POR DANIEL GIGENA -----Fuente www.perfil.com Cultura.-06-12-2020
El centenario de la escritora brasileña es la excusa para
revisar no sólo la vigencia de una obra extraordinaria, sino también las
aristas de una vocación literaria única que crece con nuevas lecturas,
generaciones y las transformaciones a escala planetaria; esa frágil vibración
que Lispector supo percibir de manera más profunda y más terriblemente bella
que otros.
Nació en Ucrania, “en una pequeña
aldea llamada Tchechelnik, que no figura en el mapa de tan pequeña e
insignificante”, según declaró, y llegó con sus padres y hermanas a Maceió, en
el nordeste brasileño, en 1922, con apenas 15 meses de vida. “Soy brasileña,
pronto y punto”, escribiría años más tarde en una crónica autobiográfica. Pese
a la pobreza y a la enfermedad de su madre, tuvo una infancia feliz como chica
de la calle. “Yo… Yo… Estaba tan viva”, recordó. Devoraba libros y tardó en
comprender que alguien los escribía. A los veintiún años, con el dinero de su
primer sueldo como reportera de una agencia, compró su primer libro, Felicidad,
de Katherine Mansfield. En la librería, descubrió que aquel era un mundo “en el
que le gustaría vivir”. Y allí se quedó. El próximo jueves el mundo de las
letras celebra el centésimo aniversario del nacimiento de Clarice Lispector, la
escritora brasileña que transformó la lengua portuguesa a fuerza de misterio.
Un día antes se conmemora el 43º aniversario de su muerte, que tuvo lugar el 9
de diciembre de 1977. Una de las casas editoriales argentinas de Lispector,
Corregidor, llegará este año a los 13 títulos de la escritora. Esta semana se
lanzará La pasión según G.H., con traducción de Gonzalo Aguilar, y la
semana siguiente, Lazos de familia, en versión de Luz Horne Lazos.
Además, publicará El arte de pensar sin riesgos. 100 años de Clarice
Lispector, volumen a cargo de Mariela Méndez, Claudia Darrigrandi y
Macarena Mallea, con contribuciones de investigadores e investigadoras de
América Latina y Estados Unidos, en español y portugués. Este jueves, en el
marco de la celebración internacional La Hora de Clarice, que se podrá
seguir en redes sociales, Corregidor organizó dos charlas entre especialistas
nacionales e internacionales en la obra lispectoriana. Lectores y fans de la
autora de Cerca del corazón salvaje podrán asistir a los encuentros de Nuestra
Clarice desde la cuenta @corregidorcom, en Instagram. A las 14, conversarán
Florencia Garramuño, Márgara Russoto, desde Italia, y la venezolana Eleonora
Cróquer Pedrón, y a las 16, Griselle Merced Hernéndez, desde Puerto Rico, Laura
Cabezas y Macarena Mallea, desde Chile. La intimidad del mundo. Lispector
publicó La pasión según G.H. en 1964, año en que comenzó la dictadura
militar en su país. Está protagonizada por una mujer y una cucaracha. “Nuca me
desahogué en un libro –declaró la autora–. ¡Para eso están los amigos! Quiero
la cosa en sí”. Esa novela, que la consagró como escritora y motivó el
relanzamiento de sus libros anteriores en Brasil, tendrá una nueva versión al
español, a cargo de Gonzalo Aguilar. “El primer libro de Clarice que publicamos
en la colección Vereda Brasil fue La araña –dice Aguilar, ensayista y
codirector de la colección con Garramuño. Había sido publicado en 1977, cuando
Clarice estuvo en Buenos Aires para participar en la Feria del Libro, y formó
parte de una serie de novelas y libros de cuentos que publicaron, además de
Corregidor, Santiago Rueda y Sudamericana”. Después de La araña vinieron
otros libros suyos en la colección y dieron forma a la Biblioteca Lispector.
“Este año publicamos cuatro: Cerca del corazón salvaje, Agua viva, La pasión
según G.H. y Lazos de familia –agrega Aguilar–. El interés por la
literatura de Clarice viene del hecho de que es una de las indagaciones más
radicales de la narrativa moderna acerca de las relaciones entre vida orgánica
y vida social, cuerpo y lenguaje, experimentación y relato, pobreza y
experiencia. Además, fue una de las primeras escritoras que desplazaron al mal
llamado narrador omnisciente (patriarcal, escondido en una objetividad,
incorpóreo) para construir narradores que encarnan una percepción femenina del
mundo para trastocar las ideas que tenemos de la intimidad, los afectos y las
relaciones entre las personas
‘El mundo de afuera también es
íntimo’, dijo Clarice una vez, y con su literatura transformó para siempre el
mundo de afuera y también el de adentro”. Mario Cámara, investigador del
Conicet y profesor de Literatura Brasileña en la Universidad de Buenos Aires,
tradujo la novela Agua viva. “Con esa obra, de 1973, volvió a descolocar
a lectoras y lectores –indica–. La experiencia de la traducción suele
intensificar nuestra lectura, por ello, mientras la traducía percibía la
potencia desafiante de una prosa que no se ajustaba a ninguna clasificación.
