A la sombra del ceibo
plantado y señalado junto al
puente
por el que llegan todos al paseo
se abraza una pareja. Ella desaparece en los brazos de él
y recostados sobre el tronco
se confunden los dos con las
raíces.
No hablan o si hablan no se
escucha.
Los barcos van y vienen bajo el
puente,
les pasan multitudes por detrás,
y ellos miran, sin decir, como
ocultos
y abrigados a la vez por la luz
que filtrada les llega en
lamparones.
Hace unos años, una mañana
caminamos, un sábado,
al sol, entre antiguas casas
calladas
donde nadie se había despertado
y llegamos hasta el río que abría
su limpia perspectiva
como un manto al que ir.
Y echados en el pasto
de la otra ribera, siendo
cada uno lo mejor para el otro,
vimos las vías, la torre, el
reloj,
algún auto adelantado llegando,
las pantallas electrónicas,
los restos de basura:
la imagen habitual de cada día
y sobre eso la luz, inoculándole
su vida al paisaje.
De mañana, hace unos años, los
dos
como una parte más de ese lugar,
sin sentimientos de separación.
Y somos de una leve condición,
y son, como la luz,
que es capaz de imprimirse en lo
que toca
y extender la euforia de una hora
con imágenes que duran.
Gerardo Jorge (Buenos Aires, Argentina, 1980)
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