jueves, 6 de agosto de 2020

LOS MACHOS DESTERRADOS


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Dos hombres se juntan a leer poemas, conversar y beber. Los dos han perdido recientemente a sus novias. Hablan de los trabajos del amor, el difícil arte de la doma de uno mismo para contener y tener esa paciencia infinita que es la masculinidad: de eso se trata y eso trae resultados, aunque no haya que esperarlos. Ninguna otra opción sirve. Los dos leen poemas ajenos y propios. Hablan de libros y búsquedas espirituales. Nada de política, este último tema ni siquiera lo mencionan, lo que al día siguiente les produce una cosquillosa y risueña sensación de orgullo. El más joven encuentra que todo lo que se escribe en poesía actualmente es una mierda. Tampoco hablan de narrativa, este último tema ni siquiera lo mencionan, lo que al día siguiente les produce una cosquillosa y risueña sensación de orgullo. El más viejo le lee al joven lo siguiente:


De todas las maneras de mirar
un mirlo

—es tu trabajo, mirar,
lo del cine-

de las trece maneras
de mirar un mirlo
—saqueadas por todos,
me agrego a la lista—

se te debe haber olvidado alguna
o hasta más de una
o quizás todas.

El cinematógrafo es mirarse
sin hablar
o mirar juntos
ya no de trece
sino veintiséis
o infinitas maneras
al mirlo.

Todo esto ya está dicho
pero lo difícil
es aplicarlo.

Sólo los ojos
de los que se amaron
cuando se amaron
son irrepetibles

como una toma
que entregó el azar
-o dios, pongámosle-
como obsequio

a los que produjeron
las condiciones
para un encuentro,
y supieron
o no supieron
aguardar.


Uno de los dos, el más joven, recibe una llamada telefónica de su ex. Al parecer la recuperará. El otro hombre se alegra por eso. Como el hombre más joven, el que recibió la llamada, está extremadamente alegre, saca un cigarrillo de marihuana holandesa y, como ninguno de los dos es un fumador habitual de cannabis, ríen como dos niños. Les causa particular risa el matriarcado extremo de las plantas de marihuana. De todas las plantas que crecen, hay que detectar de inmediato a los machos y aislarlos por completo para que no puedan fecundar por ningún motivo a las hembras, que crecen erguidas y majestuosas, llenas de perlas de resina, como altos templos budistas o fortalezas chinas medievales, con la columna recta de una reina adulta pero con la turgencia y ternura de una adolescente. En tanto, el macho es aislado y se lo ve ahí, su silueta sobre el techo, con los testículos colgando tristes, raquítico y cabizbajo, sin poder fecundar a nadie y encima exiliado. Una desgracia total ser macho en el mundo de la cannabis. El hombre más viejo y el joven no pueden parar de reír con esta última historia, hasta que el más joven se duerme de felicidad en el sofá, como un niño, mientras el otro hombre sale al patio a tomar un vaso de agua y mirar la noche.

(del libro: “Mantra de remos”,
Alquimia ediciones, 2015)


Germán Carrasco (Santiago de Chile, 1971)




IMÁGENES: Plantas de cannabis, sin créditos, tomadas del blog I Wanna Grow.



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