4: de los diálogos con André breton Revista La Maga, entrevista desgrabada de Julio Sánchez. [...] Yo leí Surrealismo entre el Viejo y el Nuevo Mundo y ahí ya quedé muerto para siempre, porque es un libro que me impresionó mucho y mientras lo leía, yo dije: «Tengo que hablar con esta persona, tengo que hablar con André Breton».
8 del gran relato del surrealismo. Revista La Maga, entrevista
desgrabada de Julio Sánchez. El surrealismo es uno de grandes relatos de
este siglo, así lo pienso; corno dicen los jueces:
«Es mi íntima convicción». El surrealismo ha propuesto en el terreno del arte
algo que nadie más propuso. Por un lado, una acción colectiva: el arte, como
decía Lautréamont
de
la poesía, puede ser hecho por todos. Por otro lado, actúa a través de personas
que tienen una complexión artística, pero que atienden a
la realidad social en la que están inscriptos... saca al artista de la torre de
marfil en la que le gusta estar encerrado...ésa es la cualidad número uno del surrealismo:
tiene un pie apoyado en el mundo del sueño y otro en la barricada. Porque somos
seres sociales, el destino de la sociedad en que vivimos nos compromete.
13: del secreto de
André breton Revista La Maga, entrevista desgrabada
de Julio Sánchez. [...] El surrealismo histórico está calcado
sobre la vida de Breton, porque él lo inventó y tenía el secreto de combinar
tal cosa con tal otra. El secreto de hacer sentar en una misma mesa a
Fulcanelli, que es el alquimista de nuestro siglo, con Lenin. Sólo Breton lo podía
lograr, tenía un don misterioso.
14: del decorado
surrealista. Revista La Maga, entrevista
desgrabada de Julio Sánchez. [...] En Chirico está toda la pintura
surrealista; él la había hecho diez años antes. Es el que, valida, el que les
da a todos los que vienen después pintando dentro del surrealismo... les presta
el universo, el decorado, la posibilidad...
15: DEL
surrealismo en la argentina. Revistaba Maga,
entrevista desgrabada de Julio Sánchez. [...] Además de
literatura, también hablamos de pintura: él quería saber cómo era la cosa en la
Argentina y por qué me interesaba en el surrealismo; porque Breton tenía -como
jefe de fila- el interés por saber que su visión se difunde por el mundo, que
hay oídos atentos a esa cosa... Entonces me dijo que Aldo Pellegrini se carteaba con él...
[...] Yo conocía a Aldo Pellegrini, quien daba conferencias
en el Instituto Francés de Estudios Superiores. Lo leí en el diario y fui a
verlo. Aldo era un hombre de gran disciplina, muy trabajador, llevaba una
correspondencia activa y estaba preparando la Antología del surrealismo,
que es la mejor en todos los idiomas... [...] Después me di cuenta al
conocerlo a Aldo Pellegrini que estaba peleado con Battle Planas. Yo le dije: «El
sino de la Argentina, hay dos surrealistas y los dos están peleados».
Si hubiera sido por una cuestión de ideas me
hubiera parecido fantástico, pero fue por una cuestión personal.
16: DEL diálogo
sobre J.L. borges. (A)
Revista La Maga, entrevista
desgrabada de Julio Sánchez. [...] La primera pregunta que me hizo fue:
«¿Quién es Jorge Luis Borges?» Acababa de salir su libro y Breton lo tenía ahí;
había sido editado bajo el cuidado de Roger Caillois, que había
vivido acá, vino a dar unas conferencias invitado por Victoria Ocampo, estalló
la guerra y tuvo que quedarse, estuvo cerca de tres años y gracias a eso
conoció a Borges. [...] Breton estaba intrigado. Yo le dije que, a mi juicio,
era el escritor más grande que había en Argentina; el creador de un mundo que
no sería exagerado compararlo con el mundo de Kafka... como entidad
literaria...
