lunes, 22 de julio de 2019

EL RÍO



1

 El amigo dice todo está como era entonces
y solo él sabe cómo está, cómo era y cuál es el
entonces. El muelle industrial está callado y lo
golpean ligeramente las olas del río.
La arena está como el año en que Gauguin soñó
los amarillos. Las grúas no son las mismas,
tienen más revoluciones, son electrónicas,
robóticas. El amigo sigue hecho de sal y
de carne. Camina por el borde del agua y su
zapato pisa un charco de agua aceitosa. Barro
industrial, le digo. Se da vuelta. No sé si sonríe.
Ya está oscuro. Un animal alza el vuelo tras las grúas
y le hace fondo.


 6
  
Le mostré el río.
Tú no tienes corazón, no tienes corazón,
me decía en su lengua doméstica española,
que no es la nuestra. Por eso le agradezco
por eso le agradezco a Teresa, porque me señaló
un hecho decisivo: sin corazón no se puede mirar el río,
se pueden mirar las batallas del río,
que casi siempre gana, como con aquel puente en Santa Fe.
Teresa de Ávila miró la masa móvil de agua.
¿Te puedes imaginar dos grandes ríos que corren
paralelos ladeando provincias para formar esta bestia
que parece apacible?
Sólo se encrespa a veces y no es demasiado
grave. Me recuerda a mi gata, me dijo Teresa de Ávila,
y me narró la historia de aquel fraile
que podía ver a Dios sin mirar el universo.
Y que bajó por la ventana sin embargo de una celda
estrecha porque una cosa es la celda
y otra la prisión, y estaba preso,
mi pequeño fraile poético, y lleno de una única visión.
Pero aquí podéis mirar sin peligro el río felino
y cambiar el nombre a las cosas, dijo,
y ver que el nombre no hace falta, ni Pocitos ni La Boca
excepto como memoria de lo creado.
Delectatio terrestris es también extrahumana
y se trata de ver el en el nombre el Nombre que nomina
lo nominable y da memoria.
No es distracción saber a qué hora parte el buquebús
y qué color tienen a estas horas las piedras de Colonia.
Baja hasta el Tajo como lo hizo el fraile desde su ventana
y huye de la prisión de los días más amarillos,
en la costa te darán su libertad la arenera, el velero,
esa mancha violeta, la desvencijada silla del pescador,
dispuesto todo como al azar por la bestia calma.


7 

Nadie mejor que el fresno imita al fresno. Repite
los dibujos su corteza. Un programa binario
los maneja. Este fresno no es idéntico al otro,
pero seguramente iguales variaciones del
dibujo podrán ser encontradas en distintos
fresnos. No pensamos en esto al mirar los fresnos.
Una hoja nada más caída al barro es un mundo
indescriptible, sobre todo en el instante en que
diversas tormentas moleculares comienzan
en la superficie al entrar en contacto con el
barro. Nadie cree que todo lo que sucede
en ese único segundo puede ser narrado.
Nada de un mísero instante puede ser narrado.
Nada, pintado. Sombras doradas las palabras
se tienden sobre el río y le dibujan cortezas
de aquel fresno, que no le rozan la superficie.
Colecciones de poemas entran y salen por
sus bocas, y por las bocas de sus poros y de
sus células. El río da que hablar, pero en la
realidad profunda donde hubo una explosión gris
que le dio nacimiento nadie entra, el río sólo
permite que hagamos las sinuosas realidades,
poemas que no nacen de él y que nos llevan a
remar en cierto cielo de pintura oriental,
como entre camalotes no sostenidos por el
agua sino por la tela blanda de la página,
con microscópicas briznas de corteza que la
amarronan en conjunto, pero son de cerca
puntos oscuros, canoas entre poros, breves
embudos del agua blanca, neutra, resultado
del litigio que hace años mantenemos con el
río pacífico pero inabordable, como
si de materia no fuera.


11

La fina estética de las ciudades no se veía
entonces, y al atravesar ahora los puentes
de más de un kilómetro sobre los dos brazos
del río tampoco se ve; se siente, en cambio, que
allá abajo está el río en su forma de estar que es
la ausencia: desde su blindaje y su aire se levanta
entre la niebla, sin embargo, una dulzura que
nos roza como una respiración y que mueve
ligeramente lo suelto en la ropa. Aire de un
profundo sótano, pero sin olor a hongos
ni a cañerías ni a la madera vieja sino
a vegetación joven atrapada, agitada
por el río hasta que queda sin color, se va
perdiendo en la marea constante de ese
pensamiento vacuno, ancho como la llanura,
lento como los camalotes, sembrado de
canoas y salpicada la superficie de
reflejos hasta ponerla casi blanca, leche
del mediodía de invierno, cadencia de un
respiro lejano, espíritu de los pastos,
de las bruscas aves, de los dibujos de las
migraciones en el cielo que se mueve al
ritmo del río, con tropillas y ranchos clavados
en la arena, islotes que no estarán
dentro de algunos años, como ideas que se
transformaron, cuchillos de cachas gastadas,
manchas que se deslíen en una mesa
expuesta a la humedad y a los pensamientos
en algún patio; al aire que la vuelve a secar.



