Inmenso tema. Quien escribe sabe bien cuánto se ha atrevido avistando a un solo numen de las nueve, o tres por tres, o solamente tres, o también dos, Musas y Gracias. Pero está convencido de esto, como de muchas otras cosas. En este mundo que tratamos, las madres son a menudo las hijas, y viceversa. Se podría también demostrarlo. ¿Es necesario? Preferimos invitar al lector a que goce con el hecho de que según los Griegos las fiestas de la fantasía y la memoria se desarrollaban casi siempre en los montes, más bien en las colinas, y se renovaban a medida que este pueblo bajaba a la península.
(Hablan Mnemosine y Hesíodo.)
MNEMOSINE. Concluyendo, tú no estás contento.
HESÍODO. Te digo que, si pienso en algo pasado, en las estaciones ya concluidas, me parece haberlo estado. Pero en el correr de los días, es distinto. Siento un fastidio de las cosas y los trabajos, idéntico al de un borracho. Entonces dejo todo y subo aquí, a la montaña. Pero si vuelvo a pensarlo, me parece nuevamente haber estado contento.
MNEMOSINE. Así será siempre.
HESÍODO. Tú que sabes todos los nombres, ¿cuál es el nombre de mi estado?
MNEMOSINE. Puedes llamarlo con tu nombre, o con el mío.
HESÍODO. Mi nombre humano, Mélete, no es nada. Pero tú, ¿cómo quieres ser llamada? Cada vez es distinta la palabra que te invoca. Tú eres como una madre cuyo nombre se pierde en los años. En las casas, o sobre los senderos desde donde se divisa la montaña, se habla mucho de ti. Se dice que en un tiempo vivías en montes más inaccesibles, donde hay nieves, árboles negros y monstruos, en la Tracia o en Tesalia, y te llamaban la Musa. Otros dicen Calíope o Clío. ¿Cuál es tu nombre verdadero?
MNEMOSINE. En efecto, vengo de allá. Y tengo muchos nombres. Tendré otros cuando haya descendido más... Aglaé, Egémona, Faena, según el capricho de los lugares.
HESÍODO. ¿A ti también el fastidio te arroja por elmundo? ¿Entonces no eres una diosa?
MNEMOSINE. Ni fastidio ni diosa, mi querido. Hoy me gusta este monte, el Helicón, acaso porque tú lo frecuentas. Amo estar donde están los hombres, pero un poco apartada. Yo no busco a nadie y converso con quien sabe hablar.
HESÍODO. Oh Mélete, yo no sé hablar. Y sólo me parece saber algo cuando estoy contigo. En tu voz y en tus nombres está el pasado, cada estación que recuerdo.
MNEMOSINE. En Tesalia, mi nombre era Mneme.
HESÍODO. Algunos, cuando hablan de ti, dicen que eres vieja como la tortuga, decrépita y dura. Otros te creen una ninfa aún por brotar, como el pimpollo o la nube.
MNEMOSINE. ¿Y tú qué dices?
HESÍODO. No sé. Eres Calíope y eres Mneme. Tienes la voz y la mirada inmortales. Eres como una colina o un curso de agua, a los que no se les pregunta si son jóvenes o viejos, porque para ellos el tiempo no está. Existen. No se sabe otra cosa.
MNEMOSINE. Pero tú también existes, querido, y para ti la existencia quiere decir fastidio y descontento. ¿Cómo te imaginas la vida de nosotras, las inmortales?
HESÍODO. No me la imagino, Mélete; la venero, como puedo, con corazón puro.
MNEMOSINE. Continúa, me gustas.
HESÍODO. He dicho todo.
MNEMOSINE. Os conozco a vosotros, los hombres, que habláis con los labios apretados.
HESÍODO. Delante de los dioses no podemos más que postrarnos.
MNEMOSINE. Deja estar a los dioses. Yo existía cuando aún no había dioses. Conmigo puedes hablar. Los hombres me lo dicen todo. Puedes adorarnos, si quieres, pero dime cómo te imaginas que yo vivo.
HESÍODO. ¿Cómo puedo saberlo? Ninguna diosa me ha considerado digno de su lecho.
MNEMOSINE. Tonto, el mundo tiene estaciones, y aquel tiempo ha terminado.
HESÍODO. Yo conozco solamente el campo que he trabajado.
MNEMOSINE. Eres soberbio, pastor. Tienes la soberbia del mortal. Pero será tu destino saber otras cosas. Dime, ¿por qué, cuando me hablas, te crees contento?
HESÍODO. Aquí puedo contestarte. Las cosas que tú dices no tienen en sí mismas ese fastidio de lo que acontece todos los días. Tú das nombres a las cosas que las vuelven distintas, inauditas, y sin embargo queridas y familiares como una voz que desde hace mucho tiempo callaba. O como el verse de improviso en un espejo de agua, lo que nos hace decir: "¿Quién es este hombre?"
