Cavando en la nieve, los niños
descubrieron frutillas silvestres,
rosadas y alegres, escondidas entre las hojas,
rojas, rojas como la sangre de los niños
caídos sobre los cúmulos dé nieve.
Había nevado todo el invierno:
yaciendo sobre los fríos cúmulos de nieve
los niños descubrieron frutillas silvestres
escondidas entre las hojas.
Y los pequeños Santos descendieron,
los pequeños Santos descendieron por las escaleras del Cielo
para cantarles a los helados niños
cuyas lágrimas
brillaban como amor en el frío.
¡Hermosa Griselda,
cómo sueñas!
Has bebido vino, niña
y por eso tu corazón canta.
¡Tu frío rostro no se mueve,
pero cómo sueñas!
Volviste tu cabeza en los cúmulos de hojas
hasta que la nieve se derritió
y tus ojos soñadores
se abren como frutillas.
No hay ningún mal aquí.
La nieve es tan blanda, tan blanca.
Aunque los niños nunca despertarán:
no están muertos. Duermen.
Oh, cómo desgarra el corazón
el anhelo de despertar a los niños que duermen.
¡Mira! La niñez yace aquí
a los pies de las escaleras del Cielo.
Aquí están las frutillas
No hay ningún mal aquí.
Robert Duncan (E.E.U.U., San Francisco, 1919-1988)
(Traducción de Alberto Girri)
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