2
Aún
hoy, si viese
una vez
más su cara de luna
llena
de fresca juventud,
sus
senos erguidos,
su
transparente belleza,
su
cuerpo abrasado
por el
fuego de las flechas
del
Revoltoso Amor
refrescaría
sus miembros,
ahora
mismo.
6
Aún hoy
si
pudiera contemplar
su
cuerpo esbelto
consumido
por la larga separación.
sus
ojos dilatados
casi
hasta las orejas, ceñiría,
miembro
a miembro,
su
cuerpo con el mío
y no
abriría los ojos
ni
aflojaría el abrazo prolongado.
7
Aún hoy
la recuerdo,
coreógrafa
de la danza erótica,
curvada
por el volumen de los pechos,
por las nalgas redondas,
con su
cuerpo delgado
agitado
por la voluptuosidad
y su
cara hermosa
como la
luna llena,
cubierta
por una redecilla de mechones
en
desorden.
8
Aún hoy
la recuerdo
echada
sobre la cama.
Exhala
el perfume
que
resulta al mezclar
la
fragancia del almizcle
con el
suave ungüento de sándalo,
y
cierra sus lindos ojos
mientras
nuestros labios se besan
al
igual que se juntan sus pestañas.
9
Aún hoy
recuerdo
sus
grandes ojos lascivos
en el
momento de la penetración,
sus
labios traviesos
enrojecidos
tras beber el vino.
Recuerdo,
aún hoy,
su
cuerpo grácil,
al que
aplicó cosméticos de azafrán y almizcle
y su
boca llena de betel y alcanfor.
23
Aún hoy
si al
terminar el día
viese
una vez más a mi querida,
la de
los ojos de cervatillo,
ostentando
sus senos como cántaros
rebosantes
de néctar,
renunciaría
a la
felicidad del reino,
a la
del paraíso
y a la
de la beatitud final.
25
Aún hoy
recuerdo
su cuerpo
abrasado
por el ardor del deseo,
por la
vehemencia irresistible.
Aún hoy
la presiento
pegada
a mi piel como ropa mojada.
Ni por
un momento
olvidaré
a mi niña,
más
apreciable que la propia vida,
digna
ahora de compasión,
desamparada,
sin esposo.
30
Aún hoy
recuerdo
a la de
bien formados dientes
levantando
su cabellera.
Los
labios de su vulva
me
protegen de la insolación del deseo
y me
mantienen así con vida.
Aun en
la separación momentánea
es ella
para mí como un veneno,
y una
unción con ambrosía
en el
encuentro renovado.
46
Aún hoy
no olvidaré,
ni de
día ni de noche,
su
talle esbelto como un altar sacrificial,
su
cuerpo adornado con composturas
de
múltiples diseños y colores.
No la
olvidaré nunca, despierta tras dormida
trae
sus senos elevados
como cántaros
llenos de ambrosía.
Bilhana
(Del libro:
Los cincuenta poemas
Del amor furtivo, Hiperión, 2007;
traducida del sánscrito,
por Óscar Pujol)
Bilhana
(Cachemira, Siglo XII). Poeta real de la Corte del rey Vikrâmâditya, en la
India medieval, de la dinastía situada en la que hoy es el estado de Karnataka.
Cuenta la leyenda que el rey le encargó
a Bilhana la educación de su hija, una lolita que deslumbró a su maestro. La
enseñanza de las “ciencias del erotismo”, era una de las enseñanzas
indispensables, en aquella sociedad. Bilhana, de a poco va llevando a su alumna
de la teoría a la práctica. Se establece así una apasionada relación, que luego
es descubierta por los cortesanos, quienes le informan al rey. El rey condena a
a Bilhama a morir por empalamiento. El cadalso estaba ubicado al final de una escalera
de 50 escalones. Al ascender por ellos, el condenado empieza a recitar sus
poemas: uno por cada escalón. Al llegar al último escalón, el rey conmovido por
la honradez de su sentimiento y la belleza de sus poemas, le perdona la vida y
lo autoriza a casarse con su hija.
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