Ya extinta la lámpara de mi madre
Aprieto un interruptor diferente:
Una luz dentro de la delicada
Pantalla blanca de pronto se enciende,
Vibrando al rapto
Del chirrido mecánico
De mosquitos y grillos
De un campo real a las doce del día.
Hacia su corazón veraz me muevo
Con el corazón entreabierto,
Con los ojos que escuecen menos
Por el calor o el polen
Que por el día sepultado,
Ahora elevándose como la luna,
Brillante, que despliega
Su tirante sábana blanca.
Dos o tres insectos que más temprano
Alumbraron con su brillo el espacio,
En la apacible inestabilidad,
Duermen como ella y yo
No podemos hacerlo,
Bajo la inundación
Suscitada hace treinta años
—Un árbol, una casa,
Que tuvimos entonces, un crepúsculo,
Una puerta de donde salen
Personajes centrales, imprecisos
Y espasmódicos como insectos
Encendidos que emiten las linternas,
Fácilmente tomados por estrellas,
O por destinos. Con sonrisas cómplices
Y los hombros encogidos en óvalo
Mi madre y mis dos tías
En la pantalla aparecen. Sus cejas
Fruncidas y depiladas, sus brazos
Cruzados. Sus pálidos labios
En movimiento.
Desde la penumbra del canapé
A mi madre con el pelo ya blanco
Se le escapa una risita callada
Cuando ve, en aquella luz final
La sombra de un hombre que sube sobre
Su vestido. Y ahora ella
Avanza, sin su hermana,
Seguida por un niño
Hermoso, o enfadado.
Soy yo, a los cuatro años,
En lágrimas. Levanto el puño,
Golpeo, ella se arrodilla.
La sombra del hombre nos entristece
A ambos. Su voz atrás de mí me dice
Que eso podría ir más despacio.
Me ocupo de los controles. La película
Se atasca. Nuestro viejo proyector
Violentamente ilumina la escena
Que enseguida se incendia.
Perplejos, vemos cómo nos volvemos
Rojos y negros y nos elevamos
Convertidos en humo
Que ahora serpentea a través de intensos
Rayos de luz. Los apago. Silencio.
Tu padre, observa ella,
Tomó esas fotos. Y enseguida dice,
Muy dulces sueños,
Y se levanta y se va. Poco a poco
Me desvanezco y empiezo a sentir
Frío. La noche me dispersa
Con verdes susurros, finos lamentos.
Allá fuera, entre los pinos
Han empezado los brillantes hechos,
Algunos bajos, inconstantes (esas
Podrían ser luciérnagas),
Otras, como en un viento fuerte,
Parpadeantes, siguen iluminadas.
Hay noches que parece
Que cabalgamos con cruz y corona,
Por debajo de ellos, a través de humos,
Espirales, toda una épica rápida
—Únicamente para dar el salto
Clarividente desde el edredón,
Desde el sueño a lo que hemos visto.
Papá poco a poco desaparece.
—Fue él quien enfocó tu vida entera
En pequeñas monturas;
En su microscopio, ahora hundido
En terciopelo morado, primero
Me enseñó los cráneos de las moscas,
La piel, las llamas
Que graban las mandíbulas— papá
Reducido a nuestro tamaño auténtico.
Cada mañana, detrás de nosotros
Los campos se lamentan y relucen.
Salir fuera es caer en hechizos
Frescos, heladas telas, y en el canto
Mordaz de la trama nueva de cada
Día, todo el verano
La pequeña galaxia
Cerca de mi cabeza
Me obliga a regresar.
Con la maldición con la que empezamos
El día me puse a correr,
Tontamente, como ellos,
Pero aspirando y espirando el sol
Y el aire que yo soy.
¡El hijo y heredero!
En la oscuridad que me quita
La respiración y me hace escuchar,
Escaleras arriba,
La suya —ese silbido débil
Que se escapa, como lo hace la vida,
Hacia el espacio,
Habiendo llevado sus personajes
Hacia el abismo de la noche.
Inmensamente inmóviles los cielos
Relucen. Un camino ancho de vagas
Estrellas flota a la deriva,
La piel desollada de todos
Aquellos cuyos ojos fríos
Primero nos dijeron, encerrados
En los nuestros: vosotros sois los héroes
Sin nombre o sin origen.
James Merrill (E.E.U.U., New York, 1926, Tucson, Arizona, 1995)
Traducción de Manuel Viada
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