por Tomás Abraham -------Fuente: www.perfil.com (El observador) 17.11.2019.
Por eso, luego de este largo
rodeo nos vamos acercando a la pregunta inicial de ¿qué es Occidente?, a por
qué hemos hablado de China para bordear el interrogante. El filósofo François
Julien nos servirá de guía en esta incursión. Estudió en la misma institución
que Derrida y Foucault, lo hizo dos décadas más tarde, pero ya en los años 70
del siglo pasado comenzó a tomar distancia respecto de su vocación de helenista
y a especializarse en cuestiones griegas, para buscar otros rumbos. Había algo
hartante para Julien en ese sinfín de la filosofía occidental; parecía que el
filósofo de nuestros días no tenía otra tarea que la de asistir a una discusión
variada sobre una misma pendiente, con el placer de palpar esas variaciones,
degustarlas, y ver si con los años era capaz de imaginar nuevas especias para
arrojarlas a la cacerola y condimentar el pantagruélico guiso retórico. Esa
interminable comilona lo había hastiado, y decidió estudiar mandarín.
Monotonía y banalidad.
Fue una decisión extraña para un
egresado de un país filosofante en el que aún en el ámbito de la cultura la
figura del intelectual no había desaparecido y se la confundía con la del
filósofo. Estudiar chino era dejar de ser intelectual sin la garantía de
convertirse por eso en sabio. La trayectoria de Julien es muy conocida, ha
escrito y sigue escribiendo un libro tras otro. Nos da la sensación de que
siempre habla de lo mismo, que la sabiduría china es siempre la misma. Lo que
no es una crítica sino una constatación. La repetición de un mismo gesto es lo
que destaca a las artes marciales orientales; cualquier aprendiz de karate o
yudo o de caligrafía lo sabe, debe hacer lo mismo una y otra vez. Hasta que ya
no sea el mismo. Que él mismo ya no sea el mismo. Es el sujeto el que cambia al
producir siempre un mismo objeto o realizar el mismo gesto. Resulta difícil
comprender que una monotonía sea la fuente de la variación. Monotonía y
banalidad son dos caras de la sabiduría china. Julien resalta la importancia de
la banalidad del pensamiento de Confucio. El sabio chino dice: “El Maestro
dijo: Abordar una cuestión por el lado equivocado es sin duda dañino”
(Analectas 2.16). “El Maestro dijo: El caballero considera el todo en lugar de
las partes. El hombre común considera las partes en lugar del todo” (2.14).
Otro sinólogo, un hombre que no dejó de ser un intelectual de fuste, corajudo y
sutil, me refiero a Simon Leys, apodo literario de Pierre Ryckmans, considerado
uno de los mejores traductores de las Analectas de Confucio, en la edición de
este libro comenta cada uno de estos aforismos breves e insípidos, y sus notas
multiplican por veinte la extensión de los dichos del sabio chino. ¿Cómo se
puede hacer de lo banal una enciclopedia con sus notas y aclaraciones, además
de la fuente básica de un imperio celeste milenario? Acabo de escribir la
palabra “insípido” al referirme a los aforismos, leo: “El Maestro dijo:
“Estudiar sin pensar es inútil. Pensar sin estudiar es peligroso” (2.15).
Llamado.
Cuando leo esto me detengo, no
sigo. Es una sensación análoga a la que se tiene al ver una pintura en un museo
que interrumpe nuestro recorrido, nos detenemos, seguimos unos pasos para
respirar, volvemos, otra vez nos quedamos quietos, necesitamos una pausa, buscamos
un rincón o un asiento, siempre para respirar, no lo hacemos porque nos falte
el aire, sino porque hay un llamado.
Las salas en las que se exhiben
las pinturas se han oscurecido. Hay una sola luz que ilumina un único cuadro.
