Rodez, 22 de setiembre de 1945
Al señor Henri Parisot.
Querido amigo,
No he traducido a Jabberwocky. He tratado de traducir un fragmento pero me aburrió. No me ha gustado nunca ese poema que me pareció siempre de un infantilismo afectado; me gustan los poemas que han brotado y no los lenguajes buscados. Yo quiero, cuando escribo o leo, sentir estirarse mi alma como en la Carroña, la Mártir o el Viaje a Citerea de Baudelaire. No me gustan los poemas o los lenguajes de superficie y que respiran felices ocios y logros del intelecto, apoyándose éste sobre el ano pero sin poner en ello alma o corazón. El ano es siempre terror, y yo no admito que se pierda un excremento sin desgarrarse por perder en ello también el alma, y no hay alma en Jabberwocky. Todo lo que no es un tétano del alma o no viene de un tétano del alma como los poemas de Baudelaire y de Edgar Poe no es verdadero y no puede ser recibido en la poesía. Jabberwocky es la obra de un castrado, de una especie de mestizo híbrido que ha triturado la conciencia para hacer salir de ella algo escrito, allí donde Baudelaire ha hecho salir escaras de afasia o de paraplegia y Edgar Poe mucosas ácidas como ácido prúsico, como ácido de la alcoholía, y eso hasta el envenenamiento y la locura. Porque si Edgar Poe fue encontrado muerto una mañana al borde de una vereda en Baltimore, no es en una crisis de delirium tremens debida al alcohol, sino porque algunos soeces que odiaban su genio y no querían su poesía lo han envenenado para impedirle vivir y manifestar lo insólito, horrífico dictamen que se manifiesta en sus versos. Uno puede inventarse su lengua y hacer hablar la lengua pura con un sentido fuera de lo gramatical pero es necesario que ese sentido sea válido en sí, es decir que venga del pavor — pavor esa vieja sierva de pena, ese sexo de cepo enterrado que saca sus versos de su enfermedad: el ser, y no soporta que se lo olvide. Jabberwocky es la obra de un aprovechador que ha querido intelectualmente alimentarse, él, harto de un convite bien servido, alimentarse del dolor de los otros. Y eso no se ha visto nunca en su poema y nadie lo ha dicho nunca. Pero yo lo digo porque lo he sentido. Cuando se cava la caca del ser y de su lenguaje, es necesario que el poema huela mal, y Jabberwocky es un poema que su autor se ha guardado bien de mantener en el ser uterino del sufrimiento donde todo gran poeta se ha mojado y donde, acostándose, él huele mal. Hay en Jabberwocky pasajes de fecalidad, pero es la fecalidad de un snob inglés, que riza en él lo obsceno como bucles en tenacillas calientes, como de una suerte de explorador de lo obsceno que se guarda bien de ser obsceno, él, como Baudelaire en su afasia terminal o como Edgar Poe sobre su boca de cloaca la mañana en que fue encontrado muerto de una apoplejía de ácido prúsico o de cianuro de potasio. Jabberwocky es la obra de un flojo que no ha querido sufrir su obra antes de escribirla, y eso se ve. Es la obra de un hombre que comía bien, y eso se siente en su escrito. Me gustan los poemas de los hambrientos, de los enfermos, de los parias, de los envenenados: François Villon, Charles Baudelaire, Edgar Poe, Gérard de Nerval, y los poemas de los supliciados del lenguaje que están en pérdida en sus escritos, y no de aquellos que se afectan perdidos para instalar mejor su conciencia y su ciencia y la pérdida y lo escrito. Los perdidos no lo saben, balan o braman de dolor y de horror. Abandonar el lenguaje y sus leyes para retorcerlos y pelar la carne sexual de la glotis de donde surgen las acritudes seminales del alma y los lamentos del inconsciente está muy bien, pero a condición de que el sexo se sienta como un orgasmo de insurgente, perdido, desnudo, uterino, lastimoso también, inocente, asombrado de que se lo repruebe, y que no aparezca, ese trabajo, como el éxito de una carencia donde el estilo hiede en cada ángulo de sus discordancias los olores a rancio de un espíritu harto, porque el hombre se ha hartado