domingo, 8 de mayo de 2022

NADIE DUERME DE VERDAD AQUÍ


 










Para mi padre, por lo que pudimos.
 
Me acerco para darte un beso. Tu barba es un nido que
recibe mis labios como las ramas secas hacen con los
gorriones. El beso no hace ruido, es parecido a un secreto
que se guarda para siempre.
 
 
 
Te acompaño mientras esperamos al cirujano. En la
habitación hay un olor dulce y los rayos del sol atraviesan
los vidrios de las ventanas. Afuera es de día otra vez. En
la clínica nadie ventila los cuartos, o al menos no vi que
lo hicieran desde que llegamos. El aire circula por tubos
adentro de las paredes y sale por rejillas incrustadas en el
cielorraso. Te miro tapado con una frazada de polar
azul. La sonda con escamas de sangre sobre la piel seca
de la mano izquierda, la barba canosa y muy suave, los
párpados aceitados por lagañas. Llevás un monstruo
en el estómago que saltará en cualquier momento a tu
garganta. No vas a gritar porque siempre fuiste un niño
sumiso. También reconozco que sos un lugar común, un
padre serio, un padre rígido. Te destapo. Algo se desarma
debajo del polar azul. Músculos, piel, huesos. Veo las
hilachas de flaccidez. Vomitás de nuevo, escupís sopa
de anoche, flemas. La dentadura postiza cae, irreversible,
en la palangana.
 
 
 
¿Que tenes ahora con vos que casi lo has dado todo?
¿Las manos parecidas a flores secas? Un ramillete sobre la
mesa se resquebraja cuando les roza la cara a mis hijos y
deja en el aire esquirlas de piel y hueso, pelusa violácea,
gusto a manzanilla.
 
 
 
Nadie duerme de verdad aquí. La espera anula
cualquier movimiento vital, por ejemplo el de las pestañas cayendo
por el peso del sueño.
 
 
 
En el armario del baño guardás el bolso que usaste entre los 25 y los 50 para ir al Club Villa Devoto. Algunas veces te acompañé, deambulaba solitaria por las instalaciones vacías. Nunca vi a nadie, salvo a vos y a tus amigos en la cancha de tenis, donde el sol les resaltaba las aureolas de polvo de ladrillo en la ropa blanca de algodón. Ahora que lo pienso había algo de irreal en ese club abandonado con solamente ocho o diez socios. Mientras te miraba jugar al tenis, arquear la espalda hacia atrás para pegarle a la pelotita en un saque perfecto, imaginaba que otros llegarían para usar la pileta capaz de irradiar cuerpos de bronce, la confitería señorial, la cancha de bochas, el frontón, los corredores largos y frescos con olor a cloro de la zona de los vestuarios. Hoy el bolso de cuero es una boca desencajada donde se mezclan modelos antiguos de zapatillas Topper, talco, muñequeras de toalla, chombas vetustas, suspensores agujereados y pelotitas de tenis con un dejo de perfume a pegamento.
 
  
Me gusta esta foto tuya que encontré adentro de un libro. Sentado en un sillón de tapizado verde, una pierna cru­zada sobre la otra, mirás a cámara. Tus ojos son amables, con un poco de brillo. Vestís jeans y camisa leñadora a cuadros grandes. La cabeza apenas ladeada hacia abajo una ceja levantada en contrapunto, el pelo negro peinado con gel, raya al costado. No sos un padre escritor. Te ima­gino actor de cine, un joven cantante de música country o una promesa de las artes plásticas del futuro. En la imagen tus brazos acunan a una muñeca de plastico con la cabeza excesivamente grande.
 
 
Limpio las comisuras de tus labios con la servilleta de papel. La dentadura de plástico está fuera de control e imagino a un autómata que por la noche tendré que refregar y enjuagar con mucho cuidado. Tantos días, vos y yo acá encerrados, armaron un cúmulo de rituales: las vainillas de “El Progreso", los libros de historia del arte abiertos sobre el sillón del acompañante, la “Oda a la alegría" saliendo de mi teléfono.
 
 
 
Tu forma de afecto: un brevísimo llamado telefónico para invitarme a comer asado. “Te compré tira”. Pero yo oigo “conozco tus gustos”, “me gustaría verte el domingo”,
“te quiero, hija”.
 
 
 No quiero olvidarme nada de lo que decís cuando estás acá.
 
 
La palabra diálisis significa "separación de las sustancias que están juntas o mezcladas en una misma disolución, a través de una membrana que las filtra". El inventor de este procedimiento médico fue un holandés que en 1943 durante la ocupación alemana recreó el funcionamiento de un riñón verdadero con elementos de la vida cotidia­na holandesa. Pieles de salchichas, latas de cerveza y un lavarropas le sirvieron en un comienzo para darle vida al órgano artificial capaz de eliminar de la sangre humana todos los desechos, como el potasio, la creatinina y la urea. Te miro conectado a la máquina de diálisis, venís en ambulancia tres veces a la semana, cuatro horas cada vez: en un año vas a haber cumplido 624 horas de relación con este aparato. Te cuento con entusiasmo que ciertas escrituras funcionan de manera parecida a la máquina de diálisis: establecen un recorrido y corrigen a través de la filtración y depuración para eliminar lo innecesario en un cuerpo extenso particular. Sin embargo, con ella también es posible unir elementos en apariencia contradictorios, por lo que vuelve vecinas palabras en fricción, acumulan­do los desechos del lenguaje y transformándolos en algo novedoso e inesperado.
 
 
¿Podrías morir ya mismo y no me importaría?
 
 
El cuerpo te destruye. Fallás y los errores no paran de multiplicarse. Los músculos de las pantorrillas de tenista adoptan la consistencia de dos pequeñas bolsas de agua. Neblina. Los ojos no clasifican, todas las cosas te resultan extrañas. Preguntás: "Una mujer al lado mío qué es".
 
Soy una desconocida para vos. Y vos lo sos para mí. Ahora nos une la misma forma opaca.
 
La música te ablanda los músculos y los vuelve tiernos. Puedo ver tu piel más tersa ahora. Pensás en tu madre cuando escuchás Oda a la alegría", y sonreís muy leve­mente, como si la felicidad tuviera un costo.
 
 
Padre sin órgano, padre purificado, padre nuestro, padre de agua, padre transparente, licuado, padre de mùsica, de piedra, dependiente, padre sólido, catatónico, padre del miedo, de la espera, padre del hijo, carníivoro, proteico, padre lunático, mudo, fanático, fantasmático.
 
 
El agua cae en forma de arco, se mojan las hortensias, el taco de reina, las alegrías del hogar, las rosas y las came­lias. El verde del pasto fosforesce en cámara lenta, luego vibra. Te encanta regar el jardín y cuidarlo más que a nada en el mundo.
 
(Del libro: Nadie duerme de verdad aquí,
Caleta Olivia, 2021)
 
Verónica Pérez Arango (Buenos Aires, 1976)
 

Pueden LEER la biografía en una entrada anterior de la autora.





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