sábado, 30 de mayo de 2009

MEMORIA I



























Y el mar ya no existe


Yo no tenia más que una flauta de caña en las manos;

desierta era la noche, en menguante estaba la luna
y la tierra fragante después del aguacero.
Yo murmuraba: la memoria, donde se la toque, duele;
apenas si hay un poco de cielo, el mar ya no existe,
lo que se mata durante el día, por carradas se lo arroja
detrás de la colina.

Distraídamente mis dedos jugueteaban con aquella flauta
que me regaló un viejo pastor porque le di las buenas
tardes.
Los otros han olvidado ya el saludo;
se despiertan, se afeitan e inician el día de la matanza
así como se poda así como se opera: metódicamente y sin
pasión.
El dolor es un cadáver como Patroclo y ya nadie se
deja embaucar.

Yo pensé tocar un aria, pero me abochorna el otro
mundo,
aquel que me ve más allá de la noche, en el corazón de
mi luz,
tramado de cuerpos vivos, de corazones desnudos,
y el amor, que tanto pertenece a las Furias
como al hombre, a la piedra, al agua y a la hierba,
y aún a la bestia que enrostra la muerte asiéndola.

Así avanzaba sobre el sendero oscuro.
Me volví a mi jardín, enterré la flauta de caña
y nuevamente murmuré: un día, al alba,
la resurrección vendrá;
el rocio de esa mañana centelleará como centellean los
árboles en la primavera.
Y otra vez será el mar...Y todavía Afrodita surgirá
de las olas.
Somos la simiente que perece. Y regresé a mi casa
vacía.

(De: Diario de a Bordo III)


Seferis

(Traducción de Lysandro Z.D. Galtier)



Seferis (Georgios Stylianos Seferiadis; Esmirna, 1900 - Atenas, 1971) Poeta griego. Hijo de un jurista y literato bastante conocido en aquel tiempo, después de haber dejado su ciudad natal, en 1914, por Atenas, prosiguió sus estudios en la capital y completó en París su preparación en Derecho. Durante estos años tuvo lugar el doloroso éxodo de las poblaciones griegas del Asia Menor por el tratado de Lausana (1923), que marcó el final de la milenaria presencia griega en Anatolia y de las antiguas colonias helénicas, entre ellas Esmirna. Este hecho contribuirá a crear en el ánimo del poeta ese tormentoso complejo del exiliado, que formará una de las componentes de su arte. Después de París pasó un breve período en Londres. Así, entre los dieciocho y los veinticinco años, pudo entrar en estrecho contacto con los movimientos culturales y artísticos de Occidente y liberarse del clima cerrado y provinciano que agobiaba a la Grecia de entonces. En 1931 comienza su larga carrera diplomática: primero como vicecónsul en Londres y más tarde como cónsul general interino en Albania. Durante la Segunda Guerra Mundial sigue al gobierno griego a Egipto. En la postguerra vuelve a Londres como consejero de embajada, y luego en Ankara, para luego ser embajador en Líbano, y finalmente en Londres. En 1963 fue galardonado con el premio Nobel de Literatura. Pasó los últimos años de su vida en Atenas, en un aislamiento físico y espiritual, angustiado por la dictadura de los coroneles. Cuando se le otorgó el premio Nobel, Seferis era una figura relativamente poco conocida, salvo en algunos países europeos. Con su galardón la mirada del mundo se dirigió a Grecia, cuyo nombre estaba ligado para muchos nada más que a un remoto pasado glorioso. Pero tras el poeta galardonado, como tras las figuras de escritores como C. Cavafis, N. Kazantzakis, Y. Ritsos y O. Elytis que pertenecen junto con Seferis a la Generación de los años treinta, existía una tradición de diez siglos de elaboración literaria propiamente neogriega, diferente de la medieval y de la antigua, aunque estrechamente vinculada a ellas como continuidad lingüística y cultural. Al iniciarse la década de 1930 había comenzado a surgir en la literatura neogriega todo un movimiento innovador, del que participó Seferis con los anteriormente nombrados y que sirvió de introductor del simbolismo y del surrealismo en la literatura contemporánea de su país. Seferis comenzó su actividad literaria en 1931 con una colección de poemas que llevaba un título muy significativo, Vuelta, que aunque repetía modelos y técnicas en parte ligadas a la tradición, anticipaba las que serían las características de la siguiente producción poética seferiana. En 1932 publica el poema La cisterna, en el que es advertible la huella de Mallarmé y sobre todo de Valéry. Pero decisivo para el arte de Seferis será el encuentro con T. S. Eliot, que contribuirá a hacer más consciente y explícito su compromiso poético. Esta experiencia encontrará respuesta en sus siguientes colecciones, Leyenda (1934) y Gimnopedias (1935). En 1940 aparecen sus poemas reunidos en Cuaderno de estudios y en Diario de abordo I, en 1944 La última etapa y Diario de a bordo II y en 1955 Diario de abordo III. En 1961 se reúne toda su producción lírica en la colección Poesías. De 1966 son Tres poesías secretas. Importante ha sido también la labor de Seferis como crítico literario y traductor (La tierra baldía, Muerte en la catedral, de T. S. Eliot y de poemas de Pound, Sydney Keyes, Auden, Yeats, Gide, Eluard, el Cantar de los cantares y el Apocalipsis de san Juan).



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