Alguna vez nos enamoramos
con una cantante de jazz:
oh, hay varios standards
que no podré volver a escuchar.
Estuve también con una cabra de
cerro:
y para subir ahora la montaña
debo esforzarme para evitar
el abismo de su recuerdo:
una mujer es una montaña
y quizás uno es
Django: un hombre
con un ataúd a cuestas: un
camello
que jala con una soga de
ahorcado
una caravana de féretros
por el desierto.
Montaña y Desierto
-vaya nombres-
se aman hasta que la muerte
los separe o directamente
los convierta en fríos
desconocidos.
La que me dejó la lista más
larga
de ítems con cruces era
Argentina
y gustaba de la música
contemporánea.
Una serie de discos están ahora
condenados al ostracismo:
la sección
que ocupa la poesía o esa misma
música
en la tienda, o sea
el lugar donde no llega ni el
plumero.
Bebería el mezcal de tu saliva
le dije en una ocasión a una niña
y hoy veo el mejor aguardiente
del universo
con el recelo de la aparición
fantasma
de esa niña en un mercado de Oaxaca.
Todo esto con una culpa de ancla
como un albatros pesado y piojoso
que me cuelgan en el cuello unos
marinos;
yo desnudo y con frío en la
popa.
Esta amaba el sol piadoso,
aquella otra el cine de ciertos
directores
y la tercera amaba un té
rasposo como su voz.
Aquella amaba a ciertos autores
que casi nadie recuerda
y que yo probablemente
no volveré a releer.
El amor hace al mundo más
estrecho.
(del libro:
“Mantra de remos”,
Alquimia
ediciones, 2015)
Germán
Carrasco (Santiago de Chile, 1971)
IMAGEN: Billie Holiday, sin créditos, fotografía tomada de la página UMOMAG.
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