martes, 15 de julio de 2008

TÚ, MOSCA

I.

Mientras tu zumbabas llego el otoño
una astilla encendió la chimenea,
zumbabas y volabas y llego el frío.

Ahora te desplazas lenta por la superficie de la cocina
sin volver la mirada hacia el lugar desde donde apareciste en abril.
Ahora apenas te desplazas. Y no costaría nada matarte.
Pero, como historiador, para quien la muerte es mas aburrida que el sufrimiento,
yo no me apuro, eh mosca.


II.

Mientras tu zumbabas y volabas se desprendieron las hojas.
El agua cae con facilidad a la tierra y se devuelve como imagen en los charcos.
Al parecer tu ya estas ciega, me da escalofríos imaginar el color de tu minúsculo cerebro apagándose en tus ojos reticulados.
Pero tu te conformas con el espíritu rancio del hogar, con el verde pálido de las cortinas.
La vida se está dilatando.


III.

Ay zumbona, al perder tu agilidad te pareces a un viejo militar, o al cuadrito negro de un documental de épocas remotas.
¿No eras acaso tú la que a medianoche hacías ruido sobre mi cama,
perseguida por proyectores detrás de la ventana?
Y ahora, linda, mi uña amarillenta es capaz de apretar tu vientre, sin que tirites, amiga, zumbando de miedo.


IV.

Mientras tu zumbas, más allá de la ventana aumenta lo gris,
con la humedad la puerta se ensancha,
se congelan mis talones y mi casa está en decadencia.
Ni siquiera puedo atraerte con una pirámide de platos sucios en la cocina,
ni con un cerrito de azúcar.

Tu no estás ni ahí, no te interesa la chimuchina de los cubiertos,
mezclarte en ella te va a costar mucho, y a mí, por lo demás, también.


V.

¡Cuan pasadas de moda están tus alas y tus patitas!
Me recuerdan los velos de la bisabuela envolviendo las torres francesas de antes de ayer. Siglo XIX.
Al compararte a tí con ellas y al empujarte con la mano infame hacia los pensamientos incorpóreos, haciéndote desaparecer antes de tiempo, convierto tu muerte en ganancia.
Es cruel, disculpame.


VI.

¿Qué estás soñando? ¿Acaso, en tus infinitas y no calculadas órbitas?
¿O en una letra de 6 patitas en el cuaderno, en honor a ti?
Ahora ciega tu no reaccionas, dejando el campo de operaciones
a los gestos y muecas de las morenas.


VII.

Mientras tu zumbabas y volabas, las bandadas de pájaros empezaron a emigrar,
en los riachuelos disminuyeron los peces y en los bosques hay vacíos.
Los repollos crujen de frío en el campo, y el tic tac del despertador suena como una bomba, sin que se entienda lo que dice.
Se está retrasando la explosión, aparte de eso no se escucha nada.
Los techos de las casas devuelven la luz a las nubes, los pastos se marchitan.


VIII.

Es terrible
ahora solo quedamos nosotros dos,
propagadores de peste.
Los microbios y las frases son capaces de contagiar.
Nosotros solo somos dos: tu cuerpecito temiendo a la muerte y el mío jugando a ser un agricultor educado de unos 85 kilos.
Además, el otoño.

Definitivamente parece que te eche a perder tu caja de sonido,
pero el Tiempo no se molesta en prestarnos atención,
tienes que dar las gracias que el Tiempo no es arrogante ni tampoco asquiento.


IX.

A lo mejor no percibe que le están pasando gato por liebre
en forma de pequeños y grandes pájaros.
Ya se acabo tu vuelo, al Tiempo la vejez y la juventud le son indiferentes.
los motivos y resultados le son ajenos,
con mas razón cuando se trata de miniaturas como tú,
tal como pasa con los dedos de la mano en apuro: da lo mismo que sean cara o sello.


X.

Mientras tu apareces o desapareces en la luz de la ampolleta,
escondiéndote de mí en las vigas, el Tiempo permanece igual,
como ahora cuando tu te mezclas con el polvo incoloro por tu falta de fuerza y relación conmigo.
No creas ni te amargues, yo no estoy en convivencia con él,
mira querida, yo soy tu socio, tu compinche, y al Tiempo no es posible apurarlo.


XI.