La frase de Confucio no nos hace conocer algo nuevo, no nos proporciona una
información, no es un consejo ni una advertencia, es un trozo de música. Crea
una atmósfera, un ambiente, pero no tiene olor, no domina, no tiene sabor, no
se impone, no tiene color, no atrae. Nos deja estar, no nos arranca de nosotros
mismos, por el contrario, nos devuelve a casa, es un regreso a lo nuevo. La
lectura de los aforismos de Confucio, como los de Lao Tsé, o El libro de las mutaciones
o el I Ching, no es solo un asunto de erudición; si así fuera, estarían
destinados al exclusivo círculo de los llamados “letrados” o al espacio
académico. Hay algo más en la brevedad de estas sentencias: tienen la densidad
de la experiencia. Debe haber algo en el escucha o en el lector que recibe
estas palabras que les permite ser recibidas. Hay otras palabras dormidas que
se despiertan con el sonido del aforismo; debemos ser algo confucianos para
recibir a Confucio. Simon Leys dice que no hay que olvidar que Confucio no era
confuciano, ni, como se sabe, Marx, marxista. Julien dice que tanto Sócrates
como Confucio son dos de los más grandes exponentes de la cultura oral que
hemos heredado. La oralidad se practica con el cuerpo, con la voz, con la mirada,
con el Maestro. El sabio chino no era doctrinario de sí mismo. Fue un
consejero itinerante de la casta imperial y de la burocracia suprema con suerte
diversa. Escribe Leys: “Confucio ocupó brevemente un cargo de rango inferior;
después de eso, ya nunca en su vida ocupó ningún cargo oficial”. Desde ese
punto de vista, puede afirmarse realmente que la carrera de Confucio fue un
total y colosal fracaso. Una posteridad formada por admiradores y discípulos
fue reacia a contemplar esta dura realidad. El fracaso humillante de un líder
espiritual es siempre una paradoja de lo más perturbadora que difícilmente
puede afrontar la fe ordinaria. (Consideremos de nuevo el caso de Jesús: fue
necesario el paso de 300 años para que los cristianos fuesen capaces de afrontar
la imagen dolorosa de la cruz). Así pues, la trágica realidad de Confucio como
político fracasado fue sustituida por el mito glorioso de Confucio el Maestro
Supremo” (S. Leys, Introducción a las Analectas).
Comprensión e incomprensión.
Hay que ser joven y pujante para
lanzarse al ruedo y decidir aprender mandarín para estar a la altura de los
futuros tiempos. Y que hay ser un soñador para pretender entender el
pensamiento chino y sus miles de años de historia y cultura. Dice el erudito
Marcel Granet: “Cuando se ha intentado describir el sistema de conductas,
concepciones, símbolos que parecen definir la civilización china, quizás en un
momento dado creemos tener el cronómetro listo para resumir en qué consiste la
autoridad moral que ha regido a una enorme masa de gente durante siglos. Y no
logramos sino percibir lo presuntuoso que es definir el espíritu que anima sus
costumbres (…) Toda civilización necesita de una cierta inconsciencia y el
derecho al pudor. Pero el hecho es que nada permitirá, sino por un
allanamiento, penetrar la vida real de la China… Para el indiscreto, las
posibilidades de una buena recepción son nulas, y rarísimas (desdicha mayor
aún) las ocasiones de acertar y ver con claridad (La pensée chinoise, 1934).
Como quien aquí escribe no es joven, menos erudito, y prefiere estar despierto,
renuncia indeclinablemente a la pretensión de entender algo de lo chino, más
aún si es de lo chino en general. Ya le llevó una vida entender algo de la
filosofía francesa y de la historia argentina, y al no ser gato, en el sentido
de adjudicarse siete vidas, lo mejor es transmitir ciertas impresiones. Ya
hemos presentado a François Julien, es un filósofo francés que decidió estudiar
mandarín y filosofía china hace ya casi medio siglo. Tiene derecho a la palabra.
Sin embargo, seríamos demasiado ingenuos si creyéramos que leyendo las decenas
de libros de Julien estaríamos en condiciones de recibirnos de sinólogos,
aunque fuere aficionados. Si Julien interesa, me atrevo a afirmar, es porque se
trata de un francés que habla de China con la formación y la práctica de un
filósofo versado en Platón, Aristóteles, Montaigne…hasta Lacan y que incursiona
en Confucio. Y si despierta nuestra atención es porque lleva a cabo una tarea
comparativa siempre seductora que dice transitar por la cornisa y saltar de un
camino a otro.
Oriente y Occidente.