12

¿Usted cree —me murmuraba Quevedo—
que habría entregado mi pensamiento a la casualidad,
de no haber
existido Góngora con ese floreo impertinente, ese
floreo que simulaba dominio (o demonio, lo mismo
da)?
¿Cree que voy a buscar la rima al costo
que sea —metrónoma— después de haber visto el arco
del Tajo en Toledo?
¿Cree que quien haya visto lo que sea, y sobre todo
la sustancia que cubre o envuelve el conjunto de las cosas
—en su ciudad, sí, también en la suya,
o en Castilla la Mancha o en el bosque de lenga—,
haría de su cima una cuarteta?
¿Cree que, dado que nunca es desangelada la materia,
y en las cosas desangeladas vistas
después de una borrachera —incluso
en ese desangelado paisaje— hay ángel
—el indiferente ángel de la muerte, si quiere—, cree
que viendo en las cosas la glauca mirada
de un ángel, o la nervadura en el ojo
blanco del ángel, ríos que si nos acercamos
son glaucos como este río en invierno, este que
no quiere ser celeste —o es gris y es celeste—,
cree, en suma, que con todo esto en la cuenta
podría, intentaría, sabría
darle a todo un tictac?
¿No le parece que mi complicado conceptismo
es el mismo que se habla
en la asamblea, en el bar cachuso,
en el interior de las casas cuando alguno intenta
decir el amor por cuerpo y alma y cómo
no puede con ella —la que sea— porque
cuerpo y alma en tal alto grado
se fundieron que es imposible explicarle qué ama,
por qué la ama, por qué no puede
representarla ni en rima ni en metáfora y
sin embargo duerme con ella, ve comer su boca, la recuerda
como la vio —pero no la vio— la primera vez?


 16

 Rojo el río, en la vida no inspirado porque en
la pura vida el río camina desasido,
fuera de sí, como la campaña, como estas
golondrinas desconcertadas en un otoño
tibio. Pero dulce encanto tienen sus recuerdos.*
Y de recuerdo está hecho el pensamiento romántico.
Por eso, aunque roto, desgarrado y desangrado
—como esta puesta de hoy sobre el río—,
el romántico río es orgánico, pesado,
real, invulnerable. En esta versión posclásica
o más bien en mi desagradecida visión,
es en cambio blanco, va sin zozobra ni pathos
hacia otro río que a su vez conducirá este
y otros hacia un mar gris o marrón y tanto
o más taciturno, pero vacío, que el cuadro
romántico litoraleño en el que el río es
sangre e invierno. Me veo llegado a él y aunque se me
da lejano, lo siento remover las astillas
del otro río que siempre sucede en pasado.
Allí donde el encanto de una desconocida
matanza se expande sobre su agua, arremolina
nupcias salvajes, atroces miradas la otra
orilla. Y allá los grandes y sangrientos
padres dicen, con dulzura de lengua, lo que hoy
acecha los árboles, arranca como brazos
las ramas y las flores rojas de una selva que
disemina el río. Evoca pero trae presencia
de un amor animal que sin embargo embriagaba
a los dioses del agua y la barranca, a sus ojos
que eran el agua cuando está ausente, como ahora.

* Ramón Sixto Ríos, Merceditas

 17
  
Deja esas cartas, vuelve a tu antigua ilusión*que no
roza ni reza el río. Nadie se asoma desde
un balcón a un río como este, que blanquea y
aleja lo suficiente sus bordes como para
que ninguno dude de que allí es donde todo se
resuelve. Deja esas cartas. Las conexiones de
sangre que suponen. Ya que el crepúsculo enseña
más que el día, cierra el antiguo balcón, en la sala
enciende tu lámpara más tenue. Y en ese clima
de intimidad o de prostíbulo —ha caído el
prostíbulo hace ya tanto, tanto: se llama ahora
de otro modo: chicas, puticlub, tragos, monona—
piensa en el río y en el día que todo callan
o que nada tienen para decirte. Sabés
que es la noche la que más te habla. Pero solamente
habla de vos, no de ti, no con notas de vals
sino con tus martillazos contra un fondo negro
siempre igual a sí mismo y en última instancia tan
indiferente como la sábana del río.

