La distinción clásica entre impresionismo y expresionismo dice que en el primero es el mundo el que viene al artista en forma de percepciones. En el expresionismo el artista da un paso adelante, se coloca a sí mismo dentro de la materia con la que hará su obra. Se trata nada más que de dos métodos que se equivalen, como se equivalen en la teoría psicológica proyección e introyección. Salvo que la proyección expresionista sacude en el campo simbólico, mediante palabras. Y la introyección impresionista en el campo imaginario. Por esto el expresionismo es desdichado, el impresionismo feliz.
Están agrupados por un lado: impresionismo, introyección, imaginario, felicidad. Y, en el campo de enfrente: expresionismo, proyección, simbólico, desdicha. Dije que el artista se proyecta al mundo y opera dentro de él. Pero sucede que el hombre es lenguaje, su mirada es lenguaje, su modo de proyectarse en el mundo es lingüístico.
El lenguaje es la forma de la conciencia, la envuelve, la conforma.
Es como si antes del salto, antes de la intrusión que hace mundo al mundo hubiera habido un instante inconcebible, el momento en que el hombre se hizo artista. Quizá se lo podría entender en los términos de un pequeño drama: la conciencia, una virgen imprudente, siente la tentación de asistir a su propio trabajo. Y descubre que no es tan fácil, que en última instancia es imposible. Porque la conciencia no se tiene más que a sí misma para contemplarse y la parte que contempla quedará visible. El pensamiento que quiere pensarse, la conciencia que quiere ser conciencia de sí misma, debe hacer una torsión en la que pierde una parte de su visibilidad. ¿Qué parte? No podemos evitar la sospecha de que es la parte más importante, la más genuina. Así, mutilada, con un fragmento en sombras, la conciencia se presenta como un monstruo. Es el monstruo. Un poco más allá, la tentación se transforma en ambición y el hombre en artista profesional. El nacimiento del artista se sitúa en ese momento de la tentación.
Es como si antes del salto, antes de la intrusión que hace mundo al mundo hubiera habido un instante inconcebible, el momento en que el hombre se hizo artista. Quizá se lo podría entender en los términos de un pequeño drama: la conciencia, una virgen imprudente, siente la tentación de asistir a su propio trabajo. Y descubre que no es tan fácil, que en última instancia es imposible. Porque la conciencia no se tiene más que a sí misma para contemplarse y la parte que contempla quedará visible. El pensamiento que quiere pensarse, la conciencia que quiere ser conciencia de sí misma, debe hacer una torsión en la que pierde una parte de su visibilidad. ¿Qué parte? No podemos evitar la sospecha de que es la parte más importante, la más genuina. Así, mutilada, con un fragmento en sombras, la conciencia se presenta como un monstruo. Es el monstruo. Un poco más allá, la tentación se transforma en ambición y el hombre en artista profesional. El nacimiento del artista se sitúa en ese momento de la tentación.
¿Por qué la conciencia no pudo limitarse a reflejar el mundo, en toda su inmensa variedad y novedad? ¿Por qué quiso volverse a sí misma, y revelarse mutilada y monstruosa? El artista trata de responder mediante un largo rodeo que es su obra.
¿Podría limitarse la conciencia a reflejar el mundo pacíficamente y sin más ambiciones? Al parecer sí, puede y lo hace, y ese trabajo constituye la vida cotidiana y real de la gente. Pero la conciencia está vehiculizada en una vida y la vida se las arregla en sus vueltas para que no falte el momento de la tentación. La tentación es tentación de salir de la especie, hacerse individuo absoluto, monstruo.
(Fragmento publicado en la Revista Paradoxa Nº7, de un discurso en Rosario, a propósito de
Roberto Arlt. La versión completa está en la Revista Paradoxa Nº7)
César Aira
César Aira. Escritor argentino. Nació en Coronel Pringles en 1949. Desde 1967 vive en Buenos Aires. Es traductor, novelista, dramaturgo y ensayista. En diversos diarios y revistas pueden leerse sus ensayos, breves y sagaces, sobre distintos autores. Ha dictado cursos en la Universidad de Buenos Aires (sobre Copi, Rimbaud) y en la Universidad de Rosario (Constructivismo, Mallarmé), y ha traducido y editado en Francia, Inglaterra, Italia, Brasil, España, México y Venezuela. Es uno de los escritores más prolíficos de las letras argentinas, habiendo publicado más de treinta libros. Su novela "Cómo me hice monja", publicada en España en 1998, fue elegida una de los diez mejores publicados en aquel país, aunque algunos críticos argentinos prefieren las primeras, entre las que son insoslayables: "La luz argentina" y "Ema, la cautiva".
IMÁGENES: (Superior): Impresión sol naciente (1893), pintura impresionista de Claude Monet.
(Inferior): La habitación roja (1908), pintura expresionista de Henri Matisse.
LEER otro ensayo de AIRA, sobre los procedimientos, en LA NUEVA ESCRITURA, aquí.
IMÁGENES: (Superior): Impresión sol naciente (1893), pintura impresionista de Claude Monet.
(Inferior): La habitación roja (1908), pintura expresionista de Henri Matisse.
LEER otro ensayo de AIRA, sobre los procedimientos, en LA NUEVA ESCRITURA, aquí.
2 comentarios:
me interesó la conferencia, el fragmento, de César Aira dada en Rosario.
Y...Aira es un maestro. También para el ensayo, veta que no ha sido demasiado explorada por los lectores. Tiene un ensayo sobre Pizarnik que es muy bueno.
Gracias, Anónimo.
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