martes, 8 de agosto de 2017

LOS JÓVENES MAESTROS (poema completo)


UNO

Una vez más frente a frente.
Pero ahora el miedo
ha quitado de las palabras el ropaje de las palabras
y ahora las palabras, pero no las palabras,
son palabras finalmente, y no aquéllas.

Hay mucha exageración en todo esto
y una pequeña parte de verdad, “tengo
ciertos miedos que pertenecen al futuro”.
No se halla nunca el comienzo
y es tan difícil terminar. Un poema
quisiera extenderse como un pecado nuevo,
siempre insuficiente. ¿Para quién se escribe?
La ficción comienza antes del primer acto,
antes de entrar en la sala de los enigmas, antes
de sentarnos frente a la hoja, enjoyados por el hastío,
y antes de ser los animales jóvenes en busca del deseo.
No me mires así, sobre esto debo hablar.
Deja que destierre en paz estas almas que recuerdo
en cenizas, en trampas, en las noches donde vierto
la triste espuma de un vino inacabable.

Hemos nacido para el éxtasis seco,
para la furia de no comprender,
para tener cadenas por necesidad de cadenas y gozar
la lujuria de la rebelión. Deja que hable.
Pero no me dices que no hable: no me escuchas.
Hablo a la fría lucidez de los muertos
que no creen necesario contestar.
Ser o no ser son dos espejos ausentes.
Sobre esto es inútil hablar.
Tengo las palabras cubiertas de polvo.
Necesito que me respondas, ese silencio enloquece.
Necesito enfrentar palabras para oponer palabras.
Necesito creer en el mal para vencer lo irremediable.
El veneno de la serpiente
nos defiende de la serpiente. Y estamos hablando
de las involuntarias víctimas de un antiguo mal. Eso creo.
Quizás estamos hablando de otra cosa
y yo esté demasiado solo esta noche.



DOS

Oye si es que no cantan
los peces de la noche en sus negras aguas.
Mira, si es que no sabemos sino pasiones sagradas,
los pájaros que beben junto a los melancólicos animales.
Huele las botas, el lodo de los reyes guerreros,
si es que no tenemos más que palabras en la mano.
No puedo darte nada que te salve,
y si arrojo hacia ti una cuerda, veré, sufriré sonriendo,
una cuerda en tu cuello, una mano pálida buscando el horizonte.
Y más allá nada. Pero más acá
la trama de oscuras cabezas bajo la lluvia,
paraísos perdidos en un mar borrado.
Y conducidos ante la alta sombra sin respuestas
cenaremos como desenfrenados, tendremos dientes de abismo.

Ahora esta palabra te recuerda por no haberte conocido.
Ahora esta palabra, hecha de polvo y de ciudades,
vendrá con su horrible aliento a envejecer estas páginas,
y tú seguirás sin estar.
Entre la mierda de los perros y la basura de los edificios
pasarán las aguas como un espejo
y no tendrán tu rostro
hecho de infinitas armonías desesperadas, ni tus manos,
ni tus piernas, ni tus ojos de ahogado.
Mas pasarán de boca en boca,
pasarán en los nervios, serán una cruz
poemas de tan corta vida.
Cernuda, lo hemos leído hasta olvidarnos los ojos,
nos hablaría de ilustres efebos sin nombre,
de prados donde el silencio crece entre los cuerpos,
y nos perdería en su voz, fuente del deseo.
Pero seríamos igualmente tres náufragos en la noche,
sin nadie que nos oyera. Pero si alguien nos oyera
¿nos salvaría? Por los labios
cruza una estrella, una primera canción de rumores de almendro,
un misterio abierto para los ojos abiertos.
Y no, no era la luz lo terrible del amanecer.
No eran las sombras que cantaban frente a tu vista
lo que yo he mirado. Eran rostros de espuma
en una noche sin fin, un terrible peso
más poderoso que el amor.
Para estar realmente solos fue necesario habernos conocido.

Y yo te hablo a ti pero tú a nadie hablabas.
Eras más sabio que yo, escribías desde la muerte.
Otoño tras otoño, a orillas del mismo mar,
buscábamos alguna señal de los ahogados, alguna palabra
que arrojada contra las piedras aún cantara
bajo la sal de los cuerpos podridos.
Y volvíamos desnudos, solitarios en la intemperie,
a nuestro hogar terrestre donde la ropa
temblaba en la cuerda como un fantasma
que clama ser podeído. Y no teníamos 
un cuerpo para ofrecer. Sólo palabras, triste amigo,
besando la brisa de los mares, una eterna soledad.



TRES

Y he creado tu nombre
para inventarme uno propio. Cortinas de humo
para despertar palabras que nadie vea.
¿Y si me vieras cantando, solo, melancólico como un perro viejo,
frente al espejo de mi única herencia,
me seguirías viendo? ¿Dirías: frutos prohibidos?
¿Dirías: victoria del polvo? Y no has de regresar.
Esa fue la primera certeza del poeta. Nadie puede regresar
del país oscuro o claro donde canta la sombra o la luz.
Pero veremos -somos viejos hechiceros-
el beso de los espíritus entre las mismas palabras.
No será un triunfo claro,
apenas alquimias del alma errante
que busca labios que la nombren
entre fríos y cadenas deshabitados.
¿Quién lee ahora lo que no has escrito?
Te he soñado, te pido responder. Debes ser mi ficción, mi fe.
¿Quién ha hecho de la noche el verdugo sin rostro?
¿Quién nos ha hecho creer que la luz nos salva?
Si no lo supimos, nunca lo sabremos. Si no lo sabremos
esta vida
un goce de palabras
una desnudez sin cuerpo.

Toda noche tiene su música oculta.
Es necesario crearse oídos para oírla.
Y eso, nuestro cuerpo y nuestra sangre lo saben,
ya nos ha costado demasiada vida.
Sómos héroes de un ejército perdido.
Somos peregrinos y por ahora
la inmensidad vence. Volveremos a nacer
con el lenguaje de los cuervos. Tornaremos a las felices lágrimas
luego del falso vino de los templos. Y ya no será necesario
ocultar los fantasmas que poseen nuestra razón.
Comprenderemos que jamás, jamás,
jamás, como si no tuviera importancia.

Este es nuestro daño, tiene deseos y soberbia,
pero pide la clemencia de las manos ardientes.
Son insectos de mujeres en el sueño,
son silencios de dioses muertos que retornan,
son bestias de silencio, o bestias de palabras,
son nada, triste amigo, 
pero es nuestra creación.

Y la literatura no tiene importancia
cuando tus ojos nadan extraviados el el océanos de los continentes.
Y tus ojos son nada frente a los continentes sin forma
que han marcado tu cruel partida. Todo es el hombre
y nosotros -¡fantasma, fantasma, fantasma!-
ya no somos sino fantasmas
de lo que hubiéramos podido ser.

Sí, falta el amor, el peligro, la aproximación,
faltan paisajes donde el Sol se alce y nos recorra
y nos vuelva a crear hijos de la Luz.
Derrochamos muerte, nos falta pasión. Volvemos siempre
al pensamiento que se muerde la cola
y muere en las estériles tierras sedientas
donde se estremece la codicia del conocimiento. 




Víctor Redondo (Buenos Aires, 1953)









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