Podemos alimentar la ilusión de
que gracias a Julien podremos saber la diferencia sustancial entre el
pensamiento occidental y el oriental, lo que ya supone que hay un pensamiento
occidental y otro oriental. Sobre esta base bastante frágil, hay que admitirlo,
es que partimos, para acercarnos al enigma irresuelto de averiguar qué puede
llegar a ser Occidente en el tercer milenio. Julien opone dos orígenes, uno es
el nuestro, es decir el griego. Partimos de la base de que, si bien el
pensamiento es algo más que la filosofía, sin embargo, en lo referente a la
disciplina ateniense, no es injusto otorgarle un lugar de excelencia en lo que
se llamará “civilización occidental”. Polis. Y no porque lo griego fuera
occidental, no lo era, no existía la división de Europa con Asia, los mares
comunicaban culturas y por tierra viajeros y sabios deambulaban lo suficiente
para que Persia, Egipto, Fenicia, Sicilia y las islas del Egeo vieran pasar tejidos
y palabras. Existía el comercio y Atenas era un imperio, pero, y es lo
principal, una polis. La revolución ateniense fue institucional, y esa es la
gran novedad de lo que llamamos Occidente. Entre paréntesis, debemos
agradecerle a Jean Pierre Vernant y a su escuela de antropología de la Grecia
Antigua el habernos enseñado esa lección. La polis fue el primer proyecto
cultural en el que una casta de habla griega decide modificar el sistema de
mando vertical y diseñarlo de otro modo: un círculo con puntos equidistantes
del centro. Desde las asambleas a las falanges militares, se estipuló que
gobernar debía ser un asunto de pares a los que llamamos, vía traductores:
ciudadanos. Si el diagrama de poder tenía la forma de un círculo con un centro
vacío y un ocupante transitorio, de nombre democracia, la palabra también debía
“circular”, es decir convertirse en “opinión”, la doxa. Todas las artes de la
palabra, desde la sofística a la retórica y la filosofía, oscilan y buscan su
identidad de acuerdo a los parámetros que miden el valor de lo que se dice y
cómo se lo dice. Los filósofos se interrogan si la palabra es trampa, engaño,
persuasión, seducción, saber, verdad, memoria, si es justa o injusta,
apariencia o esencia. Julien sostiene que desde ese momento el saber se sube a
una nave que deriva por aguas turbulentas de un viaje eterno que no se fija
nunca y que no llega a puerto alguno. Como un buque fantasma llamado
dialéctica. Para evitar los achaques y mareos de inconclusas discusiones, se
echa un ancla con los nombres de Dios, Verdad, Libertad, Ser, lo que Julien
llama “cuadrante teórico” del saber occidental (Cahiers de L’Herne, F. Julien,
De l’écart a l’inouï, Repères I, 2018). Contra este cuadrante arremete el
filósofo francés convertido en sinólogo.
La larga danza.
Julien no solo es un sinólogo,
sino un desencantado de la filosofía occidental, pero, según parece, no
necesariamente de la vida occidental. La filosofía china se la imagina como una
coreografía, es una danza. La que nace en Grecia, por el contrario, tiene la
estirpe de las falanges militares, de su paso marcial, de su cuerpo a cuerpo y
al choque. Dice que la China es una figura ideal para encarar nuestro
pensamiento desde el exterior (Le détour et l’accés. Strátegie du sens en
Chine, en Grèce, 1995). Emplea dos palabras para fijar las diferencias entre lo
chino y lo griego. Los filósofos griegos se preocupan por definir los términos,
y los confucianos por modular las frases. Por eso unos marchan y otros danzan.
En otros textos dice que los filósofos occidentales “asignan” diferencias, dan
un lugar a cada cosa y una cosa por lugar, no conocen el gusto de la insipidez
porque todo lo dividen en dulce o salado. No tienen idea del arte de la alusión
ni el de la elusión, el de la finta y el del rodeo, el de la pasividad y el
silencio, el del vacío. Todo en Occidente es de frente y a los gritos, se
marcan la separación y el encasillamiento, la fusión o la exclusión. Se trata
de otra variante de la crítica al pensamiento binario, de ahí el respeto y admiración
de Julien por la obra de Gilles Deleuze, lo que ascendería al autor del El
Antiedipo al puesto de maestro esquizotaoísta. Julien recuerda que el abismo
entre Grecia y China como emblemas identitarios de la diferencia cultural se
basa en que la filosofía naciente separa al Ser en dos. Apariencia y esencia
que logran su mejor expresión en el mundo de las ideas de Platón. Mientras los
chinos no tienen el más allá respecto del aquí y ahora, sino una sola realidad,
una inmanencia, el mundo del continuo cambio, en el que nada permanece, todo
trasmuta, y de una moral y una política flexibles dispuestas a adecuarse a las
circunstancias, no con el fin de someterse a ellas, sino, aunque parezca
paradójico, para eventualmente modificarlas. El cambio, la variación continua,
como decía Deleuze, El libro de las mutaciones frente a La República de Platón
y el corpus aristotélico. Hablamos del I Ching, obra maestra de generaciones de
occidentales que tiran los dados para ver qué sale; un horóscopo sofisticado,
un oráculo doméstico.
