viernes, 22 de agosto de 2008

RÉQUIEM ALEMÁN


No es lo que construyeron. Es lo que derribaron.
No son las casas. Son los espacios entre las casas.
No son las calles que existen. Son las calles que ya no existen.
No son tus recuerdos lo que te obsesiona.
No es lo que has escrito.
Es lo que has olvidado, lo que debes olvidar.
Lo que debes seguir olvidando toda tu vida.
Y, si hay suerte, el olvido descubrirá un ritual.
Hallarás que no estás solo en tu empresa.
Ayer el mismo mobiliario parecía censurarte.
Hoy ocupas tu sitio en el Transbordador de Viudas.



El autobús espera en la puerta sur
para llevarte a la ciudad de tus antepasados,
situada allá en la colina, con frontones lucientes,
tan vividos como esta encantadora plaza, tu hogar.
¿Estás cohibida? Pues debieras estarlo. Es casi como una boda,
el modo en que sujetas las flores y das a tu velo un ligero tirón. Oh,
las horrendas damas de honor, es natural que te molesten
un poco, en este primer día.
Pero todo esto pasará, y el cementerio no queda lejos.
Aquí llega el conductor, tirando un palillo al arroyo,
su lengua aún rebuscando entre los dientes.
Fíjate, ni ha reparado en ti. Nadie ha reparado en ti.
Pasará, jovencita, pasará.



Qué confortante resulta, una o dos veces al año,
reunirse y olvidar el ayer.
Como en esos días especiales, señoras y señores,
en los que las pecheras almidonadas se dan cita al lado de la tumba
y una gabardina maliciosa se aproxima a la tribuna de oradores.
Es como un solemne pacto entre quienes sobrevivieron.
El alcalde lo rubrica en nombre de la masonería.
El sacerdote lo sella en nombre de todos los demás.
No hay más que hablar, y es mejor así.



Es mejor para la viuda no vivir con miedo al sobresalto,
es mejor para el joven poder moverse a sus anchas entre los sillones,
es mejor que estos perfiles corcovados que revolotean entre las tumbas
cuidando las mariposas y mudando los crisantemos
no sean almas en pena,
que vuelvan a sus casas.
El autobús espera, mientras que en las gradas superiores
los trabajadores desmantelan las casas de los muertos.



Pero al haber muerto tantos, tantos y tan deprisa,
no había ciudades que esperaran a las víctimas.
Retiraron las placas con los nombres de los portales derruidos
y las llevaron con los féretros.
Así, plazas y parques se llenaron de la elocuencia de cementerios
jóvenes:
olor de tierra fresca, cruces improvisadas
y todos los indicadores imposibles en latón y en esmalte.



"Doctor Gliedschirm, dermatólogo, visitas de dos a cuatro o previa
petición de hora."
Al profesor Sargnagel lo enterraron con cuatro títulos, dos veces
miembro asociado de organismos académicos
e indicaciones para que los tenderos usaran la puerta de servicio.
La tumba de tu tío te informó de que vivía en el tercero izquierda.
Se te pidió por favor que llamaras al timbre y él bajaría en el ascensor
en el que para entrar se necesitaba llave ...



Solía bajar, solía bajar siempre
con una sonrisa aguada, y con muy pocas cosas que decir.
Cómo se encogió con los años.
Cómo tu estatura lo empequeñecía en el estrecho ascensor.
Cómo se encoge ahora ...



Vamos. ¿Ha de tener fin la aflicción? Entonces también la culpa.
Y parece que los recursos de la memoria no conozcan límites.
Para que un hombre pueda decir y pensar:
cuando el mundo estaba en su hora más oscura,
cuando las alas negras sobrevolaban los tejados
(¿y quién puede escrutar Sus propósitos?), incluso entonces
siempre, siempre hubo lumbre en este hogar.
¿Ves este armario? ¡Un escondite de sacerdotes!
Y en ese cuarto trastero generaciones enteras han tenido cobijo y alimento.
¡Oh, si hubiera de empezar, si hubiera de empezar a contarte
la mitad, la cuarta parte, una fracción de lo que padecimos!



