeres,
salen corriendo hacia el lado equivocado,
penetran el camino de la liebre
donde solo son bienvenidos
los que dominan el equilibrio.


6

Un montón de ranas
naturalizan la canción
que sale del auto.
Las serpientes inofensivas
salen del hueco y estiran
sus cueros al sol.
Son tres,
nosotros no nos ofendemos,
ellas se elevan si consideran
algo como amenaza.
Es un mecanismo.
El del coche se apaga,
subimos el volumen y
bajamos,
sin acercarnos.
La liebre, menos.
A veces se meten cosas en tu camino
a las que hay que ignorar,
a veces son cosas hermosas.


16

Nos acercamos al único árbol 
que reverdece entre otros sin hojas, 
al llegar sólo queda un esqueleto 
de ramas desnudas. 
Cientos de loros cambian el 
color del cielo, 
alejándose de nosotros.


18

A la liebre no le importa lo que ve, 
se mueve en la noche en una carrera 
sin sentido para la vista común. 
Traza, con cautela, una ruta de despiste, 
se apropia del espacio. 
Por su facilidad en la adaptación 
se puede ver en cualquier lado pero 
no es fácil alcanzarla en su veloz 
zigzag crepuscular, lleva con swing 
la vida de los solitarios en sus orejas.


26

Los árboles
se plantan y esperan,
en silencio, 
el agite.
Una orden
dada con un movimiento
casi imperceptible
de las orejas.


30

Aunque ninguna calle
termine ahí
después 
del camino de la liebre
no hay nada.



BAR EQUIDNA

Cruzábamos cuatro o cinco veces 
por semana el puente que une 
la santa con el santo, 
pedaleando entre camiones. 
En un intento de dejar de fumar, 
tragando humo de caños de escapes. 
Tiramos al aro en el parque Garay, 
fuimos al gimnasio, 
metimos goles y defendimos 
el resultado
sobres los rieles del puerto 
junto a la avenida Alem.

Probamos con cosas en las manos, 
malabares, cuadernos, chupetines, 
el tiempo más largo, instrumentos para 
vencer cierto romanticismo vicioso.

Ella pitaba fuerte, tragaba mucho, 
luego con un beso me pasaba el humo. 
Sólo pude abandonar el cigarrillo 
cuando ella me dejó.

Ahora llego hasta la cima y no me agito.




Cristhian Monti



Seudónimo de Cristhian Montivero. Nacio en La Paz (Entre Rios, Argentina) en 1978, es estudiante de Historia, fue alumno del taller de Daniel Durand. Publicó la plaqueta "Que no toque el piso" (Rosario, 2013), "Veriles" (Bahía Blanca, Vox, 2014) y "El camino de la liebre" (Rosario, Iván Rosado, 2014). Participó de las antologías "La trampera" (Rosario, 2009) y "Peligro inflamable" (Buenos Aires, Folía, 2010). Es editor en Ediciones Neutrinos. 





jueves, 24 de septiembre de 2015

POEMAS CONCRETOS


























VITULLO

Cuando Sesostris cambió la horizontalidad
del granito por tótems como Chola, Cóndor y Malambo -casi al final
de su vida, aunque tampoco lo supiera-, la academia le cerró
las puertas y los funcionarios
de la embajada argentina en París escondieron sus tallas
en un sótano. En su diario escribió: nadie me ve
como yo quiero que me vean. Lo extraño es que habiendo sido
modelo de Bigatti y de Bourdelle tuviera una sensación
tan baja de sí mismo. Enfermo, se casó y entró
como empleado en una cantera 
donde le regalaban los bloques que modeló 
resignado a no tener una vida mejor 
ni un regreso glorioso a la patria. En un momento
se empeñó con ser poeta: 

así es el infierno de los que hacemos todo 
de una forma apagada y distante, anotó

en la estrofa quinta de un libro 
que jamás fue publicado. Para cuando lo descubrió 
Pirovano, su obra estaba desvalorizada 
y su páncreas -tan joven como él-, casi muerto.



