La mano
Le dijo a mamá que mientras ella le tuviera la mano, no se moriría. Esta cercanía, concomitancia astral, produjo el modesto milagro de unos días de sobrevida, en un ominoso hospital de los suburbios. Igual que Xul Solar, en una isla del Tigre, también le dijo a su mujer que si le sostenía la mano no moriría. Luego de una larga noche, ella debió dejarlo un instante, y cuando volvió; Xul había muerto.
Ad gloriam
La mañana destila frío
en el cementerio.
Mi madre saluda,
y los hombres comienzan
a levantar tierra muerta.
Asomado el ataúd
al horizonte de mis ojos infantiles,
escucho crujir la madera
ante los embates de las palas.
Espero el leve movimiento
de las manos
alzando lo que queda.
Ella,
retira del cajón tus huesos,
y se dirige a la canilla,
debajo del ciprés.
Destroza, como nadie,
los pedazos insistentes
de tu brevísima carne.
Limpia
con minuciosa pulcritud,
deshace de sus manos
todo lo que fuimos;
sólo desvaídos huesos
donde alguna vez
habrías gozado.
Frágil milagro
restituirte esta mañana,
padre
morador perpetuo
del
destierro.
(de: Chicos índigo
Bajo la luna, 2007)
Bajo la luna, 2007)
Alejandro Mendez
Alejandro Mendez nació en Buenos Aires en agosto de 1965. Integró el grupo poético Academia Medrano. Tradujo a Francis Ponge (El Asparagus). Publicó los libros: Variaciones Goldberg (Ediciones del Dock, Buenos Aires); Tsunami (crunch editores, México); Medley (suscripción, larga distancia, Barcelona). Dirige y coordina la primera curaduría autogestionada de poesía argentina contemporánea: Las elecciones afectivas.
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