MNEMOSINE. Mi querido, ¿no te ha sucedido nunca ver una planta, una piedra, un gesto, y experimentar la misma pasión?
HESÍODO. Me ha sucedido.
MNEMOSINE. ¿Y has encontrado el porqué?
HESÍODO. Es sólo un instante, Mélete. ¿Cómo puedo detenerlo?
MNEMOSINE. ¿No te has preguntado por qué un instante, semejante a tantos otros del pasado, te vuelve repentinamente feliz, feliz como un dios? Tú mirabas el olivo, el olivo sobre el sendero que has recorrido cada día durante años; llega el día en que el fastidio te deja y tú acaricias el viejo tronco con la mirada, como si fuera un amigo reencontrado y te dijera justo la única palabra que tu corazón esperaba. Otras veces es la mirada de un transeúnte cualquiera. Otras veces, la lluvia que insiste desde hace días. O el chillido estrepitoso de un pájaro. O una nube que dirías haberla visto antes. Por un instante el tiempo se detiene y sientes la cosa banal en tu corazón, como si el antes y el después no existieran ya. ¿No te has preguntado el porqué?
HESÍODO. Tú misma lo dices. Ese instante ha vuelto la cosa un recuerdo, un modelo.
MNEMOSINE. ¿No puedes imaginarte una existencia sólo hecha de estos instantes?
HESÍODO. Puedo imaginármela, sí.
MNEMOSINE. Entonces sabes cómo vivo.
HESÍODO. Yo te creo, Mélete, porque todo lo llevas en los ojos. Y el nombre de Euterpe, que muchos te dan, no me puede ya sorprender. Pero los instantes mortales no son una vida. Si yo quisiera repetirlos, perderían la flor. Vuelve siempre el fastidio.
MNEMOSINE. Sin embargo, has dicho que ese instante es un recuerdo. ¿Y qué otra cosa es el recuerdo sino pasión repetida? Compréndeme bien.
HESÍODO. ¿Qué quieres decir?
MNEMOSINE. Quiero decir que tú sabes lo que es una vida inmortal.
HESÍODO. Cuando hablo contigo me resulta difícil resistirte. Tú has visto las cosas desde el comienzo. Tú eres el olivo, la mirada y la nube. Dices un nombre y la cosa es para siempre.
MNEMOSINE. Hesíodo, cada día yo te encuentro acá arriba. Antes que a ti, he encontrado a otros en estos montes, sobre los ríos secos de la Tracia y de la Pieria. Tú me gustas más que ellos. Tú sabes que las cosas inmortales están a un paso de vosotros.
HESÍODO. No es difícil saberlo. Tocarlas es difícil.
MNEMOSINE. Hay que vivir para ellas, Hesíodo. Esto quiere decir: el corazón puro.
HESÍODO. Escuchándote, parece cierto. Pero la vida del hombre se desarrolla allá abajo, entre las casas, en los campos. Delante del fuego o en un lecho. Y cada día que despunta te pone delante la misma fatiga y las mismas faltas. Esto al final resulta fastidioso, Mélete. Hay una tormenta que renueva a los campos— ni la muerte ni los grandes dolores quitan el coraje. Pero la fatiga interminable, el esfuerzo de estar vivo hora tras hora, la noticia del mal ajeno, del mal mezquino, fastidioso como las moscas de verano— éste es el vivir que corta las piernas, Mélete.
MNEMOSINE. Yo vengo desde lugares más yermos, desde barrancos brumosos e inhumanos, donde sin embargo se ha abierto la vida. Entre estos olivos y bajo el cielo, vosotros no conocéis esa suerte. ¿Nunca has oído hablar del pantano Boebe?
HESÍODO. No.
MNEMOSINE. Es una landa brumosa de barro y de cañas, como era al principio de los tiempos, en un silencio burbujeante. Engendró monstruos y dioses de excremento y de sangre. De esto los Tesalios, hoy día, apenas hablan. No la cambian ni el tiempo ni las estaciones. Ninguna voz la alcanza.
HESÍODO. Pero entretanto tú hablas de ella, Mélete, y le has atribuido una suerte divina. Tu voz la ha alcanzado. Ahora es un lugar terrible y sacro. Los olivos y el cielo del Helicón no son toda la vida.
MNEMOSINE. Tampoco el fastidio, tampoco el retorno a las casas. ¿No comprendes que el hombre, todo hombre, nace en ese pantano de sangre? ¿y que lo sagrado y lo divino os acompaña a vosotros también, dentro del lecho, en el campo, delante de la llama? Cada gesto que hacéis repite un modelo divino. Día y noche no tenéis un instante, ni siquiera el más fútil, que no brote desde el silencio de los orígenes.
HESÍODO. Tú hablas, Mélete, y no puedo resistirte. Si bastara por lo menos venerarte.