Afuera es otoño,
desgracia de ramas desnudas.
Mezcla de una raza gris con la masa amarilla, como los mongoles.
Nadie se interesa por nosotros, me invade el pasmo, es decir tu virus.
Te extrañara saber cuan fuerte contagian la somnolencia y la indiferencia, despertando así las ganas de pagarle al planeta con la misma moneda.


XII.

¡No te mueras! ¡Defiéndete!
No es interesante existir solo por utilidad. Con mayor razón para uno mismo.
Mas honesto es no avergonzar con tu presencia sin sentido a los calendarios y números,
tratando de convencer a los otros que la vida es perdurable, destruyendo la norma.
Si tu fueras más joven te miraría de otra manera,
pero estás vieja y ahora te tengo cerca.


XIII.

Somos dos.
El viento entra por la ranura de la ventana,
la lluvia con su picoteo esta probando al vidrio, borrándonos sin mayor esfuerzo.
Tu estás inmóvil, quiero decir que somos dos,
por lo menos cuando tu te desvaneces mi mente registra ese hecho
como el eco de tus piruetas aeronáuticas.
Sabes que el momento de la muerte resulta mas preciso cuando hay testigos que en soledad.


XIV.

Tengo esperanzas que no sientas dolor. El dolor exige un lugar,
solo por detrás podría acercarse a tí y cubrirte,
y lo mas probable es que sea mi mano.

Pero mis manos están ocupadas con la pluma, la estrofa y el tintero.
No te mueras, todavía no estás tan mal, solo estás tiritando.
Ay, doña mosca, al diablo con el estado del cerebro: objetos que dejan de obedecer son hermosos a su manera, tal como estas viviéndolo en este instante.


XV.

Quiere decir que necesita ser prolongado y merece aplauso.
El miedo es una relación entre el instante que sobra y la incapacidad del cuerpo.
En resumen, yo estaría dispuesto a sacrificar mi propio instante, pero parece que a estas alturas sería un gesto inútil: tu ya estas en las últimas, a punto de morir.


XVI.

Ni en los suburbios de la memoria ni en sus subterráneos, entre sus tesoros caídos y desvanecidos, etcétera (quiere decir que ni siquiera en los tiempos de los brujos, ni posteriormente se te presto atención),
allá arriba no se te está preparando una recepción ni siquiera a la musa que lleva tu mismo nombre.
Desde acá esas distancias se parecen a un séquito de letras.


XVII.

Afuera está nublado.
Mi órgano de roce sobre los objetos –que se llama vista- se focaliza en el papel mural,
su diseño esta lleno de tus manchitas que lamentablemente no podrán acompañarte para dejar atónitos a los serafines.
Ahí gobierna el rezo con la idea del ritmo y la repetición en sus campanarios sin sentido, que se basan en la desesperación.
No conocen las nubes de insectos.


XVIII.

¿Cómo va a terminar esto? ¿En un paraíso de moscas? ¿Con panales o mermeladas de frambuesas donde tus antepasados giran en bandadas emitiendo sonidos de otoño tardío?
Pero al abrir la puerta la bandada se lanzara intempestivamente pasándonos de largo hacia la realidad;
con delicadeza, envolviéndose en sábanas de invierno.


XIX.

De ese modo,
con la ayuda del “aparecer” y “desaparecer”, las almas poseen materia, destino, en un paisaje que es color de ceniza, los objetos en cólera cambian,
en resumen, quiero decir que las almas sobrepasan cualquier identidad grupal. Que el color es Tiempo o la intención de alcanzarlo
eso dicen por donde se las miren las siete maravillas del mundo.


XX.

¿Impactado frente a la pálida tormenta podré reconocerte en este ejército volador? ¿Y tú, a tu manera, planearas para sentarte en mi nuca, aburrida de estar lejos del asesino con cuyo susurro estamos confundiendo al mundo? ¿Harás eso? ¿Vendrás a visitarme?
No creo.
Tal vez al estirar la pata después de todos, tú querida, serás la última y si te van a aceptar en el clima actual con sus caprichos, yo te voy a reconocer en la primavera, cuando esté pisoteando el barro,
y pensaré: sí, cayó una estrella, sólo entonces, superando mi condición lánguida, haré un gesto de despedida.


XXI.

Pero no vas a ser víctima del zodiaco
sino de tu alma que está volando para unirse con otro capullo,
para demostrar al estiércol
tu gran capacidad de metamórfosis.