Basta leer el gran libro de los
sortilegios para no entender nada salvo disfrutar de sus imágenes. Estamos más
desorientados que Edipo en Corinto. “El Acercamiento tiene elevado éxito. ” Es
propicia la perseverancia. ” Al llegar el octavo mes habrá desventura”. El
ansioso consultor al leer este aforismo oracular, duda, por ejemplo, en invitar
o no invitar al cine a una señorita –para emplear otra imagen milenaria– y
piensa en qué puede acontecer en las Navidades a partir de abril. A veces la
suerte depara que haya especialistas en el I Ching que con prudencia nos
aconsejan que no salgamos de inmediato a la calle para un acting out de
consecuencias imprevisibles. Julien, en principio menos ingenuo, se fascina con
esta idea mutante, azarosa, de una cosmovisión sin Dios que castigue, ni Dios
crucificado, ni de morales de abstinencia, de pecado, de perdón, de
arrodillarse. Granet dice que si se quiere resumir el pensamiento chino lo
mejor es por la negativa: ni Dios ni ley. Pero el traductor del I Ching al
alemán, fuente de todas las traducciones conocidas, el estudioso Richard
Wilhelm, habla de un parentesco entre la teoría de las ideas de Platón y la
teoría de los gérmenes de Lao Tsé (R. Wilhem: Lao Tsé y las enseñanzas del Tao,
ed. Simientes,1977).
Lao, Platón, Plotino.
Intentar comprender la teoría de
los gérmenes de Lao Tsé y sus correspondencias con Platón y Plotino es una
tarea preciosa para la escolástica universal, para los cabalistas, los
especialistas en esoterismo y ciencias ocultas, para la escuela holística y
para los centros de energía espiritual. Julien no parece pertenecer a ese
ámbito, sigue siendo un escritor de filosofía “à la mode de Paris”, que decidió
desterrar su pensamiento de su lugar de procedencia y embarcarse en este largo
viaje al Extremo Oriente. Por eso no se interesa tanto por los cruces entre
Erasmo con Loyola y Calvino, o los encuentros entre Rousseau y Hume, o el
debate de Chomsky con Foucault, sino por el mítico encuentro entre Lao Tsé y
Kung Tsé (Confucio). Pero Julien no se traga el ensopado de pescado
junto con las espinas. Admite que el arte elusivo de los chinos, su elegancia
alusiva, la comunicación indirecta, a veces no consiguen sus objetivos. Es de
consenso generalizado que la prédica de Confucio le da al César lo que es del
César porque al Tao no hay nada que darle salvo el no perturbar el camino (tao)
de lo que se va dando –gerundio del devenir–; muchas veces cuando un letrado
pretende insinuarle al jerarca un cambio de procedimiento, debe darle tantas
vueltas a su verba que todo quedará igual y el emperador dormido. El sistema de
metáforas se vuelve tan creativo que pierde su objetivo y el don poético se
vuelve antipolítico. No por eso Julien recomienda expresarse como el presidente
Donald Trump. En síntesis, para dejar a la China de Julien en cuanto símbolo
del Otro de Occidente, una alteridad en la que el individuo deja su lugar al
grupo, el hijo al padre, el joven al anciano, la libertad al poder, una cultura
en la que, dice Julien, no hay “angustia de influencia” –para emplear una idea
de Harold Bloom–, en la que la tradición no se vive como un agujero negro en el
que se disuelve nuestra singularidad, una cultura en la que la dependencia se
piensa como pertenencia y la rebeldía como falta de respeto y dislocación del tao,
diremos unas palabras más sobre otro filósofo, esta vez estadounidense, de
visita en China.
Rorty.
Se trata del bueno de Richard
Rorty. No debe haber en la historia de la filosofía contemporánea un filósofo
que sea tan receptivo a conversar con todos, sobre todo. Es un verdadero
liberal que pone en práctica la idea de que una conversación en el sentido
filosófico no es un intercambio de gentilezas sino un ejercicio de franqueza, y
no un combate en el que se debe salir ganador. Por el hecho simple de que no se
pierde una batalla cultural, a lo sumo se reconoce el interés que despierta el
punto de vista del otro y no se siente menoscabo alguno en cambiar de idea. Por
lo que se llega suelto al convite. Es lo que sucedió en China entre un grupo de
colegas de aquel país que lo invitaron a debatir sobre las relaciones entre el
confucianismo y el pragmatismo (R. Rorty, Pragmatism and Confucianism, 2009).
