martes, 16 de julio de 2019

EL RECITAL





























Ni ella sabe lo que quiere. Aunque lee tan segura como si se tratara del Preámbulo de la Constitución. La escucho desde aquí, sentada en una silla que se tambalea. Hace rato lo noto, cada vez que me muevo una pata se apoya contra el pisó y la silla rechina. Pero me concentro y la escucho. Al final vine al recital de poesía porque Marta me obligó a salir de casa, “siempre adentro, siempre adentro, salí de una vez”, me dijo, entonces me empilché como pude y aquí estoy. Marta me lee cada tanto en el descanso en la oficina; me gusta lo que escribe. Y siempre se trae un libro y también me lo muestra o me lee algo de ahí. Yo creía que las que escriben son feas, de haberles visto las caras a Alfonsina o a Gabriela Mistral. Las chicas aquí se hicieron casi  todas la planchita, usan botas hermosas, no es que se vinieron como para una fiesta pero algo parecido, las carpetas bajo el brazo; las carteras, mínimas. Y casi no llevan abrigo, como si estuviéramos en septiembre pero hace un frío de locos; debe ser eso lo que las distingue, el no llevar casi nada. Hay una, sí, que se trajo un tapado pringoso y unos botines de hombre gamuzados. Una cara de enojada con la vida y con el mundo entero tiene... En cambio, los varones son casi todos iguales. Uno se mandó una botella de litro de cerveza él solo; antes de empezar, en el barcito que había a un costado vendían empanadas, cerveza, whisky, pero el café era instantáneo, un asquete.

Conste que yo de poesía no sé nada, apenas lo de la escuela pero bueno, vine. Esta es la cuarta que pasa y lee. El primero leyó apurado y no se le entendía nada. Después, la verdad es que me distraje; preferí mirar a los que escuchan, la pinta y la cara de cada uno. Cuando presentaron a la de ahora, tras un largo currículum, se levantó y caminaba moviendo el culo, ergo el vestidito, y al sentarse se bajó el escote. ¿Cuánto tendrá, treinta, treinta y algo?; más no y menos, ni ahí. Le miré la mano y alianza no tiene. Se pintó con delineador bien finito, ojalá me saliera así a mí, y las pestañas de rímel verde aceituna. Lee despacio como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para escucharla. Sobre la mesita, al lado del micrófono, puso una pila de hojas enorme, “un libro en preparación”, dijo al empezar, y yo pensé para mis adentros agarrate Catalina. La miré a Marta y me hizo un gesto con la mano como diciendo tené paciencia. Le muestro lo que hace la pata de la silla y nos reímos. Van dos veces que le escucho la palabra deseo y la otra, trama es, trama de algo. Y urdimbre. Ya lo dijo en el primer poema, me acuerdo. O sea, hace que cose. Pero no cose nada, es abstracto todo, no sé adónde quiere ir. La miro a Marta y ella está tan atenta que no lo puedo creer. Le digo al oído “no me gusta”, y ella me contesta “es premio municipal”. Ahhhhh, pienso. La del escote, al rato, dice que para terminar va a leer algo de su primer libro, que nunca lo hace porque lo considera muy ingenuo pero que hoy ese libro cumple una década de haber sido publicado y que está emocionada. El librito tiene la tapa toda blanca, ni un dibujo, y apenas se notan las letras del título. Ella lo abre y primero da vuelta las páginas, no se decide, respira hondo y mira para arriba como pidiendo ayuda. Disculpen, dice. Pega una carcajadita nerviosa y empieza: “Este tiene un acápite de Virginia Woolf que dice ‘Sobre la vida, sobre la muerte, no, no se puede decir nada de esto a nadie’”. Hace un silencio largo, con la boca medio abierta se queda tocando el papel. Alguien de atrás pide dale, seguí. Pero ella no sigue, está como pensando enfrente de nosotros, agarra el montón de hojas del libro en preparación que había dejado tan bien acomodado a un lado, y casi raspa cada hoja con el dorso de la mano. Respira hondo y pone cara de asco o de desprecio, junta la pila a la sanfasón como si ya no le importara. Se levanta, despacio, se acomoda el escote, apoya el micrófono en la mesita y dice que después de eso que leyó de Virginia, Virginia, dice, como si fuese su amiga, no se puede escribir ni pensar nada más.

Todos aplaudimos, y yo la saludé a Marta y volví a casa.
                       
                                                                                      (del último libro de Irene                          Gruss: “Piezas mínimas”,
        Buena Vista Editora,
Córdoba, 2017)
Irene Gruss (Buenos Aires, Argentina, 1950 - Id.2018)





IMAGEN: La poetisa madrileña Elvira Sastre.




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