Eclipse de la semilla
Las manzanas decoran
las tartas con almíbar.
Guardan una semilla
que late todavía.
Cabalgan huevos de oro
mientras gimen
los polluelos
y se hincha la flor de las harinas.
Barcas de amapolas se despiden
bailando y encendidas con una tea vikinga
al sur a toda vela.
Budines de naranja. Medialunas
y peras confitadas.
Pasteles de crema de vainilla
A la guerra.
Desfile sobre la muralla
Llegan desde el sur y desde
el norte
y atraviesan paredones y después.
Bailan con ojos de asfalto y herrumbre
y huellas de cemento
y arrugas y dobleces en la planta de los
pies y en el
borde de las manos.
Airosas llagas abanican los vestidos
y el color como lujo sobre cuerpos
con redondez
venida de quién sabe qué espontáneo
basurero.
Y
piden al pasar un fruto que arde.
Fatiga de las góndolas
(Manzanas demoradas, naranjas en carroza,
granadas yacentes que alientan el aliento,
poma de oro:
tomate del paraíso
para empinar las ollas en el humo,
para mojar el plato
vagabundeando entre cenizas.)
Vean cuánto vale esta frutilla
lejana de las tierras espumosas
herida de rábanos famélicos.
Reflexivos melones planetarios
nadan en el cielo artificial,
redonda creación entre los verdes del pepino
y el violado del ciruelo.
la vereda cuando una morena
y una rubia triste
corno una moraleja
con algunos pecados todavía
sin marrar en temporada,
se ofrecen con calma de peregrinas
a una mano blanca y a una mano negra
a una boca rabiosa y a una boca nueva).
El cuarzo rosa, en la cabecera.
Pim-poyo y Plm-poya: de a dos y de a tres.
por tanta fructosa
que pule la calle
que lleva la risa, la lengua con húmeda
polución de savia silvestre, salvaje.
Sandia con vientre de dioses fundidos,
de veta hendida en la rueca de las aporías
(volcán de una boca de tormenta mítica, dragón
de llanura
nítida y simiesca
donde los neptunos nadan en el zumo
del océano lánguido, del fácil tridente que
muerde los
dientes
y la orilla tránsfuga frente a las demoras).
Semilla y ceniza.
Trasegaron los campos
por lanas a los cuerpos,
la blancura de azúcar,
la mirada cortada
entre azul de frontera y amarillo delirio.
Fueron la hoguera blanca que sepulta la sombra.
En los ojos la tierra
ardió con la ignorancia de una niña vendida.
Es el modo animal de este suelo.
Aquí, morder el pasto. Allá, sorber rocío.
Encrespar el alambre y recorrer el cerco.
Después, acariciar
con sangre los cuchillos.
IMAGEN: Mercado de Córdoba, Argentina.
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