Una ciudad rodeada
de lagos, lagunas y ríos donde
los hombres y mujeres,
los chicos y los ancianos
nadan desnudos, caminan desnudos,
andan desnudos por todos lados,
y en uno de los parques van
y se tiran sobre un pasto mullido
en el que parece haber lugar para todos:
las locas, las familias, los turistas,
los hombres solos, los gerentes de banco,
la cajera de supermercado que sonríe,
las jovencitas, los estudiantes;
y ahí, sobre lo verde, en la costa,
en el agua que espejea la arboleda
se bañan orondos, en aguas lisas;
una vez en el lago, sumergidas,
dos mujeres juegan a pasarse una pelota
y te suman a ese juego inocente:
de pronto estás metido en el triángulo
y la pelota va y viene
(y una te hace una mueca cómplice)
y la pelota va y viene
y de pronto, tras un rato, así
como empezaron a jugar, se van
y te saludan con un leve
movimiento, una inclinación
de cabeza y una sonrisa:
cuando se alejan
ves que la pelota no era de ellas:
flota sola en el lago a la deriva.
Se bañan, van y vienen,
y algunos se miran fijamente
mientras otros duermen o leen
y disfrutan de una especie de ley.
Sus ojos son azules,
sus cuerpos de aceituna
cruzan sigilosos los pastos limpios
y al final, cuando la tarde se curva
para que la tierra se cubra de negro
como si una manta se corriera lenta
se apuran a buscar sus bicicletas,
se sacuden y vuelven al centro de la ciudad,
con el pelo o la piel aún mojados...
pero se irán secando en el camino,
y en un rato atarán sus bicicletas
en patios interiores, entrarán a sus casas
en silencio y también caerá muda
la noche sobre viejos muros,
sobre estaciones vacías en las afueras,
y molinos que siguen girando, solos,
lentamente en un campo a oscuras.
Gerardo Jorge (Buenos Aires, Argentina, 1980)
IMAGEN: Pintura de Antonio Correggio, Leda y el cisne (1537)
No hay comentarios:
Publicar un comentario