Después de las exposiciones de todos los intervinientes en el simposio, le
piden a Rorty responder y comentar cada una de las disertaciones. Agradece los
elogios y el interés que despierta su obra, pero les pide que no desesperen en
compensar las críticas que pueden hacerles. No cree en hilar fino para
encontrar en la palabra “relativismo” aspectos positivos y de ese modo
permitirle ser un relativista sin pecado, no cree que sea una tarea necesaria
ni urgente para su salvación. No le importa ser relativista, solo piensa que la
búsqueda de un vocabulario que se ajuste a las cosas y se imprima sobre la
estructura y los procesos de una mentada realidad es una tarea que no es la
suya. No es un buscador de transparencias. Lo que le interesa es inquirir cuál
es el vocabulario que responde a los fines que los hombres se proponen. No sabe
si eso lo hace relativista. Y agradece los cumplidos por los cuales lo ubican a
la altura del sabio Confucio, pero también cree que es exagerado decir que
“Rorty sin Confucio es un vacío, Confucio sin Rorty es ceguera”, como lo hizo
uno de los expositores. Señala que no es muy proclive a comparar tradiciones ni
a distribuir méritos y falencias entre Aristóteles y Confucio. Respecto de
sostener que Aristóteles debió prestarle más atención a la piedad filial y que
Confucio soslayó el problema de la justicia distributiva, le parece que críticas
de tal calibre no son fecundas. Le parece más útil preguntarse qué aspectos
contingentes de la historia de las sociedades en las que vivían estos
pensadores les hicieron proponer lo que propusieron, resaltar ciertos rasgos en
detrimento de otros, unas instituciones y no otras, y pensar las relaciones
entre los pensadores del pasado y las necesidades contemporáneas para ver qué
características vale la pena imitar. Cree que el problema de saber acerca de la
importancia de la piedad filial tal como lo pensaba Confucio como el valor
moral de la castidad para los teólogos cristianos no se resuelve investigando
sobre el alma humana, sino mediante el estudio de las sociedades en las cuales
fueron encomiadas. Pero no por remitir al estudio del contexto histórico, por
un supuesto relativismo que puede dar la idea de que no hace más que lavarse
las manos y soslayar una posición teórica o moral, deja de dar su punto de
vista; estima que obligaciones desmedidas hacia los padres pueden incentivar
“una poco saludable” sensación de que no hay que rebelarse contra instituciones
muchas veces anacrónicas. No está de acuerdo con un exagerado respeto por la
tradición ni con la idea confuciana de que el orden público es un fin en sí
mismo. En la tradición pragmatista a la que dice pertenecer, el orden es un
medio para el desarrollo de los individuos en su singularidad. Sabe que la
recién mencionada es una idea del romanticismo, y que en lo que respecta a las
cuestiones morales prefiere la cita de Shelley recordada por John Dewey: “La
imaginación es el instrumento principal del bien moral”. Por eso, de acuerdo a
su punto de vista, la moralidad no tiene por qué circunscribirse al respeto por
los mayores, por ejemplo, sino inspirarse en vidas que nos seducen. Y esta
seducción se mide por una pregunta límite: ¿podré soportarme a mí mismo si hago
tal o cual cosa? De ahí, para Rorty, la importancia de las narrativas antes que
de las teorías para inculcar sentimientos y preferencias morales. Yoes.
Confiesa que sus héroes son personajes como Blake, Kierkegaard, Nietzsche,
Wittgenstein, y que ninguno de ellos albergaba “yoes” armoniosos. Eran
especialistas en disonancias y pensaban que la armonía está endemoniada, por lo
que el caos y el equilibrio son útiles para toda dialéctica. La finalidad es,
para él, después de todo, enriquecer las vías del habla y de la escritura para
incrementar nuevas formas posibles de vida. Tampoco adhiere a la idea de una
naturaleza como un todo armónico en el que vivimos; su sensación ante el
universo tiene más que ver con la percepción aterrorizada de Pascal, la de un
vasto silencio en el cual las estrellas circulan ciegamente.
Tomás Abraham (Filósofo
argentino, nacido en Rumania, en 1946.)
- Profesor de filosofía de L'ècole des Roches. Normandía. Francia. 1970
- Profesor asociado de Filosofía. Facultad de Psicología. Universidad del Salvador- 1983-1986
- Profesor titular de Introducción a la filosofía. Facultad de Psicología. UBA. 1984-1987.