(B) El narrador, entrevista
de María Lyda Canoso. [...] Los franceses tienen mucho olfato, son muy
sensibles, están muy alerta. Han sido formados de manera tal que saben
reconocer de inmediato. Cuando detectaron a Gombrowitz no necesitaron mucho,
enseguida se lo llevaron y difundieron la obra por todo el mundo, porque París
es como un megáfono. Y con Borges pasó lo mismo... porque Borges no es un
escritor, es una literatura... [...] a Borges en esa época lo conocían pocas
personas; la respuesta que le di a Breton no era una bravata, correspondía a la
realidad; le dije: «Mire, para que tenga una idea, yo soy uno de los
trescientos lectores que Borges tiene en la Argentina». Y era así, no tenía más
de trescientos lectores; eran como una sociedad secreta los que leían a Borges.
Más allá del encantamiento que produce el relato, Borges tiene un modo de
adjetivar único, que configura una de las claves de su estilo. Él puede ponerle
a la palabra noche, un adjetivo que ningún escritor en el mundo sueña ponerle:
la unánime noche. Así empieza Las ruinas circulares... [...] Yo creo
que ahora hay más personas que lo leen, pero no creo que tenga más lectores.
Cuando yo digo lectores, quiero
decir lectores genuinos. [...] La lectura de Borges -a mi juicio- puede servir de test,
porque hay personas que lo leen y no entienden. No es que no entiendan el
relato... se quedan afuera. [...] En el libro de Borges que me tocó hacer, El Congreso, también
hay una semblanza de alguien en la que Borges aprovecha para tomarse el pelo; habla de un director de biblioteca
que se había anotado en un club de ajedrez y en un partido conservador. Una
especie de respuesta melancólica donde se burla de sí mismo.
17: DEL nacimiento de un ícono. «El
contrato social», mesa redonda sobre Dali-Lacan. [...] Los cuadros están
para ser sentidos, no para ser dichos. Uno se comunica o no se comunica con un
cuadro, no hay nada que pueda suplir ese instante. Creo que es Jean Ladoix, en un libro que se llama Pintura y realidad, quien hace
una larga lectura crítica del Diario de Delacroix. Considera que conoce poco del tema y que la lectura de Delacroix le ha suscitado una serie de reflexiones
que ha decidido comunicar. Al inicio dice algo muy esclarecedor: «Mientras un
cuadro no está ahí, nada se puede decir de él; en cuanto el cuadro está, ya es
demasiado tarde para hacerlo». Entre esos dos tiempos, en ese hiato, se instala
lo que puede llamarse la miseria de la crítica. No hay cómo dar cuenta de qué
es lo que ha ocurrido.
Es tarde. Puedo hablar de eso porque lo he sentido físicamente en
algunas ocasiones, lo que se puede llamar la emoción (ilusión) estética. Es
fuerte, es como un rayo, algo que lo hace temblar a uno y lo obliga a sentarse.
Un cuadro está hecho para que se sienta, como una sinfonía, un poema. Es un
estado de sensibilidad estético. Ésta es una palabra que proviene del griego,
que quiere decir sentir. Si uno no siente... [...] El cuadro es esa cosa que
tiene el aura, Benjamin así lo llamaba, el aura. Hay que ir y
estar ahí, meterse ahí, no es lo mismo estar frente a unas fotos de las
cataratas del Iguazú que estar en las cataratas del Iguazú. Son dos modos
legítimos, porque en el museo imaginario de Malraux, que viene de esta especulación
de Benjamin sobre el arte en la era de la reproducción mecánica, en donde ya no es necesario ir adonde está colgado el Retablo de
Grünewald o donde está el Guernica, ya lo podemos tener en un libro sobre
nuestra mesa. Pero son dos momentos distintos frente a la emoción del cuadro,
eso pasa cuando uno está delante del cuadro. Digo esto porque hay cuadros que
yo conocía y que en el momento que los vi personalmente, fue como si no los
hubiera visto nunca. Es otra cosa. [...] Alex Mitia, que
estuvo frente a La Pietà, me dijo que él no se había dado cuenta
que le corrían las lágrimas. Ésa sería entonces la forma óptima del efecto de
la cercanía del cuadro, la obra.