MARIE A VITULLO

Se me ocurría pensar que él no necesitaba nada, porque el mundo
estaba pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer,
Pero esa tarde en Montrouge, con la misma mano
que martillaba el bloque de mármol, me levantó la camisa,
la enrolló en mí garganta y se quedó mirándome,
sin ese apuro que mostraba siempre por hacer todo lo demás.
Tenía los ojos fijos, tanto que me dio miedo de que no
se animara a hacer otra cosa. En todo caso, lo inaudito era
que invadiera mi terreno: yo era la que iba ahí a mirar;
él, por ser mejor en cada cosa, no tenía derecho
a llevar a cabo un acto tan ordinario.

No hay manera de distinguir el Sena desde el taller
de Montrouge. Se lo oye y eso basta para reconocer que todavía
existe, que nadie va a morirse en la habitación de cuatro metros
por tres y medio mientras el río siga en su sitio y moje
los bordes sembrados de botellas y papeles inservibles.
Él no necesitaba nada: ¿por qué iba a hacerle falta algo
si tenía esas manos, esos ojos? Sin embargo,
se agachó y rozó mi mejilla con la boca entreabierta.
Hacía frío. No atiné a moverme ni siquiera por discreción.
Introdujo la lengua en mi boca y la agitó
hacia los lados, lentamente pero con firmeza.

No le hacía falta nada. Ni esa tarde en su taller,
ni después, cuando nuestra vida se convirtió
en un pasillo interminable. En cambio yo, en Montrouge,
volví a ser la de siempre: estoica, torpe, viva imagen
de Pascual Bailón en sus primeros años
como hermano de la Tercera Orden.


MARIE a VITULLO

La vida, al final, tenias razón, era el espacio que quedaba entre verte y no verte.


VITULLO y MARIE  (París)

Si la foto no fuera blanco y negro,
se notaría
que el abrigo estaba cerrado y él, con las manos
fuera de los bolsillos, caminaba despacio
para encontrarse con ella. Si la foto
fuera más grande, entrarían en cuadro sus zapatos,
el edificio en construcción,
el polvo en el aire y el instante
en que se confundieron uno con otro y lo demás
dejó de importar o desapareció por completo.
Si la foto existiera, él no se hubiera arriesgado
a abrazarla así, con tanta gente alrededor, y ella
estaría abatida. Pero la foto no existe
o se perdió.



MALDONADO

A veces la vida
toma la forma de un pez
o la de un bastidor sin tela.

Cada cual lleva en sí mismo 
el molde de la suya.

Nadie escapa a ese plan.

Con el tiempo
el presagio se hace carne.



UNA LÍNEA EN MIL - PRATI a MALDONADO

Él no la eligió. Fue al revés. Pero cuando se queja
de su insistencia,
algo en su cara dice lo contrario.
No puede mentirle. Ni ella a él. Tienen una naturaleza serigráfica:
lo que hacen se opone casi siempre a lo que dicen,
pero los dos comprenden de qué se trata esa técnica
porque la manejan.

Pueden pasar años sin verse. Quizás, ella se torna hosca; él, 
indiferente. Cuando se encuentran, no saben bien qué hacer, 
entonces, él la abraza y ella siente que podría morirse ahí mismo, 
que su felicidad en la Tierra se justifica 
en el momento humilde de estar uno ceñido al otro.

Él la quiere, no hay duda de eso.
Pero ella lo quiere de una forma, es decir, lo quiere tanto,
que si se lo dijera, arruinaría todo.



IOMMI

La piedra en el zapato de lommi
fue la sentencia
del manifiesto concreto, ni buscar
ni encontrar: inventar.

Mi piedra no está en el zapato: ser condescendiente
24 Hs. al día es lo peor
que podía pasarme en la vida. Y me pasó.



CRENOVICH a DEL PRETE (Línea 57)


Al contrario de lo que quiere la gente,
yo ruego que el colectivo
venga lleno cada vez que viajamos juntos.