- Profesor titular de Prblemas filosóficos del CBC-UBA 1985-1998
- Profesor titular regular de Filosofìa CBC-UBA 1998-2011
- Profesor titular de Espacios de Poder/ Espacios de Saber. Facultad de
- Arquitectura-UBA. 1986- hasta la fecha.
- Director y Profesor del Colegio Argentino de Filosofía. Buenos Aires. 1984-1992
- Profesor titular de Introducción al Pensamiento Científico. CBC-UBA- 1990-1995
- Director de Licenciatura distancia en la Facultad e Humanidades de la Universidad de Mar del Plata.
- Director de la Maestría a distancia " Poder, trabajo y sociedad" en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Plata.
- ( Durante la dictadura del Proceso): Profesor de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. 1978-79
- Profesor de Filosofia en Aletheia. Institución para la formación de Psicoanalistas. 1979-80
- Profesor de grupos de estudio privados sobre la obra de Gilles Deleuze.
- Profesor invitado a las Universidades de Campinhas, Sao Paulo, Salvador Bahía, Montevideo, Católica de Lima, Autónoma de Barcelona, y las principales del interior del país.
- Director y fundador de la revista de Ensayo negro La Caja ( 1992-1995)
- Profesor Honoris Causa de la Universidad de Salta, mayo del 2007.
- Profesor de Maestría a Distancia curso Filosofía y política Instituto de Estudios Críticos, DF, Méjico. 2007-2008
- Coordinador del Centro de Estudios Muncipales y Provinciales (CEMUPRO) presidido por el Gobernador de la Pcia de Santa Fe Hermes Binner.
- Director del Seminario de los Jueves (grupo de aficionados a la filosofía que estudian juntos), 1995-2015.
- Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires
- Doctor Honoris Causa de la Universidad de Tibiscus, Timisoara (Rumania)
Libros: - Pensadores bajos, Buenos Aires, Catálogos, 1987.
- Foucault y la ética (comp. y coautor), Buenos Aires, Biblos, 1989.
- Los senderos de Foucault, Buenos Aires, Nueva Visión, 1990.
- La guerra del amor, Buenos Aires, Planeta, 1992.
- Historias de la Argentina deseada, Buenos Aires, Sudamericana, 1994.
- Batallas éticas (incluye trabajos de A. Badiou y R. Rorty), Buenos Aires, Nueva Visión, 1995.
- El último oficio de Nietzsche, Buenos Aires, Sudamericana, 1996.
- La aldea local, Buenos Aires, EUDEBA y El Amante Cine, 1997.
- Vidas filosóficas (comp y coautor), Buenos Aires, EUDEBA, 1999
- Pensadores bajos y otros escritos, Buenos Aires, Catálogos, 2000
- La empresa de vivir, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
- Pensamiento rápido, Buenos Aires, Sudamericana, 2001
- Tensiones filosóficas (compilador y coautor), Sudamericana, 2001
- Situaciones postales, (finalista XXX Premio Anagrama de Ensayo),
Barcelona, Anagrama, 2002. Jurado compuesto por: Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Vicente Verdú y el editor Jorge Herralde. - El último Foucault (compilador y coautor), Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
- Fricciones ( Sudamericana 2004)
- La guerra del amor. Ediciones Dilema, Madrid, 2005.
- La máquina Deleuze (coautor y compilador),Buenos Aires, Sudamericana 2006
- El presente absoluto,Buenos Aires, Sudamericana 2007
- Historia de una Biblioteca , Buenos Aires, Sudamericana 2010
- El amigo americano (Richard Rorty). editorial Quadrata- 2010.
- La lechuza y el caracol, Sudamericana 2012
- Platón en el callejón con el Seminario de los jueves( 2012)
- NO y las sombras (2013)
- Griegos en disputa , Buenos Aires, Sudamericana, 2014
- Shakespeare el antifilosófo, Sudamericana, 2014
- La dificultad (Novela) , Buenos Aires, Penguin - Random House, 2015
- Mis héroes (Ensayo de admiración) 2016
- El deseo de revolución 2017
- La máscara Foucault, Paidós, 2019
- Aburrimiento y entusiasmo (y otras cuestiones filosóficas). Edición Digital Indie Libros (2021)
Columnista de periódicos y revistas nacionales e internacionales.
(Biografía tomada de su página).
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