* Homero Manzi, Desde el alma

  24

Como un amor que se estrangula a sí mismo,
   así es el río.
El amor no se tolera a sí mismo y sólo lo tolera
el que pesca con tanza, el de pocas luces.
Es mejor, decía, pescar en la oscuridad.
evitar la pasión, que termina en oscuridad.
Y no con absurda caña, sino con tanza, cordel
que tiembla sobre el costado del dedo,
que presiente la gravitación del pez.
El río no se tolera a sí mismo, por eso
se abre, se aparta de todo, lleva
lo que encuentra, que no es mucho, pero
no desespera, se abre más, porque esa es la ley
de la llanura, sobrevolada por loros.
Todo canta a su alrededor. El río lo consigue
pero no escucha cantos: los envuelve, los diluye,
   los lleva.
Liberado de pasión, no de amor, el río no es él mismo.
Una gota de vino cuelga a veces del labio
del pescador, se embriaga apenas, a veces.
Pero no pregunta lo que no comprende.
Apagó todas sus luces, como el río,
al que iluminan apenas el farol de una canoa,
   los astros.


(Los poemas fueron extractados
del libro "El río", envío gentil de Verónica,
de la Editorial Barnacle, 2019)

Jorge Aulicino





Jorge Aulicino. Poeta y periodista argentino. Nació en 1949, en la ciudad de Buenos Aires. Integró, a comienzos de los años 1970, el taller literario Mario Jorge De Lellis, uno de los lugares desde los que se llevó a cabo el replanteo general de la corriente coloquialista de los 60. Fue integrante del consejo de dirección de Diario de Poesía entre 1987 y 1992, publicación influyente en el ámbito poético porteño, de la década de los 80.Trabajó en agencias de noticias y revistas y, durante 28 años, en el diario Clarín. Desde 2005 hasta 2012 fue editor de la revista de cultura Ñ. Colabora en la revista digital Op. Cit. y en Periódico de Poesía de la Universidad de México.  Fue Jurado del Premio Nacional de Literatura en 2004; y, en 2015 recibió el Premio Nacional de Poesía.  Es traductor de poesía italiana e inglesa.  Publicó, entre otros, los libros de poesía La caída de los cuerpos (el lagrimal trifurca, 1983), Paisaje con autor (Último Reino, 1988), Hombres en un restaurante (Libros de Tierra Firme, 1994), Almas en movimiento (Libros de Tierra Firme, 1995), La línea del coyote (Del Dock, 1999), Las Vegas (Selecciones de Amadeo Mandarino, 2000), La luz checoslovaca (Libros de Tierra Firme, 2003), La nada (Selecciones de Amadeo Mandarino, 2003), Hostias (Del Dock, 2004), Máquina de faro (Del Dock, 2006), Cierta dureza en la sintaxis (Selecciones de Amadeo Mandarino, 2008), Libro del engaño y del desengaño (Ediciones En Danza, 2011), El camino imperial. Escolios (Ruinas Circulares, 2012), El Cairo (Del Dock, 2015). En 2015 recibió el Premio Nacional de Poesía. En 2016. publicó en Ed. Bernacle: Corredores en el parque y Mar de Chukotka (Ediciones del Dock, 2018).  Publicó su poesía reunida hasta 2011, que incluye dieciséis libros, bajo el título Estación Finlandia (Bajo la Luna, 2012). Tradujo, entre otros, a Pier Paolo Pasolini, Cesare Pavese, Franco Fortini , Antonella Anedda y Biancamaria Frabotta . En 2011 apareció su traducción de Infierno de Dante Aligheri y en 2015 la traducción de los tres libros que componen La Divina Comedia.  Su blog Otra Iglesia es imposible es ineludible cuando se habla de poesía en la red: ya sea en nuestra lengua o en lengua extranjera y lo administra desde 2006. Allí, se encuentran digitalizados la mayoría de sus libros (LEER). Integra, junto a Alberto Girri, Joaquín Giannuzzi, Ricardo Zelarrayán, Héctor Viel Temperley , Juan L. Ortiz, Osvaldo y Leónidas Lamborghini,  la constelación de poetas argentinos que los poetas de la así denominada "generación de los 90'", tomaron como referente.


IMAGEN: Fotografía de Mariela Cierer Lesta.







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