Sin embargo, y quizá de forma paradójica, al mismo tiempo que esta escritura
desafía los límites de la literatura, solo la literatura podía contenerla. Dirigida
a un otro que también somos nosotros, Agua viva es la historia de una
experiencia doble. La protagonista, una artista visual, ensaya una escritura
que tenga la consistencia de un sustrato vibrante, de un ‘canto gregoriano’,
como dirá casi al comienzo, y a la vez procura hacernos conocer su contacto con
un mundo expandido, habitado por animales, plantas y cosas”. Para el autor de Restos
épicos: la literatura y el arte en el cambio de época, en esta novela se
puede captar un dilema que recorre la literatura de Clarice, “el de una palabra
que navega sometida a un doble y contradictorio régimen de existencia: dura
materia viviente que despliega sonidos encantatorios y dadora de vidas
inauditas”. Escritura insurrecta. Desde su juventud, Lispector trabajó
como cronista para distintos medios gráficos brasileños. Su obra de no ficción
se conoce en el país gracias al sello Adriana Hidalgo, que publicó Descubrimientos
y Revelación de un mundo, con traducciones de Claudia Solans y Amalia Sato,
respectivamente. “Fue una experiencia de mucho compromiso traducir, prologar y
sobre todo seleccionar para la editorial las crónicas publicadas entre 1967 y
1973 en el Jornal do Brasil –confía Sato–. Lamenté no haber incluido entonces
la dedicada a Lúcio Cardoso, figura esencial en la vida y formación de Clarice
pero no tan conocida entre nosotros. Nombres valiosos se entrelazan en este
contacto mío con ella: una charla con Juan García Gayo, donde honrando la
memoria de su esposa brasileña me contaba cómo lo había ayudado a capturar los
peculiares giros de la prosa de Lispector. Fue justamente él, con Haydeé Jofre
Barroso, el que dio inicio a la circulación de buenas traducciones en los años
70. Agrego a Nádia Battella Gotlib, la gran especialista”. Adriana Hidalgo
publicó, de esta investigadora brasileña, el imprescindible Clarice. Una
vida que se cuenta, biografía literaria que tradujo Álvaro Abós. Sato
asocia su experiencia de traducción de Lispector a una alteración en el ritmo
de la respiración. “Registro ese uso particular de las preposiciones, el buen
oído para las cadencias del habla nordestina, que no solo en ella sino también
en otros grandes autores brasileños propicia la creación de universos potentes.
Imperdible el coro de empleadas domésticas en una de las crónicas, anticipo de
la Macabea de La hora de la estrella, su última novela. Y no quiero
dejar de nombrar a Alberto Dines, el editor del Jornal do Brasil, que durante
esos siete años amparó el encuentro semanal sabatino de una legión de lectores
con la escritura insurrecta de Clarice”. Para la profesora
brasileña Mara Paulina Arruda Wolff, Lispector es patrimonio nacional. “Es una
de las escritoras más leídas en Brasil –dice, desde São José, en Santa
Catarina–. Clarice creó en la lengua portuguesa una literatura de calidad. Su
escritura es un movimiento continuo que nos sorprende con cada obra que leemos
y los enigmas de su obra son del orden de aquellos autores que tienen un ojo en
la palabra escrita y otro ojo en la vida real. Clarice no bromea. Es nómada. Va
y viene en un lenguaje cuidadoso, misterioso, profundo, tan aterrador como
sencillo”. En la Argentina, Lispector es una de las autoras extranjeras
más amadas por lectores, críticos y nuevas generaciones de escritores. “Leer a
Clarice Lispector es como observar siluetas bajo el agua en ese instante breve
en el que se aguanta la respiración –grafica la narradora Valentina Vidal–. Es
la experiencia de los sentidos, porque ella escribe con el cuerpo arremolinado
en la incertidumbre. Cada párrafo arroja la luz de una prosa que no se ajusta a
la forma y que reinventa con un lenguaje de sensualidad inherente. Es un reto
dulce a las formas de la narración. En U n
aprendizaje o el libro de los placeres, su escritura empieza con una coma y
una minúscula. Se ofrece. Trata la palabra con belleza y abre un recorrido
donde lo absoluto no es una opción, no sin cierta melancolía de la pérdida”.