MNEMOSINE. Hay otra manera, mi querido.
HESÍODO. ¿Cuál es?
MNEMOSINE. Intenta decirles a los mortales estas cosas que sabes.
HESÍODO. Te digo que, si pienso en algo pasado, en las estaciones ya concluidas, me parece haberlo estado. Pero en el correr de los días, es distinto. Siento un fastidio de las cosas y los trabajos, idéntico al de un borracho. Entonces dejo todo y subo aquí, a la montaña. Pero si vuelvo a pensarlo, me parece nuevamente haber estado contento.
MNEMOSINE. Así será siempre.
HESÍODO. Tú que sabes todos los nombres, ¿cuál es el nombre de mi estado?
MNEMOSINE. Puedes llamarlo con tu nombre, o con el mío.
HESÍODO. Mi nombre humano, Mélete, no es nada. Pero tú, ¿cómo quieres ser llamada? Cada vez es distinta la palabra que te invoca. Tú eres como una madre cuyo nombre se pierde en los años. En las casas, o sobre los senderos desde donde se divisa la montaña, se habla mucho de ti. Se dice que en un tiempo vivías en montes más inaccesibles, donde hay nieves, árboles negros y monstruos, en la Tracia o en Tesalia, y te llamaban la Musa. Otros dicen Calíope o Clío. ¿Cuál es tu nombre verdadero?
MNEMOSINE. En efecto, vengo de allá. Y tengo muchos nombres. Tendré otros cuando haya descendido más... Aglaé, Egémona, Faena, según el capricho de los lugares.
HESÍODO. ¿A ti también el fastidio te arroja por elmundo? ¿Entonces no eres una diosa?
MNEMOSINE. Ni fastidio ni diosa, mi querido. Hoy me gusta este monte, el Helicón, acaso porque tú lo frecuentas. Amo estar donde están los hombres, pero un poco apartada. Yo no busco a nadie y converso con quien sabe hablar.
HESÍODO. Oh Mélete, yo no sé hablar. Y sólo me parece saber algo cuando estoy contigo. En tu voz y en tus nombres está el pasado, cada estación que recuerdo.
MNEMOSINE. En Tesalia, mi nombre era Mneme.
HESÍODO. Algunos, cuando hablan de ti, dicen que eres vieja como la tortuga, decrépita y dura. Otros te creen una ninfa aún por brotar, como el pimpollo o la nube.
MNEMOSINE. ¿Y tú qué dices?
HESÍODO. No sé. Eres Calíope y eres Mneme. Tienes la voz y la mirada inmortales. Eres como una colina o un curso de agua, a los que no se les pregunta si son jóvenes o viejos, porque para ellos el tiempo no está. Existen. No se sabe otra cosa.
MNEMOSINE. Pero tú también existes, querido, y para ti la existencia quiere decir fastidio y descontento. ¿Cómo te imaginas la vida de nosotras, las inmortales?
HESÍODO. No me la imagino, Mélete; la venero, como puedo, con corazón puro.
MNEMOSINE. Continúa, me gustas.
HESÍODO. He dicho todo.
MNEMOSINE. Os conozco a vosotros, los hombres, que habláis con los labios apretados.
HESÍODO. Delante de los dioses no podemos más que postrarnos.
MNEMOSINE. Deja estar a los dioses. Yo existía cuando aún no había dioses. Conmigo puedes hablar. Los hombres me lo dicen todo. Puedes adorarnos, si quieres, pero dime cómo te imaginas que yo vivo.
HESÍODO. ¿Cómo puedo saberlo? Ninguna diosa me ha considerado digno de su lecho.
MNEMOSINE. Tonto, el mundo tiene estaciones, y aquel tiempo ha terminado.
HESÍODO. Yo conozco solamente el campo que he trabajado.
MNEMOSINE. Eres soberbio, pastor. Tienes la soberbia del mortal. Pero será tu destino saber otras cosas. Dime, ¿por qué, cuando me hablas, te crees contento?
HESÍODO. Aquí puedo contestarte. Las cosas que tú dices no tienen en sí mismas ese fastidio de lo que acontece todos los días. Tú das nombres a las cosas que las vuelven distintas, inauditas, y sin embargo queridas y familiares como una voz que desde hace mucho tiempo callaba. O como el verse de improviso en un espejo de agua, lo que nos hace decir: "¿Quién es este hombre?"
MNEMOSINE. Mi querido, ¿no te ha sucedido nunca ver una planta, una piedra, un gesto, y experimentar la misma pasión?
HESÍODO. Me ha sucedido.
MNEMOSINE. ¿Y has encontrado el porqué?
HESÍODO. Es sólo un instante, Mélete. ¿Cómo puedo detenerlo?