Su mujer asiente, y una secreta sonrisa,
como un vientecillo con sólo el vigor para desplazar una hoja seca
sobre dos adoquines, cruza de silla a silla.
Incluso el inquisidor queda hechizado.
Olvida proseguir con sus preguntas.
No es lo que quiere saber.
Es lo que quiere no saber.
No es lo que dicen.
Es lo que no dicen.



James Fenton (Inglaterra, 1949)

(Traducción de José Antonio Álvarez Amorós)



A German Requiem


It is not what they built. It is what they knocked down.
It is not the houses. It is the spaces between the houses.
It is not the streets that exist. It is the streets that no longer exist.
It is not your memories which haunt you.
It is not what you have written down.
It is what you have forgotten, what you must forget.
What you must go on forgetting all your Ufe.
And with any luck oblivion should discover a ritual.
You will find out that you are not alone in the enterprise.
Yesterday the very furniture seemed to reproach you.
Today you take your place in the Widow's Shuttle.



The bus is waiting at the southern gate
To take you to the city of your ancestors
Which stands on the hill opposite, with gleaming pediments,
As vivid as this charming square, your home.
Are you shy? You should be. It is almost like a wedding,
The way you clasp your flowers and give a little tug at your veil. Oh,
The hideous bridesmaids, it is natural that you should resent them
Just a little, on this first day.
But that will pass, and the cemetery is not far.
Here comes the driver, flicking a toothpick into the gutter,
His tongue still searching between his teeth.
See, he has not noticed you. No one has noticed you.
It will pass, young lady, it will pass.



How comforting it is, once or twice a year,
To get together and forget the old times.
As on those special days, ladies and gentlemen,
When the boiled shirts gather at the graveside
And a leering waistcoat approaches the rostrum.
It is like a solemn pact between the survivors.
The mayor has signed it on behalf of the freemasonry.
The priest has sealed it on behalf of all the rest.
Nothing more need be said, and it is better that way-


The better for the widow, that she should not live in fear of surprise,
The better for the young man, that he should move at liberty between
the armchairs,
The better that these bent figures who flutter among the graves
Tending the nightlights and replacing the chrysantemums
Are not ghosts,
That they shall go home.
The bus is waiting, and on the upper terraces
The workmen are dismantling the houses of the dead.



But when so many had died, so many and at such speed,
There were no cities waiting for the victims.
They unscrewed the name-plates from the shattered doorways
And carried them away with the coffins.
So the squares and parks were filled with the eloquence of young
cemeleries:
The smell of fresh earth, the improvised crosses
And all the impossible directions in brass and enamel.


'Doctor Gliedschirm, skin specialist, surgeries 14-16 hours or
by appointment.'
Professor Sargnagel was buried with four degrees, two associate
memberships
And instructions to tradesmen to use the back entrance.
Your uncle's grave informed you that he lived on the third floor, left.
You were asked please to ring, and he would come down in the lift
To which one needed a key ...



Would come down, would ever come down
With a smile like thin gruel, and never too much to say.
How he shrank through the years.
How you towered over him in the narrow cage.
How he shrinks now ...



But come. Grief must have its term? Guilt too, then.
And it seems there is no limit to the resourcefulness of recollection.
So that a man might say and think:
When the world was at its darkest,
When the black wings passed over the rooftops
(And who can divine His purposes?) even then
There was always, always a fire in this hearth.
You see this cupboard? A priest-hole!
And in that lumber-room whole generations have been housed and fed.
Oh, If I were to begin, if 1 were to begin to tell you
The half, the quarter, a mere smattering of what we went through!



His wife nods, and a secret smile,
Like a breeze with enough strength to carry one dry leaf
Over two pavingstones, passes from chair to chair.
Even the enquirer is charmed.
He forgets to pursue the point.
It is not what he wants to know.
It is what he wants not to know.
It is not what they say.
It is what they do not say.



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