Para la autora de Fuerza magnética, las búsquedas de Lispector nutren y
estimulan, “porque nunca se cansó de profundizar en sus emociones como
combustible necesario para su despliegue y leerla, de alguna manera, otorga
valentía para fluir, demuestra que asumir riesgos trae consigo transparencia y
honestidad”. Si bien disfrutó de la fama en los últimos años, evitaba
mitificarse. “Soy una mujer que sufre, como todas las personas del mundo, los
mismos dolores y las mismas ansiedades –declaró–. Nunca pretendí asumir una
actitud de superintelectual. Nunca pretendí asumir actitud ninguna. Llevo una
vida cualquiera. Crío a mis hijos y cuido de mi casa. Me gusta ver a mis
amigos, el resto es mito”. Es otra de las razones por las que queremos tanto a
Clarice Lispector.
Inauguración del futuro
Florencia Garramuño*
En el centenario de su
nacimiento, la literatura de Clarice Lispector ha alcanzado una enorme
popularidad que contrasta de modo dramático con la recepción que su obra
recibió en sus comienzos. “A massa ainda comerá o meu biscoito fino”, la
predicción que Oswald de Andrade lanzó sobre su propia literatura, también se
cumplió para la literatura de Clarice. Hoy los libros de Lispector son
traducidos una y otra vez a diferentes lenguas, y cierto tono clariceano,
podríamos decir, impregna una sensibilidad contemporánea para la que su
escritura aparece mucho menos exótica o rara de lo que fue percibida en sus
comienzos, cuando emergía de un terreno fértil en textos regidos por un
“instinto nacional”, según la frase famosa de Machado de Assis. ¿A qué se
debe esta transformación? Las razones son muchas, y hay diversos caminos de
investigación para analizar este fenómeno. Esquemáticamente, el itinerario que
más me interesa explorar supone interrogar una transformación de la propia
literatura de Clarice Lispector, desde sus primeras novelas hasta sus últimos
textos. En estos últimos, la debilitación de una trama narrativa y la
incorporación de referencias biográficas tienden a construir una intriga que
parece desnudarse de sus constricciones formales y ficcionales, como si se
escribiera, como ella misma lo propuso, “con un mínimo de trucos”. Se trata de
un tipo de literatura que encuentra en el sostén biográfico y, a veces, incluso
autobiográfico, no tanto la forma de narrar una vida en particular, sino el
modo de narrar la vida como una fuerza impersonal que, si por momentos necesita
concretarse, para su relato, en un sujeto, lo hace de modo que este solo
implica el sostén de una vida irreductible a la forma individual. En sus
primeros textos, Lispector inventa una lengua propia, rica en metáforas
inusuales, cambios metonímicos y efectos de extrañamiento, producidos por un
flujo narrativo caracterizado por la descripción alusiva y la atención otorgada
a detalles sensoriales. La potencia de su invención narrativa será reconocida y
profundizada a lo largo de los años, pero esa torsión, esa intervención radical
en la lengua portuguesa, aunque permanece, se va enrareciendo en sus textos
posteriores, como si haber alcanzado la radicalidad más extrema que caracteriza
su ficción posterior hubiera en cierto sentido aplacado esa furia primigenia de
intervención en la lengua. En estos últimos textos, las tramas ralas, los
juegos de perspectiva, la transformación absoluta en la construcción de
personajes, parecen dejar en un relativo segundo plano a la lengua, que se
vuelve más común, más banal, menos extraña en sus relaciones. Otro modo
de comprender la escritura de Lispector se hace evidente a partir de Agua viva,
publicada en 1973. Allí ya es innegable el abandono del molde tradicional de la
novela en una escritura que, sin haber dejado de ocuparse de estados
interiores, conjuga esta preocupación con algo definitivamente diferente y
hasta opuesto: la preocupación por una cierta exterioridad de la escritura que
se concentra tanto en descripciones de cosas y objetos como en la incorporación
de fragmentos sobre animales, flores y hechos, que no encuentran justificación
evidente para su inclusión en una trama que, por lo demás, ya ha dejado de
existir en tanto tal, esto es, en tanto articulación de una historia en torno a
un planteo, nudo, desarrollo y fin. De algún modo, esa transformación podría
entenderse como, para tomar los términos de Lispector en una crónica de los
años 60, una “inauguración del futuro”. Tal vez la fascinación contemporánea
por la literatura de Lispector pueda ser vista como síntoma de una insatisfacción
de la literatura contemporánea con géneros definidos y estructurados que se
concentran en historias individuales, como síntomas de una insatisfacción de la
cultura contemporánea por las formas individualizantes y estables y un deseo,
una pulsión, por formas más comunes e impersonales que logren narrar, contener
e imaginar, más allá del individuo, la noción de una experiencia ajena y al
mismo tiempo íntima a la que el mundo contemporáneo nos confronta. Si no se
trata de un síntoma, lo cierto es que, al haber llegado al hueso desnudo
de la narración, al haber llevado la literatura a poder decirlo todo sobre lo
humano, como señaló Evando de Nascimento, Clarice Lispector se convirtió en una
inspiración fértil para que la cultura contemporánea fuera ensayando y
encontrando formas y dispositivos poderosos para expandir sus fronteras.
