miércoles, 22 de enero de 2014

NARRACIÓN






El viento

Hace siglos el viento atraviesa el lugar: ni los árboles del monte han podido detener las horas acumuladas como en un tonel. Dos, tres niños juegan en la plaza del ferrocarril y se hacen señas duraderas. Pasea la tierra por alguna calle lateral, y miro con cierta fascinación cómo el aire puede hacer del tiempo un pedazo de materia.


Búfalos

Pesado como las piedras de este lugar en Invierno, el Mar del Sur parece el último puerto del Atlántico. Un Domingo a la mañana, por junio, alguien oficia misa, y mecemos las olas, juntos, en derredor, como un conjunto de búfalos atribulados por el viento y los cazadores de hace 1000 años. La línea de la playa fagocita todos nuestros días, los pasados y los que están por venir, y en ese presente pleno comulgan los oriundos del lugar, como lo hacen los árboles, o las plantas, o nuestra pequeña voluntad


Una pieza

Toco a mi mujer. Nos besamos, rastreamos en la piel el punto ignorado de la felicidad. Hallamos tramos de la infancia en la saliva, en la oscura ternura de nuestro abrazo, y el deseo se circunscribe a tomarnos de la mano como dos personas que se acarician amorosamente, que comprenden el lapso pequeño que los días les han asignado. Como una guerra perdida, miramos el sol del sur, vamos en busca de un pozo al que llamamos nuestra intimidad.


El aire

Miro en las horas de esta estación la región más escasa y la más transparente. Como si la energía de mi hijo no tuviera espacio, detengo el aire que respiro. Entonces, miro a mi otra hija, mi hijita de dolor, de amor, y pregunto ¿con quién dialoga? ¿con quién dialogará? Busco en mis bolsillos monedas, papeles, pequeños ramos…Pregunto al aire por sus signos difusos, por su plumaje suave, y algo, tan siquiera una piedra pequeña, responde por los hijos que no tuve…Qué debilidad la de administrar las horas, silenciosamente. Si compruebo la falta de algo, me digo ¿qué hice de la vida que falta?


Cenas

Es diciembre. Los almuerzos y las cenas comienzan a abundar. Saludan todos el año que se va, y como un film antiguo, recordamos que el presente nos sostiene en un cielo blanco. Los gestos, las ínfimas sonrisas, la escasa duración de estar juntos acompañan las horas, y los días. Procuramos estar bien, procuramos sonreír. Nos abrazamos, como se abrazan las plantas y los árboles. Decimos adiós, hablamos con palabras, movemos las manos, recordamos que el pasado fue una piedra dura de roer. Aquí estamos, sin mayor éxito, desgastando los minutos, o los segundos, nuestras pequeñas horas doradas.



Carlos Battilana (Argentina, Corrientes, Paso de los Libres, 1964)




Ilustración: Fotograma de Los cuatrocientos golpes de François Truffaut (1959).






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