IV
Te acordás Mansa Tuca, ahora que has vuelto,
ahora que dejaste el dominio de los infieles en la urbe
y el reloj no te cose al revés de tus sueños.
Ahora que te respiras al fin como antes y te das
con el espejo que se comió el azogue.
Cuando corrían los claveles y las calas
a ver quién llegaba primero a las ofrendas.
Cuando desataban carros y estabas,
cuando armaban carpas y estabas
como en fiesta de cementerios,
y eran días de velas y golosinas
para las ánimas en blanco,
cuando estabas de infancia sola
al sol y al campo con galgos
y te significaban palomas las siestas,
como tantas lluvias de gusto,
cuando mirabas sin límites
como otro gato arriba de la estiba,
y todo el verano se venía después
y entrabas descalzo al carnaval,
máscara suelta, de nuevo la arpillera con flecos,
y la inocencia con guacha de lona y chifle,
y no eras la vaca del corso
sino otro que quería ser otro,
y te descubrían apenas la voz,
apenas te mostrabas al abrirte un poquito,
"ahí va Mansa Tuca" ... "negro de mierda"...
y repartías guachazos al que se cruzara.
Y ahora importa todo eso,
cuando estabas en ese cómo,
desde ese cuándo, gurí de talón curtido,
cazador de loros, pescador de bagres,
ramblonero puro de este pago
que un día se tomó el tren y se hizo humo.
Nostalgia sin asidero, sentís ahora,
como la de esos rostros en óvalo que ya nadie llora,
como bien se lloraba antes,
cuando era una fiesta llevar flores
y ganar una "chinchibira"...
y hasta hoy te duele bien aquel gusto
y porfías por volver a ser, ya tan lejos
cuanto más cerca de ésta, tu raíz,
tu aire en forma de raíz, tu empiezo.
VII
Te acordás Mansa Tuca, del laberinto de las cuevas
y los peludos que rodaban loma abajo,
y el perro bayo que te calentó en invierno
cuando no quedaba nada más que fuego
y perdices como ánimas de misericordia
llevadas por el Pampero. Te acordás del Pampero
desde el portal del arco iris; ahora que no te conocen
ni los recuerdos y te das de lleno
con el espejo que se comió el azogue.
Perdieron los que se quedaron,
fueron regurgitados por casas viejas de ladrillo,
y vueltos a tragar en casitas de frente ciego,
con la puerta por atrás, y al frente
"paraiso" y ventana con visillos para el santo
y el "mira quién va", "qué te dije...".
Mansa Tuca, polvoriento el hombro
de llevar la calle larga, la que va hasta el arroyo,
llevarla hasta Villa Ballester
y ahí plantarla al fondo
para que no muriese de tristeza.
Cuidar por años la tristeza en un sólo malvón.
Solo de maceta en rincón de herrumbres.
Saturado estar. Pesada orgía del olvido
por entre los pelos revueltos;
¿y ahora qué?, ¿cómo sigo para dar con el signo
de lo que se resbala del lenguaje,
pega una patinada larga y se estampa
en el rincón de chapas, y botellas vacías,
y tuercas y ruedas apocalípticas,
y perro flaco y radio a pila de los años sesenta?
¿Cómo hago, Mansa Tuca,
cuando es tanta la aberración inexplicada,
el sentimiento mordido,
el ferry roto de los ojos
que cruzaron y volver no pudieron?
El ferry de la mirada con bandadas
que atracó para las nieblas de Ibicuy
y los fantasmas de aquellos
"blancos" uruguayos degollados.
¡Vamos que vamos todavía!
en el ardor de la urbe
y en la mecánica de los años
a voluntad de ajustar y aflojar,
llenos de voluntad y manos grandes,
y cejas que nevaron sin causa, solitarias.
Y así estamos, ahora, vos cruzando la calle,
venciendo al niño que se te cruza por delante,
y yo con mi dolor de mandíbula trabajada
por la carcoma del castellano.
XII
Te acordás Mansa Tuca, ahora que la costumbre
te cuece en hervores varios y el carrillo se espesó
con el ejercicio de la paciencia,
ahora que soltás al mancarrón del hábito
para que el temblor del amor lo aligere,
le sacuda el carumbé para que caigan
las monedas de Potosí pegadas al cinto
y el aparecido regrese bailando una polca y salga
del espejo que se comió el azogue.
Inolvidables manzanillas
en el cabello de "la rusita",
te esperaba a la vuelta
como la vida no te esperó,
nadie más fue esa esquina que te dice
el valor de una flor bajo pollera,
manzanas del rey para el paria que osó ese huerto.
No sabés si habrán cantado tan lindo los zorzales
como esa pollera que se abría
y qué resplandor cuando pasaba mirándote
como la vida no te miró
y te aromaba con inciensos de rito antiguo;
cerca de la estiba, de los astros fugaces de los gatos
de la mora delatora del patio de ladrillos,
cuando el padre se iba a ponerle hombro a las bolsas
y la madre al servicio en la casa de familia del doctor;
tenías entonces tu momento de merecido benteveo,
y eran sus brevas a tus ojos la miel anticipada,
la correspondencia aparejada en fuego anudado,
tu cama de manzanillas en el piso...la hueles todavía,
revelándote de súbito un hombre y una mujer;
tu cara de torta negra y su cara de torta rusa,
negro contra blanco en un solo salmo cantado
y repetido por la eternidad en todas las lenguas.
¿Cuál era su nombre? ¿Cuántos años tenía?
Pasó como una ráfaga del Paraíso, todavía pasa,
y algo más te dice la esquina de ligustros y tordos
que hoy estuviste mirando largo rato,
tratando de avivar el relámpago del primer amor,
de la primera mojadura soñando con "la rusita",
cuando el bizcocho estaba en el paladar
como una justicia y un conocimiento sin retorno,
una auténtica justicia social para vos
en aquel entonces que ahora es,
aunque la muerta ya no responda
con sus manzanillas por la calle al convite
desfachatado de la estiba, de la mora a dos labios,
del viejo galpón con telarañas, con desgranadoras,
con estrellas de gatos maestros en el arte de amar.
Ricardo Maldonado (Argentina, Entre Ríos, Gral. Galarza, 1958)
Los poemas publicados conforman tres capítulos
(de los XIII) del libro "Mansa Tuca", merecedor del Premio Fray
Mocho, máxima distinción literaria de la Provincia de Entre Ríos, Poesía 2007. (Nota del administrador)
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