Por Pablo Maurette---------(Fuente www.perfil.com)
(Cultura-Ensayo)
El ensayista y novelista argentino analiza esta vez el
peso en la cultura del músculo del cordón espermático gracias al cual los
testículos cuelgan en el escroto, es decir el músculo que gobierna el conflicto
de género, la última línea divisoria entre lo masculino y lo femenino. “Al ser
un órgano que se alarga y se contrae, podemos decir que el músculo cremaster
posibilita el descenso de los testículos, como el de Orfeo al Infierno."
Para Aristóteles no había duda, primero viene el huevo y después la
gallina. La potencia precede al acto. De dónde salió ese huevo originario es
otra historia. Acaso Aristóteles secretamente fuese órfico y adhiriese a la
teoría del huevo primordial del que surgió el universo. El filósofo era oriundo
de Macedonia, no muy lejos de Piería, la patria de Orfeo. Lo imagino de niño en
su pueblo, Estagira, con la polimatía energúmena que caracterizaría a su
pensamiento adulto ya manifestándose en potencia como una curiosidad
insaciable. Me lo imagino escuchando cuentos de su madre, tal vez aquel de cuando
Orfeo bajó al infierno a rescatar a su mujer. Tras convencer a Hades con su
música irresistible, refiere el mito, Orfeo emprendió el regreso a la tierra
seguido de Eurídice. Pero justo antes de llegar, el primer poeta se dio vuelta
para ver a su mujer violando la única condición del pacto con el dios del
inframundo, y la perdió para siempre. Cuenta también la leyenda que Orfeo juró
no volver a tocar a una mujer y reconfiguró su libido orientándola hacia los
varones. Así fue como inventó la pederastia, deporte nacional de la Grecia
clásica. Imagino al niño Aristóteles que escucha el cuento fascinado y le
pregunta a su madre por qué algunos hombres prefieren copular con hombres y
otros con mujeres.
En sus obras de genética y zoología, Aristóteles se ocupó del tema de la
diferencia de sexo. La mujer es mujer, dice en Sobre la generación de los
animales, la causa de una cierta inhabilidad: debido a la frialdad de su
organismo, carecen de la capacidad de producir semen y, en vez, producen sangre
menstrual. Para el filósofo, la generación de la hembra es consecuencia de una
desviación. La cría, cuanto más parecida al padre, más se acerca a la
perfección. La hembra es, por ende, una versión deforme del macho, una
aberración biológica que sin embargo se encuadra en el orden natural. Hoy
sabemos que, si se debe hablar de desviación, es el cromosoma Y el que
representa una torcedura durante la odisea de la gestación.
En su exploración de la naturaleza, Aristóteles recurre en similar
medida a la observación directa y al estudio de autoridades del pasado. Por
ejemplo, también en Sobre la generación de los animales, cita los poemas
órficos y dice que el proceso mediante el cual se forma el animal se asemeja al
trenzado de una red. Imagino el deleite del filósofo si volviese del mundo de
los muertos y se enterase de que una de las claves para develar el misterio de
la distinción entre los sexos está en uno de los pliegues de la fascia, esa
urdimbre sutilísima que conecta todo el cuerpo.
En el siglo XVII, los pioneros de la anatomía moderna descubrieron y
describieron el músculo cremaster (del griego, “suspensor”). Cremaster es el
músculo del cordón espermático gracias al cual los testículos cuelgan en el
escroto. Su función consiste en contraer los testes y devolverlos al interior
del cuerpo cuando hace frío, en situaciones de peligro, o durante el coito a
fin de protegerlos de cualquier potencial agresión que ponga en riesgo la
eyaculación. Los dos músculos cremaster (uno a cada lado del cuerpo) se
insertan en la túnica vaginal, una membrana serosa que recubre los testículos y
que surge durante el llamado “proceso vaginal” del peritoneo, que es la
antesala del descenso de los testes del abdomen a la bolsa escrotal. Este
descenso suele suceder durante el séptimo mes de gestación y es el acto
inaugural del músculo cremaster. La distinción de sexo en el embrión, cabe
aclarar, ya estaba determinada desde el segundo mes. Una de las instancias
cruciales en el proceso de diferenciación sexual es el pliegue labio-escrotal,
cuando el embrión desarrolla ya sea los labios mayores o el escroto.
En el Ciclo Cremaster,
obra del artista Matthew Barney, el músculo en cuestión adquiere cualidades
alegóricas. El ciclo es un proyecto babilónico compuesto por cinco films,
fotos, esculturas e instalaciones, que se desarrolló en 1994 y 2002. Para
Barney, cremaster es el músculo que gobierna el conflicto de género, la última
línea divisoria entre lo masculino y lo femenino. Pero el músculo también le da
sentido al ciclo por ser una figura del ascenso y del descenso, los dos
movimientos que articulan el proyecto. En Cremaster 1, por ejemplo, dos
dirigibles volando juntos representan la hinchazón labio-escrotal que precede a
la diferenciación de los sexos. Cremaster 3, por su parte, transcurre al ritmo
de ascensos y descensos durante la construcción del edificio Chrysler, en Nueva
York. El ciclo procede de la instancia de máximo ascenso (Cremaster 1) a la de
mayor descenso (Cremaster 5). En este sentido, representa una catábasis. Pero
también es un viaje de la potencia al acto, de la indistinción sexual absoluta,
a la diferenciación completa, aunque nunca definitiva. Al ser un órgano
que se alarga y se contrae, podemos decir que el músculo cremaster posibilita
que el descenso de los testículos, como el de Orfeo al Infierno, sea la primera
fase en un viaje de ida y vuelta. Gracias a este mecanismo de suspensión, ese
embrión de sexo indistinto que alguna vez fuimos, todavía somos. En otras
palabras, al permitirle al varón esconder los testículos, el músculo funciona
como recordatorio espontáneo de ese período de indistinción pregenital y afirma
la naturaleza fluida y oscilante que se esconde detrás de esa ficción
monolítica conocida como “género”. Con esto en mente, la imagen icónica de la
cortesana Filis montada sobre Aristóteles, que el medioevo y el renacimiento
copiaron hasta el hartazgo para ilustrar la facilidad con que las tentaciones
de la carne se imponen sobre la inteligencia, adquiere otra significación.
Pablo Maurette. Ensayista y profesor de literatura comparada.
Tiene una Licenciatura en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, un
Master en Griego Bizantino por la Universidad de Londres, y un Doctorado en
Literatura Comparada por la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill.
Publicó numerosos artículos en revistas especializadas, al igual que un gran
número de notas en los periódicos más importantes de Argentina (Clarín, La
Nación, Perfil). En 2015 publicó El sentido olvidado: ensayos sobre el tacto
(Mardulce), su primer libro, cuya edición en inglés apareció en 2018 (The
Forgotten Sense: Meditations on Touch, University of Chicago Press). Este año
salió de imprenta su segundo libro de ensayos, La carne viva (Mardulce). A
fines de 2017 lanzó la iniciativa #Dante2018, una lectura integral de La divina
comedia vía redes sociales que tuvo repercusión internacional y masiva.
Actualmente es becario en el Centro de Estudios de Renacimiento Italiano de la
Universidad de Harvard y vive en Florencia.
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