Nosotros no tenemos nada en común.
Jamás nos hubiésemos conocido viajando.
Él vive hacia el norte; yo más al centro.
Ni siquiera nos coinciden los horarios. Damos
dos pasos atrás. Se agarra del pasamano. Yo
me agarro de él -no puedo hacer más: con suerte
le llego al pecho-. Nos presionan de todos lados:
entregar un libro en dos días; sus clases
de los viernes, y veinte albañiles que intentan
llegar temprano a casa. ¡Un pasito más!, grita el chofer.
Lo miran con mala cara, en cambio, su cara
es inconfundible: no está enojado, no está triste.
Quiere pedirme lo que no podría darle. Vení,
me dice con esa voz grave que usa a veces, y yo
me interno como una adolescente en el hueco 
que hay entre su abrigo y la camisa verde musgo. 
Lo abrazo. Él y yo no tenemos nada en común, 
pero su corazón está en la punta de mi boca -lo 
siento latir-, el colectivo va lleno, un bebé 
llora adelante y nos quedan quince minutos 
de algo demasiado parecido al amor.



Cecilia Romana




Cecilia Romana. Poeta argentina. Nació en Buenos Aires en 1975. Ha concluido la carrera de Artes y Ciencias del Teatro en la Universidad Argentina J. F. Kennedy. Colabora en las revistas Hablar de Poesía (Buenos Aires), Fénix (Córdoba), El Hipocampo (Sevilla) y Clarín (Oviedo). Publicó Flota, hangares y otros trabajos mecánicos (Ediciones del Copista, Córdoba, 2004); Duelo -junto a Mercedes Araujo y Carolina Esses- (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2005); Aviso de obra (2006); No lo conozcas (CONECULTA, México, 2007); El libro de los celos (2008) y Los que fueron (2011). En prosa publicó: Fue acá y hace mucho. Antología de leyendas y creencias argentinas (Kapelusz, Buenos Aires, 2009). y ¡Canta, musa! Los más fascinantes episodios de la guerra de Troya, junto a Diego Bentivegna (Kapelusz, Buenos Aires, 2009). Bajo su curadoría, el sello Sigamos Enamoradas, del que es editora, publicó la antología de poesía argentina Hotel Quequén, en 2006; la antología de narrativa nacional Hotel Quequén II, en 2008 y la antología de poesía latinoamericana Hotel Quequén III, en 2009. Sus poemas han sido traducidos al francés en Canadá (Exit) y Bélgica (Maison de la poésie).  Ha recibido varias distinciones.
POEMAS CONCRETOS es su último libro de poemas y fue editado por Cabiria-Colección Vidanueva, en 2015.




martes, 22 de septiembre de 2015

SEGUNDA FUNDACIÓN




















I

Bulgaria es una historia.

              Delgada y morena juega con piedras
              eleva en oración restos de loza: todo lo que se quiebra
              —y es vida— corre a las manos brutales, ásperas, escondidas
en lo profundo
de Bulgaria

              se recoge el pelo
deja la nuca al viento en un lugar cualquiera 
que nada representa 
sino Bulgaria,

eso le viene a la cabeza, 
Bulgaria
con piedras en las manos.



VI

Si llueve, y ella dijo que sucede a menudo
en Bulgaria,
llueven flores amarillas,
no mentiría acerca de algo tan importante:
la espora de mi primordio
fue una flor
que llovió en Bulgaria.

Las otras lluvias
de los otros mundos
parecen envidiar:
recostadas, alcantarillas mediocres y caminos,
suben por los techos para florecer, con su raíz
de piel.

Hay tormenta, el día es casi una tarde, y salgo a la calle: 
llueve un mar de flores amarillas.



XIII

No hay paisajes lógicos en Bulgaria, 
no hay lógica en ningún lugar 
sino un absoluto parecido.

Sentir, aunque crea
pensar:
                           Nadie conoce a nadie —hasta que amanece 
                           no hay imágenes en la ventana, y Bulgaria 
                           puede ser
                           un hermoso camastro— y nuestros hijos 
                           hijos de la piedra,

porque no hay
más que piedras
en Bulgaria,
recuerdo de heladas y cardos azules
con flores
que nadie ama.