bien, aún cuando su carencia como en Jabberwocky es provocada como un alimento fortificante de más. Me gustan los poemas que hieden a carencia y no las comidas bien preparadas. Y tengo contra Jabberwocky alguna cosa más. Es que yo he tenido desde hace bastantes años una idea de la consunción, de la consumación interna de la lengua, por exhumación de yo no sé qué torpes y crapulosas necesidades. Y he, en 1934, escrito todo un libro en ese sentido, en una lengua que no era el francés, pero que todo el mundo podía leer, cualquiera fuese la nacionalidad a que perteneciera. Ese libro desgraciadamente ha sido perdido. Fue impreso en muy pocos ejemplares, pero influencias abominables de personas de la administración, de la iglesia o de la policía se han interpuesto para hacerlo desaparecer, y no quedó más que un ejemplar que yo no tengo pero que quedó entre las manos de una de mis hijas. Catherine Chile. Ella era enfermera en 1934 en el hospital Saint-Jacques, donde preparaba su título de medicina. Yo la veo sin cesar alrededor mío y sé que ella hace en este momento lo imposible para llegar a Rodez, pero no sé ya exactamente dónde está, quiero decir donde está de ese viaje hacia mí. Yo no creo que todo eso pueda parecerle novela ahora que usted ha visto las hordas de espíritus asesinos que remolinean alrededor mío para impedirme trabajar, y de usted, para impedirle ser.
Le pido que publique esta carta que André Bretón hubiera publicado, seguramente, hace veinticinco años, con alegría, en la Revolución Surrealista. Hoy, ella no hará ya tanto escándalo, pero hay muchos maleficios flotando en el aire a través de todas las conciencias para insinuar que sus ideas son débiles y que se necesita un crítico de otro temperamento que yo para tocar a Jabberwocky. Pero estoy seguro de que un lector de mis obras postumas (piense, hombre!) dentro de algunos años la comprenderá — porque es necesario el retroceso del tiempo o las bombas para juzgar la situación como conviene.
Habiendo escrito un libro como Letura d'Eprahi Talli Tetr Fendi Photia O Fotre Indi, no puedo soportar que la sociedad actual que no cesa usted de sufrir como yo, no me deje ya más que la latitud de traducir otro hecho a su imitación. Porque Jabberwocky no es más que un plagio edulcorado y sin acento de una obra escrita por mí y que han hecho desaparecer de tal suerte que yo mismo sé apenas lo que hay adentro.
He aquí algunos ensayos de lenguaje a los cuales el lenguaje de ese libro antiguo debía parecerse. Pero no se los puede leer sino escandidos, sobre un ritmo que el lector mismo debe encontrar para comprender y para pensar:
rutara ratara ratara
atara tatara rana
otara otara katara
otara ratara kana
ortura ortura konara
kokona kokona koma
kurbura kurbura kurbura
kurbata kurbata keyna
pesti anti pestantum putara
pest anti pestantum putra
atara tatara rana
otara otara katara
otara ratara kana
ortura ortura konara
kokona kokona koma
kurbura kurbura kurbura
kurbata kurbata keyna
pesti anti pestantum putara
pest anti pestantum putra
pero esto no es válido si no surge de un golpe; buscando sílaba a sílaba no vale más nada, escrito aquí eso no dice nada y no es más que ceniza; para que eso pueda vivir escrito es necesario otro elemento que está en ese libro que se ha perdido.
Los próximos acontecimientos volverán a poner todo eso a punto.
Los próximos acontecimientos volverán a poner todo eso a punto.
Antonin Artaud (Francia, Marsella, 1896 - Ivry-sur-Seine, 1948)
(Traducción de Rodolfo Alonso)
Nota: "Jabberwocky" es un poema sin sentido escrito por el británico Lewis Carroll, quien lo incluyó en su obra "Alicia a través del espejo", en 1872. Jabberwocky es generalmente considerado como uno de los mejores poemas sin sentido escritos en idioma inglés.
1 comentario:
Interesantísima carta, que desconocía. Gracias por publicarla. Imagino que la traducción es suya. Si es el casa, gracias también por traducirla.
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