*Es directora del Doctorado
en Literatura y Crítica Cultural de la Universidad de San Andrés.
La extranjera
Silvia Hopenhayn*
Todo empezó cerca del corazón
salvaje… Así se llamaba su primera novela. A los 23 años la publicó y despuntó
su lengua, ferozmente cercana. No se trataba de inventar historias sino de
expandir la página, asomarse al límite y espiar la nada, jugar con lo
establecido. Parecía tener un contacto especial con el lenguaje, más allá de su
formación. Como si alcanzara las frases con las manos, y las dispusiera en la
página así como las hallaba (a veces un poco mordidas). Parecido a lo que decía
Virginia Woolf de Katherine Mansfield, destacando un rasgo difícil de discernir
literariamente: su “espontaneidad”. En Lispector la prosa parece viviente,
avanza como animal reconociendo huellas frescas. A veces herido, otras
hambriento. Su estilo tiene algo de olfato. De hallar sin significar, de
“felicidad clandestina”. Hay un arreglo entre ella y las palabras, la
complicidad de una promesa. Cumplirla es escribir hasta el último soplo de
vida. Como dice su narradora de La pasión según G.H., “vivir es un lujo”.
¿Advino entonces un estilo nuevo o se impuso lo más concreto de la lengua, una
subjetividad plena, desahuciada? Su estilo fue reconocido inmediatamente como
desconocido. Extranjera en la Tierra, la llamaron. Quizá por la claridad de sus
ojos o el desvío de su mirada.
*Es escritora y crítica
literaria.
Clarice cronista
Las primeras novelas de Lispector
se publican en la década del 40, cuando la industrialización y el maquinismo
comienzan a instalarse firmemente como baluartes de progreso, como promesas de
salvación en un Brasil, y una Latinoamérica, empobrecidos, pero con
expectativas de cambio. En ese contexto, aparece una escritura que delinea
reflexiones, pensamientos, ideas, conceptos que se conectan más con el ser que
con el hacer. Esas palabras, que fluyen en un continuo reflexivo, problematizan
las nociones de ser vivo, de ser humano. La escritura poco resolutiva de la
escritora que se filtra en libros, periódicos y revistas se gesta,
precisamente, como contrapunto a esos ímpetus que instalan la industria y los
criterios economicistas como soluciones al subdesarrollo brasileño y
latinoamericano. Esa es una de las razones que hacen a Lispector una escritora
necesaria, cuyas palabras resuenan fuertemente en el comienzo de este siglo XXI
que, como plantea Adriana Valdés, demanda urgentemente una “redefinición de lo
humano”. Aun cuando cultiva el género de la crónica, la autora-narradora
aparece más interesada en el ser que en el hacer, en las sensaciones, las
emociones, los afectos, modos de ser y estar en el mundo, más que en lo que
podríamos llamar de acontecimiento: “Como vou arranjar assunto para uma
crônica, que é sempre um comentário de acontecimentos?”. Así, si bien este
volumen vuelve a las crónicas, las mira desde otros lugares, mientras expande
la mirada más mainstream que se enfocó siempre en la ficción clariceana y, muy
de vez en cuando, en las crónicas de los sábados para el Jornal do Brasil.
Expandir la mirada significa entonces no solo incorporar nuevas perspectivas
para pensar algunos de los textos conocidos de la escritora, sino también
aportar lecturas de otros corpus menos explorados como son la narrativa
infantil, su epistolario, sus pinturas y sus traducciones. Anticipo de la
introducción de El arte de pensar sin riesgos. 100 años de Clarice
Lispector (Corregidor).
Clarice Lispector (Ucrania, 1920; Brasil, Río de Janeiro. 1977).
(Pueden LEER su biografía en entrada anterior de la autora. (Nota del administrador.)
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