XV

Lo más extraño, y quizá lo mejor
de Bulgaria
sea la nobleza de su concepción:
un espacio en el cual no se puede permanecer



XVII

Abrígate, que hoy te visitará —dijo.

¿A saludar viene? La oscuridad blanca, la voz muda,
el pensamiento. ¿A mi lado
pasará por el abrigo, el frío, pasará por mí?


No vengas por ella
ni por mí, pero si hay que elegir,
no vengas por ella—.

Sube por la cava, el esófago, sube por el ramo 
de los nervios, el fuego y el frío, 
pero más el frío: no debí dejarla. 
¿Cómo continuar así?


Abrígate, que hoy te visitará la muerte, abrígate —dijo.



XXXI

Lujan, María, de los nísperos, 
Lujan donde los vecinos descargan 
el caño maestro de su cloaca, y es el amor. 
Lujan, siempreverde celeste 
sal que membrilla el ojo, y endurece el pelo 
y modifica la piel de los barcos. 
Santa María, Lujan, siempre virgen 
en tu casita de puerto, junto a la calle 
con alguna vela y la ventana suelta, 
ruega por nosotros.
Lujan, Madre Santísima, siempre virgen 
               separa a la familia, eso dicen.



VI

Volvió a caer
manto de migas y café con leche
aureola en la coronilla y pelos calientes de perro
en la almohada.
                    —Ni aún aquella
                    tremenda calle de Bulgaria
                    sus pompones de lana rojos y blancos
                    encerraban menos hospitalidad—.
El proyecto inacabado de una vida:
de mi vida— aclaró,
sin hijos calentando la casa
ni la cama, ni el perro viviría mucho. 
                  —Y los hijos, roerán las entrañas de la tierra
madre, ajena, puta y atemporal.



Marina Serrano




Marina Serrano nació en 1973, en la ciudad de Quequén, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Es Licenciada Kinesióloga Fisiatra, por la Universidad de Buenos Aires y Licenciada en Psicología, por la Universidad de Palermo. Participó en la antología de poesía argentina: Hotel Quequén (Sigamos enamoradas, 2006). En noviembre de 2006, publicó su primer libro de poesía Formación Hospitalaria (Sigamos enamoradas 2006). Desde diciembre de 2005, lleva adelante junto a la escritora Cecilia Romana, el proyecto editorial “Sigamos Enamoradas” .  Organizaron también los encuentros: “Poetas en la arena” Quequén 2006, el ciclo de lecturas “Fabulosa Lampalagua”, “Poetas en la arena – Quequén 2008”. Participó en la antología de cuentos: “Hotel Quequén II” (sigamos  enamoradas, 2008). Fue incluida en la antología   Poetas Argentinas  (1961-1980), compilada por Andi Nachon (Ediciones Del Dock, 2008). El mismo año publicó: La diástasis de las tibias largas (sigamos enamoradas, 2008). También escribió por el libro de cuentos: “Divulgación científica. Una breve selección de cuentos positivistas” (2010).  Participó en la antología: “Hotel Quequén IV. Submarino” (sigamos enamoradas, 2011), y fue incluida en “Cuestión de Luz. Diecisiete poetas argentinos” (Huesos de Jibia, 2014), compilada por Ricardo Herrera. En 2012, se publicó “La única cosa necesaria” (Editorial del Copista, 2012)  y  “Segunda Fundación” (en Cabiria, 2015). 





domingo, 20 de septiembre de 2015

LA IMPRECISA VOZ QUE ME SUEÑA





















XV

Soñé y después olvidé; soñé y olvidé, soñé y después olvidaba: ése era el sueño.


