miércoles, 23 de julio de 2008

PIEDRA COLORADA



De muchos lados del país

levanté piedras;
costas de ríos,
desiertos, cerros.

No sé en qué hora del todo
Dios las dejó sobre el país. Mis piedras.
Las levanté y las traje a casa,
las levanté como quien hace con sus manos
algo limpio a los ojos
de Dios, aquí y allá
bajo el inmenso cielo.

Traje a casa estas piedras y las dejé en el suelo,
fuera del mar aquellas que rodaban
con su canto de invierno entre la espuma,
y aquellas que elegí de la montaña
por su color, su forma o su silencio.
Las traje a casa y las dejé en el suelo,
como piedras.
Pero de las ruinas de Loreto, en Misiones,
traje una piedra colorada
que fue pared de hombres
hace tiempo,
y cubierta de musgo.
No la puse en el suelo.
Yo la puse más alto, por el musgo
o porque fue pared de hombres, hace tiempo.
Y la mojé. La mojé con mis manos día a día,
la olí, recién llovida, como al tiempo;
pero se fue secando.

Y la bajé de lo alto
por si la mucha luz le hacía daño,
la regué con la sombra de mi sueño
bajo mi cama,
le rogué con la sombra de mi cuerpo
pero se fue secando
la piedra colorada, la distinta.
Por eso quiero que alguien se la lleve
esta noche o mañana,
porque no puedo andar
esta noche o mañana
hasta las ruinas de Loreto y devolverla,
esta piedra distinta.
Por eso quiero que alguien se la lleve
y que haga con ella lo que quiera
su corazón,
mi piedra colorada.

Si sigue aquí secándose, mi piedra,
yo la voy a limpiar con mi cuchillo
de ese musgo que pide
morirse, pese a todo.
Yo la voy a limpiar con mi cuchillo,
va a ser como las otras
mi piedra colorada. Y yo no quiero
que sea como las otras.


Héctor Viel Temperley (Argentina, Buenos Aires, 1933)


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