El tema de este diálogo es el daño. A Platón le preocupan dos clases de daño. Uno es el daño que provocan los amantes en nombre del deseo. El otro es el daño que provocan la escritura y la lectura en nombre de la comunicación. ¿Por qué sitúa estas dos clases de daño uno al lado del otro? Platón cree, al parecer, que actúan en el alma de manera análoga y violan la realidad mediante la misma clase de malentendido. La acción del eros daña al amado cuando el amante asume cierta actitud controladora, una actitud cuya característica más llamativa es la determinación de congelar al amado en el tiempo. Es fácil darse cuenta de que una similar actitud controladora está a la mano del lector o el escritor, que ve en los textos escritos el medio para fijar las palabras de manera permanente por fuera del flujo del tiempo. La observación que hace Sócrates sobre la semejanza inamovible de la letra escrita1 es un indicio de que este punto de vista atraía a los escritores antiguos. Sócrates aborda este punto de vista, y el malentendido que le es propio, en la parte final del Fedro. También lo comenta indirectamente a lo largo de todo el dialogo por medio de varias estratagemas de lenguaje y de puesta en escena. Consideremos la primera evaluación explícita que hace Sócrates del valor de la palabra escrita.
Hacia el final del Fedro deja
de lado los discursos específicos y encara una indagación más general:
Ούκούν, όπερ νυν προυθέμεθα
σκέ-φασθαι, τον λόγον όπη καλώς έχειλέγειν τε και γράφειν και όπν] μή,
σκεπτέον.
Entonces deberíamos estudiar la teoría \logos\ de lo que hace
que el habla o la escritura sean o no sean buenos.2
A continuación, hace una comparación
de la palabra hablada y la palabra escrita, y considera que la escritura es útil
principalmente como recurso mnemotécnico. Sócrates dice:
πο?λής άν εΰηθείας γέμοι και
τώ όντι τήν Άμμωνος μαντείαν άγνοοί, πλέον τι οΐόμενος είναι λόγους
γεγραμμένους τού τον εΐδότα ύπομνήσαι περί ών άν ή τα γεγραμμένα.
(...) el que piensa que,
al dejar un arte por escrito, y de la misma manera el que lo recibe, deja algo
claro y firme por el hecho de estar en letras, rebosa ingenuidad (...) creyendo
que las palabras escritas son algo más, para el que las sabe, que un
recordatorio de aquellas cosas sobre las que versa la escritura.3
Los técnicos de la lectura y la
escritura ven en las letras un medio para fijar los pensamientos y la sabiduría
de una vez por todas de una manera utilizable y reutilizable. Sócrates niega
que sea posible fijar la sabiduría. Cuando la gente lee libros adquiere
(...) σοφίας δέ τοίς μαθηταϊς δόξαν, ούκ αλήθειαν
πορίζεις· πολυήκοοι γάρ σοι γενόμενοι άνευ διδαχής πολυγνώμονες είναι δόξουσιν,
άγνώμονες ώς έπί τό πλήθος δντες, και χαλεποί συνείναι, δοξόσοφοι γεγονότες
άντί σοφών.
(...) la apariencia
de la sabiduría, no la verdadera sabiduría, ya que leerán muchas cosas sin instrucción
y entonces dará la impresión de que saben muchas cosas, cuando en realidad son
casi por completo ignorantes y difíciles de tratar, ya que no son sabios, sino
que solo parecen serlo.4
Sócrates concibe la sabiduría como
algo vivo, «una palabra viva que respira» [ton Logon zônta kai empsychon),5
que sucede entre dos personas cuando hablan. El cambio es constitutivo de su
esencia, no porque la sabiduría cambie, sino porque la gente cambia, y debe
hacerlo. Sócrates enfatiza, por el contrario, la naturaleza peculiarmente estática
de la palabra escrita:
Δεινόν γάρ που, ώ Φαιδρέ,
τοΰτ’ έχει γραφή, και ώς αληθώς δμοιον ζωγραφία. και γάρ τα εκείνης έκγονα
έστηκε μεν ώς ζώντα, εάν δ ’ άνέρη τι, σεμνώς πάνυ σιγά· ταύτόν δέ και οί
λόγοι· δόξαις μεν άν ώς τι φρονούντας αυτούς λέγειν, έάν δέ τι έρη τών
λεγομένων βουλόμένος μαθείν, εν τι σημαίνει μόνον ταύτόν άεί.
Escribir, Fedro, tiene este extraño poder, un poco como la pintura, de
hecho; porque en las pinturas las criaturas están ahí como si fueran seres
vivos, sin embargo, si les preguntas algo guardan un silencio solemne. Lo mismo
sucede con las palabras escritas. Podrías imaginar que hablan como si realmente
estuvieran pensando algo, pero si quieres descubrir que dicen y les preguntas,
siguen transmitiendo ese mismo, único mensaje eternamente.6
Como la pintura, la palabra escrita
fija las cosas vivas en el tiempo y el espacio, dándoles una apariencia de animación
pese a que están abstraídas de la vida y no tienen capacidad de cambio. El logos
en su forma hablada es un proceso de pensamiento vivo, cambiante, único. Sucede
una única vez y es irrecuperable. El logos escrito por un escritor que
conoce su oficio abordará este organismo vivo acomodando a la necesidad la disposición
y la interrelación de las partes:
ώσπερ ζώον συνεστάναι σώμα
τι έχοντα αύτόν αύτόν αύτοΰ, ώστε μήτε άκέφαλον είναι μήτε άπουν, άλλα μέσα τε
έχειν και άκρα, πρέποντα άλλ,ήλοις καί τώ όλω γεγραμμένα.
(...) organizado como
un organismo vivo que tiene cuerpo propio, no carente de cabeza ni de pies sino
con medio y extremos que (...) se combinan entre si y con el conjunto.7
El logos de un escritor
malo, por ejemplo, Lisias, ni siquiera se esfuerza en lograr esta apariencia de
vida, sino que amontona palabras sin ningún orden en particular, tal vez
empezando allí donde debería terminar e ignorante por completo de la cualidad orgánica
de una secuencia. Es posible ingresar en este logos en cualquier momento
y encontrar que dice lo mismo. Una vez que está escrito sigue diciendo lo mismo
para siempre una y otra vez en su interior, una y otra vez en el tiempo. Desde
el punto de vista de la comunicación, esa clase de texto es letra muerta.
Anne Carson (Canadá, Toronto, 1950)
(Traducción de Mirta Rosenberg
Y Silvina López Medin)
[1] Contra los
sofistas, 12.
2 Platón, Fedro,
259e.
3 Ibidem, 275c-d. (Sc
cita traducción al español de C. García Gual, M. Martínez Hernández y E. Lledo
Inigo, Madrid, Gredos, 1986).
4 Ibidem, 275b.
5 Ibidem, 276a.
6 Ibidem, 275d.
7 Ibidem, 264c.
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