XXI

Una mujer se despeñaba por una escalera que, vista desde el balcón donde nos asomábamos, parecía una montaña. La mujer quedó agarrada de unos hilos débiles, a mitad de camino entre el cielo y el suelo. Había cantidad de ventanales con hortensias y mucho verde; por eso, por las ramas de los árboles o cables de luz, se sostuvo. Con el corazón en la boca esperamos a los bomberos: el corazón era de propaganda, rojo y saludable. Después sucedió otro accidente más allá de la vía, también con suerte. Yo oía las sirenas a lo lejos. "Hoy es un día peligroso", escuché que me decía.


XXIII

La puerta de vidrios esmerilados del hotel se abría para dar una imagen momentánea y frágil del parque; en primer plano, una mujer joven con un tablero y elementos de pintura, yo la veía moverse como un dibujo mientras es boceto hasta que alguien la llamó desde adentro, dio media vuelta y me saludó con la mano. Tenía puesto un vestido rojo ajustado al cuerpo y una cloche de rafia. Al rato, hizo su segunda aparición con un vestido azul eléctrico y una capelina de ala ancha. El vaivén de la puerta de vidrios esmerilados y ella atraían los ojos, el cuadro se componía pero se rompía de inmediato, quizás, por la falta de acordes. El día, luminoso.


XXXIII

Hay que apuntar al hueso blando de la angustia.


XXXVIII

En la declaración de amor por otra mujer había un reproche hacia mí o yo, que no soportaba las palabras, las desviaba sin ningún pudor; en la escena, la pareja mirándose con embeleso y mi figura, disminuida por la envidia, una mosca callada, sin volar.
El protector bucal tenía una cicatriz pequeña, en cruz. En la encía, la marca se ahondaba en finas líneas negras que daban cuenta de la carne desde donde se sostenían. La mano, abierta y lejana, un objeto más en el encuadre de mis ojos.
Que alguien me apague.


XXXIX

Un auto con ventanillas de tren en donde se reflejaba el paisaje; serie de fotos movidas que miré desde afuera, a la distancia, mientras el tren-auto pasaba por el camino-riel y no dejó más que el sonido del golpe metálico contra la tierra.


XLVI

Hojas doradas en la tierra (se podía oír el viento); en los árboles, el amarillo llegaba hasta el bronce bermejo y una luz oscura; las acequias con agua dulce que sonó fresca y un pasadizo de álamos hacían levantar la vista por el asombro. Antes había recorrido variadas formas del amor con la curiosidad de las vírgenes y una sonrisa en los ojos.


LIII

La casa mostraba su momento de mayor esplendor (como cuando éramos chicos y no sabíamos de todo lo que somos capaces). Olor a pintura fresca y yo, que salía al porche, envuelta en no sé qué sentimiento; encontré tres cajones de un mueble blanco y pensé en ataúdes; adentro, lamparitas listas para el uso, entonces levanté la vista y vi dos ángeles.


LXXIV

Un carruaje con caballos negros/ neblina/ y era el amor que atravesaba la edad: nos habíamos hecho viejos.


LXXV

Me desdoblé. Yo y yo estábamos sentadas una al lado de la otra en un pupitre de escuela, de hierro y madera, con tintero de vidrio. Escribíamos. Al mismo tiempo pusimos la palabra fin, o quizás no, pero las dos sabíamos que era el final de la historia. Habíamos escrito por separado y, sin embargo, a la hora de la verdad, no dudamos. Y yo era tal como soy, el espejo de mí.



Inés Legarreta



Inés Legarreta (Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, 1951)  es poeta y escritora.  Publicó los siguientes libros de cuentos:  En el bosque (Gel, 1990); Su segundo deseo (Emecé, 1997); La Dama habló (Sigmur, 2004) y las nouvelles El abrazo que va (Nuevohacer, 2008) ,Tristeza de verse lejos (Nuevohacer, 2010) y La turbulencia del aire (Cuentos; Nuevohacer, 2012).  Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales . Codirige desde 2005 la revista literaria Eledermaus. Ha sido traducida al inglés, al italiano y al alemán. En 2000 le otorgaron Medalla de Plata como Mujer Destacada Bonaerense.
"La imprecisa voz que me sueña" (Nuevohacer, 2014); es un libro de prosa poética sobre los sueños de la autora.