viernes, 28 de noviembre de 2008

ILUMINADO MUNDO DE ADENTRO


en la punta de los dedos tengo signos imaginarios

que me atacan a medianoche
una cerrada oscuridad que de pronto
abre un claro como un parpadeo
entonces toco las flores del jardín atravieso el patio
y por la galería veo un cielo limpio
mientras tanto se suceden cruentos combates entre los hombres
siempre en mi larga caminata de solitario en mi obsesión
como en un inmenso salar observo correr la sangre
y de pronto me veo con innumerables heridas

no pretendo alejarme del mundo azorado por una palmera
no es un desatino arrodillarse ante un banano o una palmera
mientras la batalla continúa (aquello también forma parte
de la batalla)

no estoy obligado a tomar las armas
(no portar un fusil también es ofensivo)
no portar un fusil también es fecundo
y dar frutos y manar agua y sangre es parte de morir naciendo
y cuando uno está perdido se debe morir matando
echar las bases sobre la tierra fresca promover
una incesante escaramuza tomando notas al caer la tarde

poseer la herramienta al alba una jardinera
con su leche tribal una mestiza con su sombrero doble
y las canastas en ambos brazos un chico cantando sobre la jardinera
una rueda interminable que gira y gira dentro del pensamiento
como un molino
el té que reúne a una vieja familia con la memoria de los cuentos
la familia llena de hijos que hacen un proyecto
mientras la guerra sigue

es ortodoxo pensar que la lucha es sólo atravesar la ciudad
con un tanque
o alzar los impuestos o engañar obreros con aumentos como
coartadas
o firmar un largo manifiesto de intelectual o arrojar sobre
el resto de los hermanos una ideología como única curación
hay algo impalpable y evasivo que tiene algo de nube sólida
y alucinatoria
hay un terraplén que conduce a la morada interior
hay caminos que se ramifican y se concentran
en una fibra enterrada a kilómetros de profundidad
que con un campanazo debería ponerse en movimiento

no hay fórmulas no hay cartas de viaje y el mapa aéreo está
obstruido
sólo hay un juego de adivinanzas una tonelada que no
advertimos liviana como la mente
un montoncito de hierba que con el tacto avanza hacia arriba




Martín Alvarenga (Argentina, Corrientes, 1940)






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