Joseph Brodsky (Rusia, Leningrado, 1940-Nueva York, 1996)

(Traducción de Tatiana Zentsova
y Bernardo Subercaseaux)

TheFly

To Irene and Alfred Brendel
While you were singing, fall arrived.
A splinter set the stove alight.
While you were singing, while you flew,
the cold wind blew.

And now you crawl the fíat expanse of
my greasy stove top, never glancing
back to whence you arrived last April,
slow, barely able

to put one foot before the other.
So crushing you would be no bother.
Yet death's more boring to a scholar's eye
than torment, fly.


II
While you were singing, while you flew, the leafage
fell off . And water found it easier
to run down to the ground and stare,
disinterested, back into air.

But your eyesight has gone a bit asunder.
The thought of your brain dimming under
your latticed retina — downtrodden,
matte, tattered, rotten —

unsettles one. Yet you seem quite aware of
and like, in fact, this mildewed air of
well-lived-in quarters, green shades drawn.
Life does drag on.


III
Ah, buggie, you've lost all your perkiness;
you look like some old shot-down Junkers,
like one of those scratched flicks that score
the days of yore.

Weren't you the one who in those times so fatal
droned loud above my midnight cradle,
pursued by crossing searchlights into
my black-framed window?

Yet these days, as my yellowed finger-
nail mindlessly attempts to fiddle
with your soft belly, you won't buzz with fear
or hatred, dear.


IV
While you sang on, the gray outside grew grayer.
Damp door-frame joints swell past repair;
drafts numb the soles. This place of mine
is in decline.

You can't be tempted, though, by the sink's outrageous
slumped pyramids, unwashed for ages,
nor by sweet, shiftless honeymoons
in sugar dunes.

You're in no mood for that. You're in no mood to
take all that sterling-silver crap. Too good to
let yourself in for all that mess.
Me too, I guess.

Those feet and wings of yours! they're so old-fashioned,
so quaint. One look at them, and one imagines
a cross between Great-grandma's veil
et la Tour Eiffel

—the nineteenth century, in short. However,
by likening you to this and that, my clever
pen ekes out of your sorry end
a profit and

prods you to turn into some fleshless substance,
thought-like, unpalpable—into an absence
ahead of schedule. Your pursuer
admits: it's cruel.


VI
What is it that you muse of there?
Of your worn-out though uncomputed derring-
do orbits? Of six-legged letters,
your printed betters,

your splayed Cyrillic echoes, often
spotted by you in days gone by on open
book pages, and—misprints abhorring—
fast you'd be soaring

off. Now, though, since your eyesight lessens,
you spurn those black-on-white curls, tresses,
releasing them to real brunettes, their ruffles,
chignons, thick afros.


VII
While you were singing, while you flew, the birds went
away. Brooks, too, meander free, unburdened
of stickleback. Groves flaunt see-throughs—no takers.
The cabbage acres

crackle with cold, though tightly wrapped for winter,
and an alarm clock, like a time bomb, whimpers
tick-tock somewhere; its dial's dim and hollow:
the blast won't follow.

Apart from that, there are no other sounds.
Rooftop by rooftop, light rebounds
back into cloud. The stubble shrivels.
It gives one shivers.


VIII
And here's just two of us, contagion's carriers.
Microbes and sentences respect no barriers,
afflicting all that can inhale or hear.
Just us two here—

your tiny countenance pent up with fear
of dying, my sixteen, or near,
stones playing at some country squire—
plus autumn's mire.

Completely gone, it seems, your precious buzzer.
To time, though, this appears small bother—
to waste itself on us. Be grateful
that it's not hateful,

IX
that it's not squeamish. Or that it won't care
what sort of shoddy deal, what kind of fare
it's getting stuck with in the guise of
some large nose-divers

or petty ones. Your flying days are over.
To time, though, ages, sizes never
appear distinguishable. And it poses
alike for causes

as for effects, by definition. Even—
nay! notably—if those are given
in miniature: like to cold fingers,
small change's figures.

So while you were off there, busy flirting
around the half-lit light bulb's flicker,
or, dodging me, amidst the rafters,
it—time—stayed rather

the same as now, when you acquire the stature
—due to your impotence and to your posture
toward myself—of pallid dust. Don't ponder,
decrepit, somber,

that time is my ally, my partner.
Look, we are victims of a common pattern.
I am your cellmate, not your warden.
There is no pardon.

