Asentaba navajas en un sillón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus
animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de
gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su
trabajo
¿afeitaba al espejo?
Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de
madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua despegada hacia un lado
el decía: «servido».
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de
talco y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte - que también es prolija - le envidiaba
su colección de peines.
Un día la muerte, que hojeaba una revista
deportiva, dijo: «me toca a mí».
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un
remolino en la cabeza.
«Tiene un pelo difícil», dijo sin voz mi abuelo".
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo
su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.
(De: Sordomuda -1991)
Jorge Boccanera (Argentina, Bs.As., 1952)
(Poema sugerido por Marisa Negri)
IMAGEN: Navaja de afeitar artesana con acero de Damasco y cuerno de ciervo.
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