Ni arco ni flecha: sólo
tensión. Casi se diría Oriente
donde la ciencia del pájaro no
se enciende a mediodía. Ni pájaros ni plumas:
sólo el encendido fuego. Debajo
del pájaro, debajo del tajo del mediodía
esta herida no se cierra por encendida,
por empecinada nada, por el puro eco
de una cara a otra cara. Por carente.
La aridez de esos páramos, este
pedro comepiedra que no acabas de roer, el
sol. Todo es siesta en el desierto, el cuervo
es fiesta, el cristo de la procesión. El sol
abrió la herida, abrió la ausencia de palabras,
el verano total. Página de los desesperados,
Espera Muda, pasión bajo la lámpara, Mallarmé:
dónde está tu victoria. El viento choca con la pared
del silencio y volverás a ver lo que veías: sol, el sol
sobre el silencio de riel. Real, la herida.
Ahí va por el camino como un ciego
caracol sin cara la escritura, otrora una
diáfana mirada al día, otrora un aura que
el caminante amara. Amara,¿qué es amara? La
sostenida en la sutil brisa marina, la colgada
por los cabellos a la realidad, reata, rea
más buscada. Y la más mirada: en 1750
la miraron a los ojos, una claridad felina
la sostuvo en pie sobre la piedra lisa: estaba
feliz. La levedad en los ojos del levante y la
caída en los ojos del poniente, luz que baja
a hundirse, ¿a hundirse dónde? en la página. Rosa
de todos los vientos, soplo arrogante que te empuja
más allá y más allá, animal arrogante: después
de la aurora no da un paso.
El lugar que querías está muerto para ti. No
hay lugar. Extranjero como un jeroglífico
en un muro de mil años, egipcio. La gesta
está cerrada, Mío Cid salió de la ciudad. Por
el tiempo el poema avanza como un pájaro:
siglo XVI, San Juan. La frase aún fresca
en el aire, el aire de la noche oscura en la cara,
el escarabajo sobre la piedra pulida, tiempo atrás
y en vaivén. Más despacio. Abril abrió con
ventarrón, los tejados gotean, el pájaro solitario
se queja. Dos de sus virtudes: que pone el pico al aire;
que no tiene determinado color. La historia se reitera
en cualquier lugar, como un brillo de luciérnagas
en un campo nocturno. La historia ínfima, la de la fe. Y
acecha y escucha y el búho dichoso dice «búho,
búho». No hay tiempo: hay heridas, un tajo
bajo el sol, al ritmo del trote del tejón.
Decir tú y yo es entrar en el circo,
allí el león, aquí un círculo de monos,
al costado la bailarina en compás. El aire
traslada otoños de un lugar a otro, el año
no tiene origen. La margarita amarilla
brilla en dos ojos. La oreja de Van Gogh
como el sol cae sobre el pavimento: un tajo
inocente corta el gorjeo de un pájaro. Esto es cierto
en el norte. Puede ser mentira en el sur. En efecto
(o en el vuelo del cormorán) ¿de qué pájaros hablas?
Del cormorán y su vuelo demorado sobre ei cielo, que
supone un tono púrpura, puro en la tarde y en la noche
Dios dirá. Pero insistir en tú y yo a esta altura
del río, en el Nilo donde teje la que teje, es desatar
la madeja en las tijeras, dejar de oír el griterío del
sonido, esa maleza.
¿De qué hablas? Títere, catara,
tero que pone el huevo en un lugar
hueco y grita en otro lugar. Economía
de voces, reacio de veces, riquísimo
en ausencia de palabras. Ahora quieres cantar.
Sufres de un antojo melódico en la cresta, como
un cristo, cantarín. Un colgado más, ya
basta de colgados. Ahora dinos la verdad, ¿Esa?
La verdad, la vera, la vereda tropical del verbo
les diré: señores, lo que falta aquí es un filtro
de la mala voluntad, una paciencia de mula, un
nuevo vicio. La aurora rosada de ubres abiertas
no es la solución. El verano en los ojos de la vaca. El
cilicio en el pelo del padre, se pudre
la tarde. El drama del so! entre morir y no
morir a diario, morir a diario, el matiz
de vivir, esa fosforescencia en la rama, el favor
que hace e! fuego. Pájaros para no pensar: ahí
están. Lo que les queda de razón es una luz voraz,
eso vibra, el viento detiene el plumaje del canto,
un pájaro choca. Algo siempre, boquiabierto, resta.
Me refiero a tí como a dos fieras porque
una herida son dos fieras. Hay que estar
muy herido para referirse, muy herido de lenguaje.
