HAY en medio del bosque un claro inesperado que sólo puede ser encontrado por el que se ha perdido.
El claro está rodeado por un bosque que se ahoga a sí mismo. Troncos negros con las barbas del color ceniciento de los liqúenes. Los árboles incrustados apretadamente están muertos hasta las mismas copas, donde unas pocas ramas verdes tocan la luz. Allí abajo: sombra que medita sobre sombra, el pantano que crece.
Pero en el lugar abierto la hierba es extremadamente verde y viviente. Aquí yacen grandes piedras, como si estuviesen ordenadas. Son aparentemente los cimientos de una casa; quizá me equivoque. ¿Quiénes vivieron aquí? Nadie puede dar información sobre eso. Los nombres están en algún lugar de un archivo que nadie abre (tan sólo los archivos se mantienen jóvenes). La tradición oral está muerta y con ella las memorias. La tribu gitana recuerda, pero los que saben escribir olvidan. Anota y olvida.
La casa de campo bulle de voces, es el centro del mundo. Pero los habitantes mueren o cambian de vivienda, la crónica se suspende. Está desierta por muchos años. Y la casa se vuelve una esfinge. Al final todo ha desaparecido menos los cimientos.
De alguna manera yo he estado aquí antes, pero ahora debo irme. Me sumerjo en la maleza. Sólo se puede penetrar dando un paso adelante y dos de lado, como un caballo de ajedrez. Pronto, la maleza escasea y hay más luz. Los pasos se hacen más largos. Un sendero aparece sigilosamente ante mí. Estoy de vuelta en la red de la comunicación.
En el canturreante poste de electricidad hay un escarabajo al sol. Bajo los brillantes escudos están las alas plegadas tan ingeniosamente como un paracaídas empaquetado por un experto.
Tomas Tranströmer (Suecia, Estocolmo, 1931)
(Versión de Roberto Mascaró)
Para vivos y muertos, Hiperión,
1992, Edición no bilingüe)
1992, Edición no bilingüe)
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