XI
Outside, it's fall. A rotten time for bare
carnelian twigs. Like in the Mongol era,
the gray, short-legged species messes
with yellow masses,

or just makes passes. And yet no one cares
for either one of us. It seems what pairs us
is some paralysis—that is, your virus.
You'd be desirous

to learn how fast one catches this, though lucid,
indifference and sleep-inducing
desire to pay for stuff so global
with its own obol.

XII
Don't die! Resist! Crawl! though you don't feel youthful.
Existence is a bore when useful,
for oneself specially—when it spells a bonus.
A lot more honest

is to hound calendars' dates with a presence
devoid of any sense or reasons,
making a casual observer gather:
life's just another

word for nonbeing and for breaking rules. Were
you younger, my eyes'd sean the sphere
where all that is abundant. You are,
though, old and near.

XIII
So here's two of us. Outside, rain's flimsy
beak tests the windowpanes, and in a whimsy
crosshatches the landscape: its model.
You are immobile.

Still, there's us two. At least, when you expire,
I mentally will note the dire
event, thus mimicking the loops so boldly
spun by your body

in olden times, when they appeared so witless.
Death too, you know, once it detects a witness,
less firmly puts full-stops, I bet,
than tête-à-tête.

XIV
I hope you're not in pain, just lonely.
Pain takes up space; it therefore could only
creep toward you from outside, sneak near
you from the rear

and cup you fully—which implies, I reckon,
my palm that's rather busy making
these sentences. Don't die as long as
the worst, the lowest

still can be felt, still makes you twitch. Ah, sister!
to hell with the small brain's disaster!
A thing that quits obeying, dammit,
like that stayed moment,

XV
is beautiful in its own right. In other
words, it's entitled to applause (well, rather,
to the reversed burst), to extend its labor.
Fear's but a table

of those dependencies that dryly beckon
one's atrophy to last an extra second.
And I for one, my buzzy buddy,
I am quite ready

to sacrifice one of my own. However,
now such a gesture is an empty favor:
quite shot, my Shiva, is your motor;
your torpor's mortal.

XVI
In memory's deep faults, great vaults, among her
vast treasures—spent, dissolved, disowned or
forgotten (on the whole, no miser
could size them, either

in ancient days or, moreover, later)
— amidst existence's loose change and glitter,
your near-namesake, called the Muse, now makes a
soft bed, dear Musca

domestica
, for your protracted
rest. Henee these syllables, henee all this prattling,
this alphabet's cortege: ink trailers,
upsurges, failures.

XVII
Outside, it's overcast. Designed for friction
against the furniture, my means of vision
gets firmly trained on the wallpaper.
You're in no shape to

take to the highest its well-traveled pattern,
to stun up there, where prayers pummel
clouds, feeble seraphs with the notion
of repetition

and rhythm—seen senseless in their upper
realms, being rooted in the utter
despair for which these cloudborne insects
possess no instincts.

XVIII
What will it end like? In some housefly heaven?
an apiary or, say, hidden
barn, where above spread cherry jam a heavy
and sleepy bevy

of your ex-sisters slowly twirls, producing
a swish the pavement makes when autumn's using
provincial towns? Yet push the doors:
a pale swarm bursts

right past us back into the world—out! out!—
enveloping it in their white shroud
whose winter-like shreds, snatches, forms
—whose swarm confirms

XIX
(thanks to this flicker, bustling, frantic)
that souls indeed possess a fabric
and matter, and a role in landscape,
where even blackest

things in the end, for all their throttle,
too, change their hue. That the sum total
of souls surpasses any tribe.
That color's time

or else the urge to chase it—quoting
the great Halicarnassian—coating
rooftops en face, hills in profile
with its white pile.

xx
Retreating from their pallid whirlwind,
shall I discern you in their winged
(a priori, not just Elysian)
a-swirling legión,
and you swoop down in your familiar fashion
onto my nape, as though you missed your ration
of mush that thinks itself so clever?
Fat chance. However,

having kicked off the very last—by eons—
you'll be the last among those swarming millions.
Yet if you're let in on a scene so private,
then, local climate

XXI
considered—so capricious, flippant—
next spring perhaps I'll spot you flitting
through skies into this region, rushing
back home. I, sloshing

through mud, might sigh, "A star is shooting,"
and vaguely wave to it, assuming
some zodiac mishap—whereas
there, quitting spheres,

that will be your winged soul, a-flurry
to join some dormant larva buried
here in manure, to show its nation
a transformation.



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