Me refiero al Cañón del Colorado. Me refiero a
un abismo desnudo que Christo viste, en la
aurora lo veo en su cresta. Me refiero a la nada,
al punto opuesto donde está Christo. Escribir es
desnudarse, escribir es vestirse. Pero el vértigo
no viste, viste el rojo, el pájaro de sangre, el
gorjeo del pájaro de sangre en Inglaterra: pío, pío.
La que te cubre no cobra por vestirte. Ella, la
doncella leve que sobre ti se deposita, esposa
del esposo, gemela del gemido. Por último,
sin miedo, me refiero a mí.
Poca cosa en el mundo con utilidad todavía;
la luna, María. Una
sobre otra con su luz vacía, el cuarto
menguante cada vez con menos cosas, los
muslos menguantes cada vez con menos manos, el
óvalo del rostro que rueda por la sombra. «Espérame
un año y verás: será distinto por la estrella el
destino». Luna de estío, estilo de brillar barroco, el
hueco de la noche se hace día, dices. Pero lo que no
dices y tal vez deberías es que no hay talismán
que frene el maleficio de no estar contigo, aquí
en la maleza de sonidos voló el ave que consuela.
Luz antes de la luz, algo claro
de alba fresca, luz que baña el pino
y no cesa de secar la herida abierta:
lo que te llevó del no decir a decirlo
directamente fue el instinto animal,
el caballo muerto en las afueras de Milán.
El caballo del decir y el caballo del no,
el caballo caballo, sin poder evitarlo, la
escasez de un adjetivo para él, escúchame. Ahora
échame si falto a mi palabra de caballo, si me fugo
por la garganta del pájaro. Cantar, ¿qué es cantar?
El caballo arde al costado de la música, el silencio
también arde. Bajó la tarde en San Jerónimo. La verdad,
virgen de palabras al margen del verso, no confiesa.
La cara es cosa reciente, acaba de aparecer.
No todos tienen cara, no todos tienen estrella.
La caricia es un poco más abajo, más cerca
del día, del mediodía. Alta es la cara para la caricia,
cara de luna, demasiada poesía. Y es tarde para insistir.
Una cara preciosa no tiene precio, es presente puro.
Hay una cara preciosa pero no diré dónde.
Ya no trabajo aquí.
Limpia tus palabras, limpia tus palabras,
mira que por algo te lo digo. Ya veo que por algo
me lo dices: ¿es por el mirlo? Mirlo: me veo
en el mirlo, se refiere a mí. ¿Puedo? Una palabra sucia
es una mujer vestida, sólo la nada está desnuda. Ahora,
¿desnudar a una mujer es orillarla al vacío? ¿Y si la desnudas
al borde de un río? Te dejo estas preguntas en el aire,
flotando sobre el agua. Un pájaro no es un espejo
pero veo por el mirlo por qué to dices.
Mirlo en cien versiones de mirlo,
pluma muy fina,
pincel de pino para pintar de perfil,
uno en mil. Mirar el mar. Imágenes
que no son lo real en su aridez,
sus aristas graves. Ni son el dolor de la forma
por la arena que no termina de nacer, que nunca
abandona el aire. El aire, que no alcanza su madurez.
El presente es esa brisita que te da en la cara,
el diminutivo brisita de viento, el gran
viento sin anunciación: viento porque sí
viento por viento, veinte por ciento de destino.
Pero sin anunciación ni canto, aquí o en
Sinaloa, viento sin elegía con un vacío por dentro.
El viento aquel, el viento aquí, ningún corcel, sin
centro. Ahora viento en las ventanas. Hay que cerrar
las ventanas porque el viento está muy fuerte. Ya
hay mucho viento en la ventana. Puede haber algo de presente.
Por escuchar un mirlo, por oírlo, oírlo mar,
el oleaje: un brillo de crestas de cristal.
Y de pronto es roca, resiste
como roca, el hueco es la ausencia de una roca,
y de pronto todo es una rimarica en eco hasta la cima,
imantada. Sólo y de pronto, como un pájaro resiste.
Soy lo que utilizo. ¿Utilizo tu cuerpo?
Soy tu cuerpo. Lo demás es liso y lo demás
es curvo y al final de la línea espera el cuervo.
Al caer la curva la luz está cansada, anaranjada ya,
pero el pico del cuervo la espera. Así ha sido siempre
desde el comienzo del cuerpo. Un día hay luz, otro
día no hay luz, el siguiente viene el guía que te lleva
-me visto con tu cuerpo que tan bien me va- oscuridad
adentro. Esto es central, con sol en el centro.
Ha muerto el neón de la noche, Ya
no se reparte la noche en parpadeos.
Noche sin fieras, completamente fuera, noche
vacía como nunca había. Hasta que aparece
la que debía aparecer: Ave, María.
IMAGEN: El mirlo vulgar.
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