Dos hombres se juntan a leer poemas,
conversar y beber. Los dos han perdido recientemente a sus novias. Hablan de
los trabajos del amor, el difícil arte de la doma de uno mismo para contener y
tener esa paciencia infinita que es la masculinidad: de eso se trata y eso trae
resultados, aunque no haya que esperarlos. Ninguna otra opción sirve. Los dos
leen poemas ajenos y propios. Hablan de libros y búsquedas espirituales. Nada
de política, este último tema ni siquiera lo mencionan, lo que al día siguiente
les produce una cosquillosa y risueña sensación de orgullo. El más joven
encuentra que todo lo que se escribe en poesía actualmente es una mierda.
Tampoco hablan de narrativa, este último tema ni siquiera lo mencionan, lo que
al día siguiente les produce una cosquillosa y risueña sensación de orgullo. El
más viejo le lee al joven lo siguiente:
De todas las maneras de mirar
un mirlo
—es tu trabajo, mirar,
lo del cine-
de las trece maneras
de mirar un mirlo
—saqueadas por todos,
me agrego a la lista—
se te debe haber olvidado alguna
o hasta más de una
o quizás todas.
El cinematógrafo es mirarse
sin hablar
o mirar juntos
ya no de trece
sino veintiséis
o infinitas maneras
al mirlo.
Todo esto ya está dicho
pero lo difícil
es aplicarlo.
Sólo los ojos
de los que se amaron
cuando se amaron
son irrepetibles
como una toma
que entregó el azar
-o dios, pongámosle-
como obsequio
a los que produjeron
las condiciones
para un encuentro,
y supieron
o no supieron
aguardar.
Uno de los dos,
el más joven, recibe una llamada telefónica de su ex. Al parecer la recuperará.
El otro hombre se alegra por eso. Como el hombre más joven, el que recibió la
llamada, está extremadamente alegre, saca un cigarrillo de marihuana holandesa y,
como ninguno de los dos es un fumador habitual de cannabis, ríen como dos niños. Les causa particular
risa el matriarcado extremo de las plantas de marihuana. De todas las plantas
que crecen, hay que detectar de inmediato a los machos y aislarlos por completo
para que no puedan fecundar por ningún motivo a las hembras, que crecen
erguidas y majestuosas, llenas de perlas de resina, como altos templos budistas
o fortalezas chinas medievales, con la columna recta de una reina adulta pero
con la turgencia y ternura de una adolescente. En tanto, el macho es aislado y
se lo ve ahí, su silueta sobre el techo, con los testículos colgando tristes,
raquítico y cabizbajo, sin poder fecundar a nadie y encima exiliado. Una
desgracia total ser macho en el mundo de la cannabis. El
hombre más viejo y el joven no pueden parar de reír con esta última historia,
hasta que el más joven se duerme de felicidad en el sofá, como un niño,
mientras el otro hombre sale al patio a tomar un vaso de agua y mirar la noche.
(del libro:
“Mantra de remos”,
Alquimia
ediciones, 2015)
Germán
Carrasco (Santiago de Chile, 1971)
IMÁGENES: Plantas de cannabis, sin créditos, tomadas del blog I Wanna Grow.
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