Brindis
«Era tarde cuando bebimos.» R. Daumal
Denominar a cada crepúsculo que nos clava la garganta el vaso de vida
que hubiese podido salvarnos de la catástrofe cotidiana interminable, he aquí
el nombre de una de nuestras ternuras, entre nuestras manos ella tiene esa
cualidad, ese brillo incisivo que caracteriza a la espada cuando los ojos del
niño maduran sobre ella intenciones y juegos que a usted no le convienen, su
loca calma, es decir la tenacidad de su mirada, su edad imprevista, tienen el
mérito de agobiarlo a usted, sin olvidar los dos filos de la espada que a usted
lo detienen y una punta que apunta ahí donde la ceguera mantiene vuestros
sí-sí-no-no- pero-puede-ser-que, para decirle a usted que hay algunos de ellos
por el mundo, algunos distribuidos en las ciudades que empiezan a estar hartos
de la minucia ortopédica de vuestro lunfardo elaborado sin cesar a lo largo de
los siglos para engañar nuestra paciencia, a estar harto de este péndulo
caníbal que ha triturado demasiado, demasiado prismatizado la Cosa bautícela
espacio movimiento arpa, como usted quiera, a estar harto, sí, de sus caras
vale decir de nuestras caras aquellas que usted nos ha pegado injertadas a
golpes de chancleta a golpes de palabras paragua a golpes de tumba puntilla del
cáncer que nos devasta hermoso hongo envenenado en frente del cual el otro que
infecta el Pacífico no es más que una débil proyección «invertida», uno se
pregunta si terminará por devorar el paisaje mental o si vendrá un rayo
inesperado ese «grito de la luz» que
Hermes percibía para fijar por fin un término
a la extensión vertiginosa de las sombras y traernos al pie del árbol allí donde la espada no es más que una metáfora entre le regard et la lumière...
Juan Andralis
Juan Ifantidis Andralis, griego,
tipógrafo, diseñador gráfico, imprentero artesanal, ajedrecista y pintor surrealista,
nació en Atenas; en 1928, se radicó en Buenos Aires, Argentina, en 1933, ciudad donde murió
accidentalmente intoxicado por un escape de anhídrido carbónico,
en 1994. Fue un personaje singular, muy
querido por sus amigos; justamente los fragmentos
publicados fueron extraídos de libro: ANDRALIS,
una edición homenaje de 2006 (publicada por Ed. Tipográfica) preparada por el
diseñador Rubén Fontana, que reúne los testimonios de colegas, diseñadores,
músicos, escritores, artistas e intelectuales que tuvieron trato con él; entrevistas al propio Andralis y
textos suyos tomados de distintas fuentes. El libro me fue obsequiado generosamente,
hace un tiempo, por el poeta Darío Canton, que también fue amigo de Andralis, y
cliente, porque diseñó e imprimió sus primeros libros. Al parecer, Andralis tenía una personalidad fascinante, por su erudición y sus singulares experiencias de vida. Conoció a
André Bretón y mientras estuvo en París integró el grupo de los artistas
surrealistas. Breton lo invitó a exponer en una galería, en la que compartió el
lugar con artistas como Joan Miró, Max Ernst, De Chirico, Duchamp y Man Ray. Desde
que se radicó en París, en 1951, hasta dos años más tarde Juan Andralis se
dedicó intensamente a la pintura. Ése
fue su período de mayor efervescencia en el arte, pero también el último. Un
día, en el taller del barrio de Montparnasse donde vivía, le sucedió un hecho
de características paranormales que se prolongó durante una semana y le provocó
un terror tan grande que después se refirió a él con reticencia. Dejó de pintar
y nunca más volvió a hacerlo: tenía sólo veinticuatro años. Sin embargo, toda
su vida continuó considerándose pintor: "miro al mundo como lo mira un
pintor", decía. Pero, su estancia en París le concedió otra experiencia
fundamental: trabajar con el que es considerado uno de los más grandes
diseñadores gráficos del siglo XX, Adolphe Jean Marie Mouron, conocido por su
seudónimo Cassandre. Andralois permaneció en la Capital francesa hasta 1964, año en que vuelve
a la Argentina e ingresa al Dpto. Gráfico del ITDT, donde trabaja con Juan
Carlos Distéfano; en 1968 funda la imprenta El Archibrazo, donde crea y realiza
diversos catálogos, afiches y especialmente ediciones de libros, labor que
desarrolla hasta el año de su muerte.
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