Había una polvera de plata, con estrías. La forma de un higo, pero más grande y chata. Y adentro, un cisne y polvo ocre, que mi madre usó sin que ello perturbara su portentosa blancura. Mientras, corrían los años de la drácena, helechos y bromelias. Creo que vivimos entre las hadas, porque, ¿qué eran si no?, esas hojas con listón plateado y esas flores radiosas y rosadas.
Después de la lluvia siempre vino un lirio, orquídeas bujías, envueltas en tul violeta, vinieron caracoles blancos con boquilla roja y paso de camelia. Un día fueron tantos, tantos; donde se pusiera atención nacía un caracol. Parecían bebés, huevos, nardos. Daban miedo y nos tomamos de los dedos; rezamos, no comimos. Pero al prenderse el sol entre dos nubes, ellos desaparecieron.
Así se formaron estas historias y estas Escrituras. ...Andando el tiempo en otra casa volví a encontrar la polvera. De plata con estrías. Como un higo, más grande y plana. La entreabrí para ver el espejo, el polvo ocre. Mas, hallé una enorme concavidad, la chacra entera, cada línea de árboles, una a una. Vi el viento. El capullo donde nació mi hermana. El capullo donde nació mi prima. El carromato fúnebre. El vestido de novia de mi hermana y sus azahares. Vi todo. En cada rincón, un hecho, una persona, y se oían palabras.
Me dio terror, y bajé la tapa. Y volví a abrirla. Y vi lo mismo. Entonces, la tiré en un lugar, lejísimo, para apartarla, así de mi vista y de mi vida.
Pero, ciertas mañanas, tengo intenciones de interrogar a mamá sobre la polvera, y no me atrevo, pues, ella -que nada olvida y rememora todo- jamás la nombra.
(De Mesa de esmeralda - Los papeles salvajes)
Marosa di Giorgio (Uruguay, Salto, 1932-Montevideo, 2004)
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