¡Los ritos nupciales de los perros son algo muy especial! En un pueblo de Bresse, allá por 1946... (lo especifico, porque al haberse producido esa célebre evolución de las especies, si por un azar se precipitase... o si se produjera una repentina mutación: nunca se sabe)...
¡Qué ballet tan curioso! ¡Qué tensión!
Es realmente magnífico ese movimiento engendrado por tan específica pasión. ¡Dramático! ¡Le hace formar unas curvas muy bellas! Tiene momentos críticos, paroxísticos y una gran paciencia, perseverancia inmóvil, maníaca, vueltas a altísimas revoluciones, circunvoluciones, cazas, paseos con un aire muy particular...
¡Oh! ¡Y esa música! ¡Qué variedad la suya!
Todos esos individuos casi espermatozoos, que se parecen de lo inverosímiles que son, con sus ridiculas rotaciones.
¡Qué música!
Y esa hembra acosada, cruelmente importunada; con unos machos buscones, gruñones, virtuosos de la música.
Hace ya ocho días que dura... (quizá sea más: corregiré cuando todo haya terminado).
Qué perros tan maníacos. Qué cabezonería. Qué brutalidad la de sus sombras. ¡Grandísimos majaderos! Lamentables. Limitados. ¡Qué jorobantes!
Ridículos por lo cabezones que llegan a ser. Gimoteantes. Con pinta de quien está alerta, olfateando. Afanados. Afeados. Levantando y frunciendo el ceño, triste, cómicamente. Con todo en tensión: orejas, riñones, corvas. Gruñones. Gimoteantes. Ciegos y sordos a cualquier cosa que no sea su específica determinación.
(Comparadlo al donaire y la violencia de los gatos. O al también donaire de los caballos.)
Pero no, no era mi perra, sino la del vecino, el cartero Féaux: no la pude ver lo suficientemente de cerca como para observar bien los órganos de la dama, su olor, sus regueros, los flujos de su germen.
No pude darme cuenta de si fue ella la que empezó provocando, o si todo llegó por sí solo (su propio estado desde un principio, sus flujos y su color; las prolongadas e impertinentes asiduidades de los machos, más tarde), y si para ella no significó más que una dolorosa sorpresa, una tímida queja con consentidas, comedidas desviaciones.
¡En fin, qué drama! ¡Le ha debido parecer tan agobiante, irritante y absurdo como la vida misma!
Y aquí está, herida ya para siempre —¡también moralmente!— Aunque tendrá a sus bellos cachorritos junto a ella... Durante algún tiempo tan sólo suyos... Entonces los machos la dejarán en paz de una vez, y qué feliz será con sus pequeños, qué distracción le supondrán incluso, qué plenitud —a pesar de ese gran estorbo, de cuando en cuando, entre las piernas, de un gran cansancio bajo el vientre.
En fin, durante estos ocho días días no hemos dormido mucho que digamos... Pero no importa: no se puede gozar de todo a un mismo tiempo —del sueño y de algo como una serie de representaciones nocturnas en el Teatro Antiguo.
La luna allá arriba (sobre las pasiones) me ha dado la impresión de representar también un importante papel.
Francis Ponge (Francia, Montpellier- 1899- Bar-sur-Loup, 1988)
(Versión de Diego Martínez Torrón)
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