MNEMOSINE. ¿No te has preguntado por qué un instante, semejante a tantos otros del pasado, te vuelve repentinamente feliz, feliz como un dios? Tú mirabas el olivo, el olivo sobre el sendero que has recorrido cada día durante años; llega el día en que el fastidio te deja y tú acaricias el viejo tronco con la mirada, como si fuera un amigo reencontrado y te dijera justo la única palabra que tu corazón esperaba. Otras veces es la mirada de un transeúnte cualquiera. Otras veces, la lluvia que insiste desde hace días. O el chillido estrepitoso de un pájaro. O una nube que dirías haberla visto antes. Por un instante el tiempo se detiene y sientes la cosa banal en tu corazón, como si el antes y el después no existieran ya. ¿No te has preguntado el porqué?
HESÍODO. Tú misma lo dices. Ese instante ha vuelto la cosa un recuerdo, un modelo.
MNEMOSINE. ¿No puedes imaginarte una existencia sólo hecha de estos instantes?
HESÍODO. Puedo imaginármela, sí.
MNEMOSINE. Entonces sabes cómo vivo.
HESÍODO. Yo te creo, Mélete, porque todo lo llevas en los ojos. Y el nombre de Euterpe, que muchos te dan, no me puede ya sorprender. Pero los instantes mortales no son una vida. Si yo quisiera repetirlos, perderían la flor. Vuelve siempre el fastidio.
MNEMOSINE. Sin embargo, has dicho que ese instante es un recuerdo. ¿Y qué otra cosa es el recuerdo sino pasión repetida? Compréndeme bien.
HESÍODO. ¿Qué quieres decir?
MNEMOSINE. Quiero decir que tú sabes lo que es una vida inmortal.
HESÍODO. Cuando hablo contigo me resulta difícil resistirte. Tú has visto las cosas desde el comienzo. Tú eres el olivo, la mirada y la nube. Dices un nombre y la cosa es para siempre.
MNEMOSINE. Hesíodo, cada día yo te encuentro acá arriba. Antes que a ti, he encontrado a otros en estos montes, sobre los ríos secos de la Tracia y de la Pieria. Tú me gustas más que ellos. Tú sabes que las cosas inmortales están a un paso de vosotros.
HESÍODO. No es difícil saberlo. Tocarlas es difícil.
MNEMOSINE. Hay que vivir para ellas, Hesíodo. Esto quiere decir: el corazón puro.
HESÍODO. Escuchándote, parece cierto. Pero la vida del hombre se desarrolla allá abajo, entre las casas, en los campos. Delante del fuego o en un lecho. Y cada día que despunta te pone delante la misma fatiga y las mismas faltas. Esto al final resulta fastidioso, Mélete. Hay una tormenta que renueva a los campos— ni la muerte ni los grandes dolores quitan el coraje. Pero la fatiga interminable, el esfuerzo de estar vivo hora tras hora, la noticia del mal ajeno, del mal mezquino, fastidioso como las moscas de verano— éste es el vivir que corta las piernas, Mélete.
MNEMOSINE. Yo vengo desde lugares más yermos, desde barrancos brumosos e inhumanos, donde sin embargo se ha abierto la vida. Entre estos olivos y bajo el cielo, vosotros no conocéis esa suerte. ¿Nunca has oído hablar del pantano Boebe?
HESÍODO. No.
MNEMOSINE. Es una landa brumosa de barro y de cañas, como era al principio de los tiempos, en un silencio burbujeante. Engendró monstruos y dioses de excremento y de sangre. De esto los Tesalios, hoy día, apenas hablan. No la cambian ni el tiempo ni las estaciones. Ninguna voz la alcanza.
HESÍODO. Pero entretanto tú hablas de ella, Mélete, y le has atribuido una suerte divina. Tu voz la ha alcanzado. Ahora es un lugar terrible y sacro. Los olivos y el cielo del Helicón no son toda la vida.
MNEMOSINE. Tampoco el fastidio, tampoco el retorno a las casas. ¿No comprendes que el hombre, todo hombre, nace en ese pantano de sangre? ¿y que lo sagrado y lo divino os acompaña a vosotros también, dentro del lecho, en el campo, delante de la llama? Cada gesto que hacéis repite un modelo divino. Día y noche no tenéis un instante, ni siquiera el más fútil, que no brote desde el silencio de los orígenes.
HESÍODO. Tú hablas, Mélete, y no puedo resistirte. Si bastara por lo menos venerarte.
MNEMOSINE. Hay otra manera, mi querido.
HESÍODO. ¿Cuál es?
MNEMOSINE. Intenta decirles a los mortales estas cosas que sabes.
(De: Dialoghi con Leucó-1945/7)
Cesare Pavese (Italia, San Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950)
(Traducción de Marcella Milano,
Ed.Siglo Veinte, Bs.As.,1968)
Ed.Siglo Veinte, Bs.As.,1968)
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