UN DÍA SIN MÉTODO
Como un adicto frágil
esperando su dosis
me adormecí
sobre una almohada
y me tapé la cabeza
con las sabanas
para ya no soñar.
Esas chicas embarazadas
que trepaban eucaliptus
jamás existieron,
eran solo un pliegue de la droga.
Lloré junto a una estufa,
apagada y sin calor,
pero puramente humana.
Si no hay nada que hacer,
mejor estarse quieto,
ir contra
la claridad esclarecida.
Saltará la comadreja un tapial de baja
altura,
reptará la salamandra hasta mi mano
desasida.
Los hombres de los cañaverales
¿eran ellos o nosotros?
La empresa de expresarse
a partir de la necesidad
ya no funciona más.
Gente como vos
debe acostarse
con gente como uno.
Y poder seguir así toda la vida...
Un corazón no es un candado
aunque tenga forma similar
y a veces, cerradura.
SIEMPRE VOS
Cuando te
veía alejarte eras poesía,
novela si
estabas cerca,
un
refranero si me mandabas
un mensaje
de texto,
ciencia
ficción si te volvías
un monstruo
del que yo huía,
la Biblia
cuando te besaba.
Una
biblioteca entera
llena de
incunables
cuando
decías te quiero.
La revista
manoseada
de una
peluquería
cuando no
me dabas bola.
Siempre te
encontraba hermosa,
en cada
fiesta que íbamos
matabas con
tu esplendor.
Tu risa me
hacía reír.
Una sola
palabra tuya era más real
que todos
los libros
que acumulé
en mi vida,
(aunque
dijeras una pavada).
Con este
poema casi termino
mi nuevo
libro de poemas.
Quiero
decir que te amo,
y que me
tengas paciencia
pero la
escritura es un mapa
claveteado
con tachuelas
como las
que se usan en la guerra,
para
definir los sitios ocupados
o que se
están por invadir
y a veces
confunde todo.
Yo solo soy
una isla
a la que se
le puede
entrar por
cualquier lado:
y sus
playas para vos
son
accesibles siempre.
(Además
unos piratas
enterraron
un tesoro
que te
puedo regalar).
No hay
rocas sumergidas
que
destruyan el casco de tu nave.
Vení que
estoy dispuesto a todo
y compartir
lo que quieras.
El sonido
del agua
nos dormirá
un largo rato,
para que al
despertar olvidemos
las cosas
que ya no dan.
SUMA DE EMOCIONES
Diego
cuando llegaba
a su casa
al amanecer,
después de
alguna
de esas
fiestas extendidas
mordía una
pastilla
como un
montonero
ingiriendo
su dosis de veneno
para no ser
capturado vivo
y esperaba
al sueño
pensando en
cuántas chicas
habían
tenido sexo con él.
Las sumaba
a unas y otras,
hacía cuentas
ansiosas,
y se iba
durmiendo.
Jorgelina,
la cocinera,
en un
jardín de inmensas plantas
reclinada
sobre una baranda
lo perfumó
con sus entrañas.
Marcela, de
pelo negro
y rizadas
pestañas,
una tarde
de sol en casa de sus abuelos,
mientras
sacaba
el jugo de
un pomelo
que le
saltó en los ojos.
Marina, con
sus huesos de papel,
casi
dormida en la siesta,
apantallándose
con un diario
personal e
intransferible,
su cuerpo
dorado por el sol
de tantas
tardes a la vera
de una
pileta de agua inmóvil.
Andrea
junto a su perro que la olía,
desnuda
sobre el cemento alisado
de su casa
cheta, era tan liviana
que sus
pasos no se oían.
Virginia,
cuando él tenía 15
-tuvo que
convencerla un largo enero-
después
todo se dio naturalmente,
sus padres
que eran psicólogos le dijeron
que el sexo
a esa edad podía ser traumático.
La luz
entraba al cuarto y Diego
se tapaba y
proseguía sus cuentas
como otros
lo hacen con ovejas
saltando
una tranquera.
Consuelo,
Natalia, Amparo,
Soledad,
Belén, Sandra, Carolina,
Cecilia,
Sonia, Samanta, Juliana,
Sofía,
Esmeralda, Martina, Lucía,
Paz,
Lucrecia, Agustina, Perla,
Diamante,
Isa, Noemí, Patricia,
Gloria,
Michelle, Ana Laura,
Mariela, Tatiana,
Dolores,
Valeria,
Viviana, Paola,
Paulita,
Daniela, Juana,
Romina,
Janina, Ivana,
Florencia,
Luz, Diana, Camila,
Mica,
Catalina, Amalia,
Margarita,
Celeste, Ramona,
Stella
Maris, qué bonita era,
(lo debe
seguir siendo)
una
flaquita medio dark
que iba a
una escuela de música clásica
con su
mochila llena de prendedores,
y un cuerpo
menudo, chiquito,
juntos en
una estación de tren abandonada
debajo de
una estatua de la Virgen
cubierta de
telas de araña.
Y proseguía
la suma,
a veces se
confundía
y volvía a
empezar,
eran como
70, sin contar
a las
mujeres con las que estuvo
de novio.
“Diego, dormite”,
le decía
una voz en su cerebro.
Le gustaba
todo, había estado
con
señoras, algunas muy mayores,
le clavaba
agujas a una chica
que se
copaba con el sado,
después de
azotarla duro,
“Más
fuerte” le pedía ella gimiendo.
Y Diego con
su mano
cansada le
hacía caso.
Y todo ese
mundo mental
se quedaba
flotando ahí en el cuarto,
desplegado
en las paredes de su habitación.
A las
horas, cuando se despertaba
estaba
radiante, feliz, sin resaca.
Tenía por
delante un nuevo día
y miles de
cosas para hacer.
Francisco Garamona
Francisco Garamona nació en Buenos Aires, Argentina, en 1976. Es librero, músico y editor. Entre sus innumerables libros de poemas, podemos citar: El verano (Ediciones Deldiego, Buenos Aires, 2001); Pequeñas urnas (Gog y Magog, Buenos Aires, 2003); Una escuela de la mente (Eloísa
Cartonera, Buenos Aires, 2004);Que contiene láminas (Gog y
Magog, Buenos Aires, 2005); La leche
vaporosa (Vox, Bahía
Blanca, 2006); Un gabinete móvil y
otros poemas (Ediciones Cuneta, Santiago, Chile, 2010); Aledaños del
botánico (Jardín
interior, Medellin, Colombia, 2011); Cuando se comienza: Poesía Reunida 2003-2012 (Eloísa
Cartonera, 2014); Muy de amor (B y F,
2014); Un tesoro local (Ivan Rosado, Rosario, 2015) y Odio la poesía
objetivista (Ivan Rosado, Rosario, 2016); libro al que pertenecen estos poemas.
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